Anoche soñé que había un apartamento que Claudia y otras de la piscina usaban los fines de semana para ir a nadar. Quedaba cerca de la escuela de Pato. Yo pasaba por ahí un fin de semana y veía por la ventana que había unos hombres adentro y que ellas no estaban. Normalmente las vía ahí con paños puestos, pelo mojado, después de la ducha de unos 3 mil metros de nado. Como sabía que Claudia no prestaba el apartamento, me apuré a llegar a la casa y activé las cámaras de seguridad del apartamento porque temía que algo les hubieran hecho.
Adentro se veían esos hombres y en el suelo, escrito con lápiz entre las separaciones del piso, decía “Estamos bien, nos fuimos a tal lado, búsquenos”. Yo me quedé tranquila sabiendo que estaban seguras.
Me tenía que alistar para ir a ver un tope. Caminé desde la casa de mi abuela en Barrio México hasta el mercado de la Coca Cola y lo atravesé por el medio. Encima, en un segundo piso, había en el sueño unas oficinas de Hacienda (que en realidad quedaban en la cuadra del frente) y ahí había un ventanal que daba a la calle por dónde pasaría el tope.
Mientras caminaba vi llegar carros antiguos, caballos, personas vestidas de rodeo. Ya en el segundo piso, nos repartían cosas de comer y cuando empezó el tope, era muy difícil ver por el ángulo de la ventana. Apenas si se veían venir por la calle de arriba y todos nos apelotábamos en la ventana.
Eduardo y el socio estaban ahí. Así que cuando todo terminó, nos fuimos los 3 juntos. Los ascensores no funcionaban. Alguien nos explicó que en realidad teníamos que meter una mano en el horno de microondas e indicar el piso. Lo hice y sentí como se me empezó a elevar el cuerpo y luego ya no sentí el cuerpo más.
Íbamos caminando por el Paseo Colón, hacia La Sabana, yo, como siempre, al lado de Eduardo. Estaba amaneciendo. El tope se me había hecho cortísimo pero había tomado toda la noche. Yo tenía mucho sueño. Así no iba a poder ir a nadar ese día.
Sin pensarlo yo le daba la mano a Eduardo y él paraba y me decía que por favor no hiciera eso. Entonces yo lo besaba en la boca y él hacía un gesto de dolor, de aynoporqueyaséparadóndevatodo y no puedo. No insistás.
A la par de él nada me da miedo. Ni el centro de San José, ni la Coca Cola amaneciendo, ni los maleantes ni los drogadictos de la calle.
A medio Paseo Colón, me decían que fuéramos a desayunar. Yo preguntaba si comíamos caldo de costilla como los colombianos. Entramos en el restaurante de un hotel donde solo habían maes, la mayoría de ellos en boxers. Algunos tatuados. Eduardo me explicaba que era un hotel solo para médicos y yo le creía porque no tenía motivos para no hacerlo.
Como todas las mesas estaban ocupadas, nos sentábamos en el suelo a esperar. Yo me recostaba en Eduardo, agotada, y le preguntaba, como siempre, que porqué no. El insistía en que era mejor que no, que yo sabía eso.
Se me cerraban los ojos, pero no luchaba contra eso, porque qué mejor lugar para quedarme dormida que recostada al hombro de él? Lo escuchaba decir “Es que me gusta mucho”. Eso me sacó de la modorra pero me quedé con los ojos cerrados y pregunté casi bostezando qué cosa. Y Eduardo, pensando que yo estaba hablando dormida, me decía muy suavecito “vos” y me abrazaba.
Yo quería decirle que intentáramos, que habían sido tantas veces, que la vida era corta, que podíamos irnos a ese apartamento que, en otro de mis sueños, él tiene en Guanacaste. Que él sabe que yo jamás lo traicionaría y que tampoco sé hacer daño porque más bien yo soy siempre la que salgo dañada, pero que en el caso de él no me importaría. Pero tenía mucho sueño y me sentía querida y protegida ahí, sentada en el suelo, recostada sobre su cuerpo, con su mano enorme sosteniéndome.
Luego llegaba a mi casa a las 5 46 am y le decía a Marce que no iba a ir a nadar, que se me había ido toda la noche, que alguien se metió al apartamento de Claudia y que estaba molida, que necesitaba dormir.
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