Siento, en cada momento, que mi cebrero está en expansión constante y cada micromilímetro de extensión, me duele.
Me cansa sentir, me cansa pensar, me cansa estar atenta a cuánto me mareo, a medirme a ver si estoy mareada, si estoy mejor, calcular cuál es el lado que más me marea.
Me molestan las náuseas constantes, las ganas de vomitar que me produce el mareo.
Me aterroriza el mareo, esa sensación repentina de todo gira con impulso, una cuadro de cine que pasa rápidamente uno tras otro y esperar ese segundo eterno para que pierda momentum y se detenga.
Me pone tensa estar atenta a los movimientos fuertes, a no agacharme, a tratar de estar lo más quieta posible.
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