Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Arrechera

desde la isla de

Recién se cerraron las puertas del elevador me di cuenta.

Quedé oliendo a vos.

A tus ojos, a la sensación de tus manos, a tu abrazo, a tu sonrisa.

Me senté en el carro y se hizo más intenso, más envolvente.

Era como si te tuviera al lado, hablándome bajito.

Se hizo tan fuerte, que se desbocaron el corazón y los pulmones y la parte del cerebro donde está el deseo y tuve que cerrar los ojos para controlarme.

Fue peor.

En la presa, me olí, como los perros, para ver dónde se me quedó el olor.

No lo encontré pero seguía ahí, casi plasma, moviéndose como humo denso y yo, el pabilo apagado.

Supe, entonces, que se quedó pegado en las orillas de las entradas a mi cuerpo, en el borde de las narinas, de los labios, de los ojos. Todo lo que quedó hundido en tu cuello las dos veces que me abrazaste.

No se va, este olor a vos, aunque ya es más tenue o ya no lo siento.

Si muevo un poco la cabeza o me acaricio el pelo, sale, travieso y se pasea de nuevo frente a mis ojos.

No quiero perderlo.


Gotitas de lluvia

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