Hace un año, operamos a Pato. Una cosa pequeña, rutina de muchas infancias: amígdalas y adenoides. Llegó tranquilo y valiente al hospital. No tenía idea de a qué iba. Solo dejaron entrar a uno a la preparación y fui yo. Se dejó vestir la batita verde, la gorrita, todas las medidas, poner la vía. Saludaba a todos los doctores y sonreía. Les decía cómo se llamaba, cuántos años tenía y que lo iban a operar.
Un enfermero me enseñó la cantidad de latidos por minuto. La baja saturación de oxígeno por las amígdalas enormes que lo obligaban a respirar por la boca y a roncar de noche. Lo mismo que le estaba atrasando avanzar en el habla. Luego se midió él, para mostrarme qué era normal. Y según él, haciendo una gracia, me midió a mí. Se sorprendió de ver una saturación de oxígeno del 100 por ciento y una frecuencia cardiaca de 70, aun en momentos de mucho estrés. Soy Miguel Indurain. Pero él era muy jóven y no entendió.
Pato se dejó poner la vía y se recostó en la cama. Vi como se empezó a quedar dormido, a perder control de los movimientos. El médico me puso la mano en el hombro y yo me recosté a él, llorando de la impresión de ver a mi bebé apagarse.
No recuerdo a dónde esperamos, si fue juntos o yo sola. Sé que entré al área de preparación cuando me llamó el médico. Eso significaba que ya habían terminado y todo estaba bien. El médico me había dicho. Eran momentos. Yo llevaba una bolsa con sus juguetitos.
Se empezó a alargar. Lo oí llorar y de repente nada. Me decían que ya casi, ya casi podía entrar a estar con él mientras salía de la anestesia. Nadie me decía nada más. El médico no contestaba el celular. Empecé a hacer sentadillas sentándome y levantándome de una camilla hasta que hice 100 y quedé empapada en sudor. Las enfermeras me pedían que me sentara, que tomara agua, que me recostara, que fuera a buscar a Marce. No puedo. Pato ya salió de cirugía. En cualquier momento entro. Me fui a parar frente a las puertas dobles de recuperación. Al otro lado estaba mi hijo, esperándome.
De repente lo oí llorar desesperado. Las puertas e abrieron y el médico me llevó a dónde estaba Pato. Justo en este momento se despertaba y se sentaba de golpe. Dos enfermeras lo sostenían de cada brazo. Era como el despertar de una pesadilla, los ojitos desorbitados, aterrados, el llanto ronco, desgarrado.
No sabía qué hacer. No esperaba verlo así. Se suponía que era una cirugía sencilla. De rutina.
“Todo había salido bien. Cuando la llamé y le dije que se viniera, estaba dormido. De repente hizo un espasmo cuando lo pasamos a la camilla., pero ya logramos controlarlo. Quítese la ropa. Póngase esta bata, tápese el pelo, métase en la cama con él, vamos a poner aire caliente.”
Pato había hecho un espasmo. Unos días después supe que eso significaba que dejó de respirar. Casi hace un paro.
No dejaba de llorar, pero apenas me sintió debajo de él, se acurrucó en mi pecho, piel con piel. Mamá, mamá, mamá. El llanto era igual de intenso pero esta vez de alivio. Mirá lo que me hicieron. Me duele. Tengo frío. Dónde estoy. Dónde estabas. Porqué me dejaste. Mamá, mamá, mamá.
Yo tenía que asegurarme de sostenerle muy cerca un tubo con oxígeno, de tocarlo, de consolarlo. Le hablaba bajito. Aquí estoy bebé. Ya te operaron. Todo salió muy bien. Estás muy bien. No te preocupés. Llorá, llorá. Mama está aquí. Mama te ama.
Me corrían las lágrimas. Le acariciada el pelito colocho, los bracitos, los cachetitos, las piernitas, las manitas. Le empecé a contar los deditos. Diez. Viene completo.
El está bien– decía el médico- esta reacción es normal.
No tenía consuelo. Y aquel calor. Y los dos sudábamos, pero él aun tenía frío. Le dieron un jugo, a sorbitos. Esperemos a ver que no se vomite antes de pasarlos juntos al cuarto. El se queda encima suyo hasta que se calme por completo. Le conté cuentos inventados, le canté canciones muy bajito. Le dije que hoy dormiríamos juntos, le recordé los juguetes que venían en la bolsa, que en la cama tendríamos su almohada y su cobijita. Que ya pronto nos iríamos a casa.
Se dormía por ratitos y seguía llorando dormido, sollozos de me duele, sollozos de porqué me hicieron eso. De repente se despertó. Y papá? Y volvió a llorar, tirando los bracitos hacia adelante. Papá, papá, papá.
Papá pudo entrar y verlo. Papá, papá papá.
Se quedó dormido. Cuando el médico autorizó, nos llevaron a los dos en la cama al cuarto. Y ahí nos quedamos juntos, con mi bebé dormido encima de mi cuerpo, seguro y confiado oyendo un latido que nunca escuchó en el vientre pero que oye todos los días y todas las noches.
Qué dice tu corazón mama? Oílo, le digo- poniéndole la manita en mi pecho- dice Pa- to, Pa- to
Y el mío dice ma-ma, ma-ma
Esta locura, esta experiencia, esta espera, este miedo, este verte despertar de repente a la vida, sentir tu cuerpito vulnerable encima del mío, escuchar tu llanto primitivo, darte el primer líquido, acariciarte, darte calor, consolarte y calmarte hasta dormirte hecho un puñito. Darte oxígeno.
Nunca sabré lo que se siente en un embarazo. Pero más o menos así debe sentirse haberte parido.
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