Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sole se estrena en la justicia virtual

desde la isla de

Que confirme si estaría dispuesta a una audiencia virtual. M’extraña!. No me voy a ir a meter al Juzgado de un cantón naranja si puedo evitarlo. Menos con dos testigos, un juez, la contraparte y su abogado. Caretas y mascarillas, sin certeza de si será un lugar con ventilación natural y suficientes distancias. Además,  es una experiencia nueva que mi privilegiado aburrimiento necesita. Claro que me apunto– respondo en términos legales.

Pero no fue tan fácil. Podía ver el expediente en línea, pero al tratar de subir el archivo me decía que no existía. Llamé al Juzgado y me dijeron que ellos no podían hacer nada. Lo coordiné con mensajería y el mensajero se topó el juzgado cerrado. Hubo que mandarlo como antes del 2000. Por fax, como los animales.

Luego, las condiciones. El fondo tiene que ser de color claro, no puede ser generado por la computadora, en un lugar cerrado, sin ruido, interrupciones y con excelente conexión. A ver, eso es un requisito que se le ocurrió a alguien que tiene una casa enorme, con un cuarto dedicado solamente a oficina, con una pared que cumple con lo requisitos y línea dedicada del ICE.

Alguien que no terminó acondicionando un rincón de la casa a trompicones para poder seguir trabajando sin exponerse, o sea, mi caso. Mi “oficina” queda en la ruta al patio, por donde las otras tres personas que están en mi casa pasan unas setecientas veces al día. Cuando se enciende el microondas, la señal de internet se paraliza por la misma cantidad de tiempo y a falta de puerta y picaporte, Pato aprovecha para hacerme saber cada pequeña cosa que quiere hacer, necesita, se le ocurre y piensa y tiene un talento único para aparecerse con una emergencia cada vez que estoy en una llamada, aunque su emergencia sea informarme que vamos a comer macarrones para el almuerzo. Y no es raro que de repente se escuchen sus gritos porque se cayó, se tropezó, se majó o lo que sea.

Así que terminé consiguiendo cartones blancos para hacerme un set hechizo y cumplir con los requisitos, con muchas pruebas de luz y cámaras pero que no quitaba la imagen de precario chinchorrismo.

Iban a hacer una prueba de conectividad que nunca se hizo. Faltando 10 minutos para la hora y sin haber recibido la invitación o el enlace, ambas partes por nuestro lado llamamos al juzgado a ver qué era la cosa y nos pidieron paciencia porque todos están teletrabajando y así se complica la coordinada.

Finalmente todos en escena.  Yo muy elegante de la cintura para arriba, aretes, maquillaje, perfume y hasta selfie; pero con pantalón de piyama. Me piden enseñar el carné y tuve que pararme a ir a traerlo, evidenciando las chancletas.

El juez le dice a los testigos que se salgan y pidan entrar de nuevo y se les va admitiendo conforme se van necesitando. De seguido, como en película de Capulina, nadie entendió que hacer y entraban y salían y uno se quedó trabado como por 15 minutos mientras todos le mandábamos mensajes de que colagara.

Empezamos. Y cuatro horas después, terminamos.

Fue agotador, más que un juicio usual. No solo por la concentración que exige una audiencia y por la pandemia, sino porque el cerebro entra en una especie de corto circuito en círculo vicioso porque es un juicio y no ve a las contrapartes, por cuatro horas. Es un juicio y una está a la par de la cocina, con una cortina de cartones atrás. Es un juicio y a la parte actora solo la vi cuando declaró. El resto del tiempo estaba fuera de la toma. Era imposible medir su comportamiento, el impacto de lo que yo decía, sus ademanes, su lenguaje corporal.

La parte actora se quitó la mascarilla para hablar y yo sentí dónde se me erizó la piel. Ella y el defensor estaban en una oficina chiquitita, sin ventilación, puerta cerrada. En el transcurso de las 4 horas, uno y otro se quitarían la mascarilla por calor, aburrimiento, cansancio, como si no hubiera pandemia.

Me salí de la audiencia para negociar la conciliación, pero la jueza y el defensor olvidaron apagar sus micrófonos y videos. Los escuché hablar del juzgado cerrado, de las 17 personas (no exagero) que se les canceló la cita de ese día para ir a firmar demandas laborales, los casos que no se están tramitando, del teletrabajo, del miedo que todos tenemos al contagio, de las condiciones que no los protegen.

