Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Una escala

Fue hasta que estuve acostada en una silla delante del mar, mientras mis amigas cuidaban a Pato y lo entretenían y lo ayudaban a corretear olas o hacer castillos de arena, que me di cuenta de lo mucho que me hacía falta salir.

Salir de todo. Aunque fuese al mar que no es mi lugar favorito y ahora menos porque no puedo recibir sol. Pero el día estaba fresco y oscuro.

Me di cuenta de lo cansada que estoy no del tratamiento, sino desde marzo, en esta carrera por ganarle a la muerte, a la enfermedad, para que me operaran rápido, salieran rápido los exámenes, me vacunaran rápido, empezáramos la quimio cuanto antes.

Comí como no me comido desde marzo y nada me cayó mal. Hasta disminuyó el efecto de la intolerancia al frío. Probé unos patacones enormes como tortillas. Recordé cómo era la vida antes de todo esto.

Vi pasar una pareja de lapas rojas y me emocioné de su inocencia.

En la piscina, Pato le gana todos los chiquillos de la edad de él, porque sabe nadar y pasa de lo bajo a lo hondo y de vuelta. Les sale de repente por detrás, se les acerca debajo del agua.  Es el único sin camisa de manga larga, flotadores o chaleco salva vidas. Al principio no le creen cuando dice que se llama Pato. Luego, uno de ellos reúne a los demás y les dice “Se llama Patricio y hay que tenerle mucho cuidado” Es la primera vez en meses que socializa con otros niños.

En la noche, como siempre, le canto a Pato para que se duerma. A él no le estorba que desafine:

Qué bonito cuando te veo, ¡ay!
Qué bonito cuando te siento
Qué bonito pensar que estás aquí
Junto a mí

En lugar de dormirse, empieza a cantar conmigo haciendo las palmas flamencas, con métrica perfecta

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Y vos, ¿qué pensás?