Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Amusement park

desde la isla de

En la realidad alterna de mis sueños, hay otra Disneylandia que conozco bien, dónde están las boleterías, las atracciones, las tiendas. Siempre es de noche, siempre llueve, siempre hace frío.

Esta vez Marce iba conmigo. Las atracciones a las que entrábamos eran simuladores gigantes, de los que me hacen cerrar los ojos para disminuir el impacto de la sensación. En cada una, por alguna razón, nos separábamos en algún momento y tenía miedo de no encontrarlo más. Ibamos a dos que sola jamás hubiera escogido: la casa de los sustos y una de piratas.

En una de ellas teníamos que caminar por varias áreas para crear un patrón que luego generaría una simulación de la vida que inconscientemente queríamos. Para entrar a esa vida había que pasar por un tubo estrecho donde tenía terror de quedarme atascada por mis caderas anchas, por mi sobrepeso.

Al salir era la espera ansiosa y los pensamientos catastróficos hasta que Marce salía sonriendo.

Me explicaba, en esa forma científica y paciente que tiene, cómo funcionaban esos juegos y que en uno de ellos, en realidad nunca me había movido: me había desmayado, me habían puesto una mascarilla y había inhalado algo que me había hecho creer que había visto todo eso.

Podía imaginarme la situación: todas las personas de ese enorme auditorio inconscientes, recostadas en colchonetas, alucinando cada uno una vida distinta.

Me desperté mareada y con náuseas. Creo que el vértigo contraataca


Gotitas de lluvia

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