La señal se nos cayó a todos en diferentes momentos y que si oyó lo que dijo que si me oye a mí, que dónde quedó, que cuál parte repito. La jueza tenía que grabar todo lo que se hablaba y con una testigo, cuando llevaba poco más de la mitad del cuento, se dio cuenta que no había grabado nada y hubo que empezar de nuevo.

A los testigos se les pregunta si están solos, se les pide mostrar con la cámara dónde están para que lo confirmen por video y tiene una la penosa sensación de estar vineando sin invitación la intimidad de los otros. Se les advierte que no pueden recibir instrucciones de nadie, pero eso es imposible de controlar. Cualquier podría tener un libreto, recibir mensajes o simplemente tener a alguien ahí diciéndole qué hacer y cómo.

¿A dónde estaba el resto de la burbuja social de los testigos? Si no deberían salir de la casa, ¿a dónde se fueron? ¿Dónde esperaron 4 horas? ¿Ampliaron la burbuja a la fuerza por una orden judicial, esperando horas para declarar 15 minutos?

La puerta cerrada detrás de la juez me intrigó las cuatro horas. ¿Qué habría detrás? No dejaba de pensar en lo que me dijo el doctor: “La pandemia ha sido brutal con las mujeres”. Sí, con las mujeres, que de repente, en medio de esta locura, nos sentimos llamadas a tratar de mantener la cosa en casa normal, administrar el hogar con doble carga, relajarse, no quebrarse, apoyar a los hijos, servir de consuelo a los papás adultos mayores, a hacerse la fuerte, a perder la poca privacidad que le quedaba.

Lo cierto es que yo no hubiera podido hacer la audiencia si Pato hubiera estado en la casa o su hubiera sido un día normal con el trasiego de gente que me pasa a la par todo el día, las llamadas, correos y mil cosas que resuelvo del trabajo y de la casa.  Y la experiencia me dejó claro que no puedo ser mamá, dirigir la casa, abogada, litigante, administrar mis ansiedades, hacer de maestra de kinder y seguir siendo yo, todo a la vez. Tratar de hacerlo es irresponsable con el cliente que confía en que uno pueda defender sus intereses ante un juez.

El esquema está pensado desde un Olimpo judicial para alguien que trabaja en la casa solo y por gusto, con figuras silenciosas que cuidan a sus hijos y un marido que trabaja afuera o en otra de las muchas oficinas de la mansión, sin salario ni jornada reducida. Desde un lugar donde no existe la pandemia.

No hay acceso a la justicia virtual para los que no tienen internet. Ni siquiera pueden iniciar sus juicios porque ha sido necesario suspender sus citas para firmar demandas, justo en el momento en que abundan las injusticias laborales.

La justicia, pronta y cumplida, queda solo para los que tienen los privilegios de cumplir con todos los requisitos del privilegio y claramente fue ideada desde ese mismo lugar, por magistrados que, á la María Antonieta, dijeron “No tienen pan? Pues que coman pastelillos!”

La jueza hizo todo lo posible y fue amable y paciente con mis carencias. Pero yo sé lo duritos que somos los abogados para la tecnología y no dejaba de pensar en qué habría detrás de esa puerta. Qué le esperaba cuando finalmente la abriera, qué le habría acumulado la vida. Hacerle esto a funcionarios judiciales que están desde la casa haciendo malabares para hacer lo mismo- multifuncionar en medio de una pandemia- es una grosería y una injusticia.

Estoy segura que si algún magistrado tuviera que dirigir una sola audiencia virtual de cuatro horas, con conciliación, declaración de parte y tres testigos, sin auxiliar, letrados o alguien que le haga todo, inmediatamente tira el plan a la basura.

La Corte tendría que haber suspendido por lo menos las audiencias reprogramándolas en el mismo orden que las suspenden. En los casos donde aplica, suspender la acumulación de intereses e indexación durante la emergencia. Siempre hay atraso judicial y desde la casa bien podrían estar resolviendo todo lo que estaba acumulado porque todos sabemos que los edificios de la Corte son una ratonera para efectos del virus.  Este formato, tan atravesado solo debería quedar para casos urgentes, donde la vida o el bienestar de los más vulnerables esté en riesgo y no haya otra opción.

Es cierto. Yo, por muerta de hambre y pelotera acepté el formato. No me obligaron. Bueno, más o menos, porque la otra opción era hacerlo en vivo. O sea, pichunga o matanga. Pero solo una vez capan al perro.

Nevermore- quothed the raven

 

arriba abajo

La parte de arriba y de abajo

JUEZA

Lo que vio la jueza


Gotitas de lluvia

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