Era un viaje de trabajo, nada planeado, obligados los dos, pero con más gente. Me empezó a hablar desde la sala de espera. Me dijo que no pensara que él no se daba cuenta. Que sabía u era evidente las veces que yo insistía en verlo a él, que llegaba sola a las reuniones o me paseaba delante de su oficina, con tal de hablarle.
Me ponía nerviosa y yo solo veía hacia el frente. El también. Yo no quería que nadie lo escuchara. No quería que se riera de mí, que me expusiera.
Ya estamos a dónde íbamos y esperamos un carro de alquiler. Me cuenta que nadie se dio cuenta, pero que se divorció de su esposa de muchos años y que se volvió a casar, con alguien que no sé quién es pero que tampoco importa.
Vamos en el carro y es el Caribe que existe en mis sueños. Me vuelve a decir que siempre supo, desde el inicio. Que le gusta mucho como soy, lo que sé, lo que leo, mi sentido del humor.
Sigo viendo al frente y le señalo las playas que conozco y le digo que podríamos quedarnos en esta que se convierte en otra y que hay cosas lindas qué hacer, que me la sé de memoria, que he estado antes aquí.
Mientras habla recuerdo cosas que no pasaron, de otros sueños, como cuando me llevó a conocer la casa de sus papás, arriba en la montaña y tomamos café en una terraza de madera con barandas de tubos pintadas de rojo. Cuando tuvo que ir a las oficinas centrales enormes, cuadradas, de acero o de aluminio y yo lo veía desde la ventana de un hotel.
Le escucho la voz y esa forma tan particular de hablar, que tanto me llama la atención. Como me vacila y me provoca y me molesta y se ríe. Estoy donde hace tiempo quería estar. Sola, con él, sin tiempos medidos, sin otra cosa que hacer. No hay cinturones de seguridad. El asiento de adelante es una sola pieza.
Siento esa anticipación adolescente de que algo va a pasar cuando lleguemos a donde vamos o a donde nos vayamos a quedar porque parece que ya a ninguno le importa el viaje original y tengo emoción y tengo miedo de decepcionar porque aun no sé bien cómo se supone que me tengo que comportar.
Después de una curva, ahí está. Esta es mi playa favorita. Aquí nos tenemos que quedar. Te va a encantar, vas a ver, es única: el mar, el viento, los animales, la comida.
A él le da igual el lugar. Apaga el carro y estira un brazo sobre mi asiento. Me está viendo, lo puedo sentir y hasta sé cómo se ve cuando me ve a mí. Sigo hablando sin parar porque no sé qué hacer porque nadie nunca me enseñó a ser la chiquilla linda, la que le gusta a los demás. Ya estoy vieja para esto, pero me tiembla el cuerpo.
Algo tiene que pasar.
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