Crecemos expuestos a películas, cuentos e historias donde una madre atribulada por su situación de pobreza o cualquier otra amenaza igual de estructural o resistente a soluciones, amorosamente deposita a su recién nacido en el portal de una Iglesia, convento o casa, usualmente en una canasta. Adentro, una nota escrita a mano capaz de hacer llorar al más plantado, una cobijita o ropita escogida con amor y dolor y, tal vez, una cadenita o algo para que sea recordada siempre, en esa vida que, en un acto casi de inhumano desprendimiento, esa sufrida mujer procura para su retoño.
Para los hispanohablantes, sobran los ejemplos transgeneracionales: Marcelino Pan y Vino, y su adorado Fray Patata, que en toda la inocencia de sus cinco añitos, pregunta “¿qué es una madre?”, justamente lo mismo que preguntaron los Niños Perdidos de Nunca Jamás en la versión Disney de Peter Pan.
Pensemos ahora en una mujer embarazada, que, por cualquier razón, no quiere tener un hijo. No tiene sentido detenerse en conocer sus motivos, porque son tan privados, íntimos y propios, como el momento mismo en que lo engendró. Así como a nadie se le cuestiona porqué quiere ser madre, tampoco es asunto de nadie porqué no quiere serlo.
A ella se le fue el plazo para un aborto. No sabía cómo hacerlo. Sus principios no se lo permitían. No podía viajar. No supo a tiempo que estaba embarazada. Fue una decisión difícil o fácil. O lo que sea, que total no importa. No le queda más que llevar su embarazo a término.
Esta mujer además está sola, porque, aunque tenga pareja, en esta sociedad, los hijos son de la madre y es ella la que lo lleva adentro, la que tiene que tomar cada una de las decisiones y la que finalmente, asume las consecuencias. Entonces decide que entregará a su bebé en adopción y piensa en contactar al PANI, dejarlo en la institución o simplemente no retirarlo en el hospital cuando nazca.
Ella no sabe que el sistema legal costarricense se articula alrededor del interés superior del niño y de su protección. No sabe que el PANI hará todo lo posible para encontrarla, para que ese bebé permanezca y crezca con su familia biológica. No sabe que le harán mil preguntas, citas, estudios de trabajo social, médicos, psicológicos, visitas, entrevistas a su familia cercana para ver si es posible que el bebé se quede con sus parientes. No sabe la presión y la culpa que experimentará, si la aguantará o no.
No sabe que en caso de que todos los intentos del PANI fallen y nadie pueda o quiera hacerse cargo, ese niño irá directo a un hogarcito, y si tiene mucha suerte, a un hogar de acogida. Deberá pasar por un proceso largo de institucionalización y trámites, hasta que finalmente se declare que es adoptable y se emita una resolución judicial que lo declare en abandono. El Estado procurará darle todo lo posible: atención médica, alimentos, vestido, seguimiento psicológico y de trabajo social, educación, deporte, estimulación.
Luego el PANI armará un perfil de ese chiquitín, con todas sus necesidades afectivas, emocionales, patrimoniales y también de sus gustos. Tal vez necesita una casa amplia. O sería ideal que tenga una mascota. O requiere un hogar dispuesto a lidiar con una condición de salud crónica. Se lleva muy bien con otros niños o no tiene problemas si está rodeado solo de adultos.
A esa mujer deberían decirle además que los niños que se adoptan en Costa Rica no se exponen como en pasarela, porque si eso pasara, solo adoptarían a las niñas menores de dos años, rubias, de ojos claros y blancas, que es lo que piden la mayoría de las familias que llenan los formularios para ser consideradas elegibles para adoptar.
En nuestro país no se escoge a un hijo para los padres, se escogen unos padres para un niño. Son las familias, las que en los expedientes- que siempre se quedan cortos- tratan de exponer las características de hogar que esperan darle a un hijo. Y finalmente son escogidas para recibir a un niño considerando eso, precisamente: a dónde estará mejor ese pequeñito. No importa- y lo repito- No importa que la pareja haya esperado mucho, que tenga ingresos altos o solo salarios mínimos, que ser papás sea su más grande anhelo. El criterio de selección es el mejor acople posible para ese bebé.
Ante todo, a esa mujer deberían decirle que, en otros países, como los Estados Unidos, el proceso de adopción suele ser carísimo, que hay que recurrir a agencias, que en algunos países la adopción es un negocio. Que muchas mujeres son obligadas por sus familias o parejas a entregar a sus hijos para adopción, aunque no querían hacerlo. Que puede ser que las personas adoptadas nunca conozcan sus orígenes biológicos a menos que hagan una investigación y búsqueda personal y privada. Que en ese país, que se precia del respeto a los derechos individuales, hoy el derecho de aborto está criminalizado o en riesgo en muchos estados; el acceso a la anticoncepción, al control prenatal y a un parto en un hospital es carísimo o depende de un seguro privado, que no hay esquemas de cuido para los niños accesibles para todos y encima, justo ahora enfrentan una escasez de fórmula para alimentarlos.
Tal vez si supiera todo eso, intentaría más bien encontrar a una pareja a la que le pueda entregar al bebé directamente. Las adopciones directas son legales en Costa Rica, pero no son tan frecuentes. Tal vez porque casi siempre están rodeadas de mucha zozobra y miedo: temor a que la progenitora se arrepienta, que la familia biológica o el mismo PANI intervengan y que ese bebé sea arrebatado de los brazos de su familia adoptante para seguir el proceso de cualquier otro bebé abandonado. Hay riesgos más oscuros: que por recibir dinero durante el embarazo para sus cuidados prenatales o para el pago del parto en una clínica privada, a ella la acusen de tráfico de menores, o sea, de vender a su hijo como si fuese un perrito.
No es tan fácil decirle a esa mujer “parilo que yo lo recibo”. No es soplar y hacer bombitas. Alguien debería decirle que quien le dice eso, la engaña y le promete un imposible, por ignorancia o por razones insondables que se acercan al narcisismo y a la superioridad moral. Así de simple. Es una posición muy cómoda decirle a alguien qué hacer con un hijo.
La adopción, como medio para formar una familia, sigue siendo, un enorme misterio emocional y burocrático que solo llegan a desenmarañar parcialmente las familias que atraviesan el proceso. Además, el PANI se dedica a los niños y su protección, no opera en función de los aplausos de la opinión pública. Tan difícil es encontrar las palabras para describir la sensación y las emociones de un parto como para la primera vez que ves a tu hijo, el día que lo vas a conocer acompañado de funcionarios públicos. Es sencillamente increíble que el Estado te entregue a un hijo. Hay una frase de Jody Landers que describe perfectamente la vivencia: El niño que fue parido por otra mujer, me dice Mamá. Tengo muy claro la magnitud de esa tragedia y la profundidad de ese privilegio.
Entonces no. La adopción no es una solución para el aborto. La próxima vez que quiera aportar una alternativa fácil al aborto, como decía Benedetti, lávese bien la boca antes de pronunciar la palabra adopción
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