Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

314 casos

desde la isla de

Todavía no me acostumbro al nuevo orden de las cosas. Algo tan simple como que Marce vaya a la feria, me pone tensa. Quisiera que fuese más temprano y cuando regresa diciendo que tal vez sea mejor buscar un proveedor a domicilio por la cantidad de gente que había, siento que muero un poquito.

Ayer traté de llenar el día con Pato. Lo bañé casi una hora, oyendo música los dos, tratando yo de poner de mi parte para jugar por enésima vez las mismas cosas. Esta vez, con el carrito de policía, le advertía a los otros juguetes los riesgos del virus y que tenían que ir a sus casas.

Le pongo las canciones de Fe de Roberto Carlos no sin algo de culpa. Marce me advierte que cuidado lo hago pandereta. Pero a mí, la agnóstica cuasi atea, me dan paz. Me consuelan. Quién sabe qué lejana fibra infantil me tocan. No quiero decir que me esté convirtiendo, ni mucho menos. Es simplemente algo que en momentos muy duros de mi vida adulta, como cuando tuve el cáncer, o en depresiones profundas me ha ayudado.

Me duele la boca y me cuesta comer. Ayer casi no comí nada y estuve haciendo los enjuagues de agua tibia con sal. Me alivian un poco, pero el sabor a sal en la boca me deja con asco y no quiero comer más.

El día estuvo ventoso y frío. Normalmente un día lindo para mí… pero me doy cuenta que lo era cuando la opción era no salir. Ahora que es forzado- por algo bueno, pero forzado al fin- no deja de ser algo triste y pienso en mi abuela, que siempre decía que los días grises le daban ganas de llorar.

Para marcar el domingo, como si fuese un domingo cualquiera, pasé en pijama, y por el frio, envuelta en mi bata. A media mañana me sentí un poco mal y me recosté un rato y me quedé dormida 4 horas. No creo que esté reponiendo sueño. Creo que estoy deprimida.

Mis depresiones no suelen ser tristes. Son más bien como una amargazón horrible con la vida, un enojo, una decepción, una sensación de que nada tiene sentido. Una mala cara permanente, una desesperanza y ayer me sentí así.

No quería ni siquiera revisar los videos que me mandan amigos cercanos. Los gráficos nuevos, a pesar de las buenas noticias, no me hicieron sonreír siquiera. Es como un hartazgo del mundo.

Me despertó Pato pegando brincos encima mío. Marce tiene infinita paciencia con él para jugar punto hasta que los dos quedan empapados, varias veces al día. Trato de asumir a Pato por ratos para que Marce también pueda hacer sus cosas.

Ayer me explicaron que si no salgo de la casa, no tengo que estar lavándome las manos. También que use crema humectante, porque si se me rompen, creo surcos que aumentan el riesgo del contagio. Como me dormí con el pelo un poco húmedo, veo el efecto en el espejo. Me veo colocha. Un poco.

Recuerdo además cómo siempre me han llamado la atención las historias de encierro. Particularmente he estado pensando en la película de Room, porque ella tenía un niño como de la edad de Pato. Ayer recordé cuando leí Flowers in the Attic. Leí además a una enfermera en NY decir que nunca había visto algo así y que probablemente por ser judía,  esto le recordaba al Holocausto. También he pensado en esas mujeres con niños pequeños, escondidas por años, enseñándoles a estar todo el tiempo quietos, en silencio. O en los astronautas, que pasan hasta un año solos en una estación espacial, su fuerza para no volverse locos.

En NY ya están llegando a 2 mil muertos. Pronto serán más de los de las Torres Gemelas y el número seguirá creciendo. Pienso en mi tía loca, que vive allá sola y no sé qué pasará con ella. Está mayor. Mi fatalismo me dice al oído que la van a encontrar muerta y que no nos vamos a enterar qué pasó con ella. De repente pienso qué hacer si mi mamá se enferma, quién la lleva, a dónde. Qué hacer. También he pensado preguntarle si ella quiere que la entuben o la revivan si eso llega a pasar. Pero no me atrevo.

Nosotros  no estamos ahí. Ni como familia ni como país. Elegimos encerrarnos por seguridad. Y es posible que muy pronto sea una orden.

La CCSS busca deseseperadamente ventiladores y yo cruzo los dedos para que los encuentren. Los fabricantes los venden a precio de sangre. Ojalá podamos multiplicarlos pronto. Hay 6 personas en la UCI y de ellos solo uno es adulto mayor. Ya el Ministro de Salud no sabe cómo pedirle a la gente que no salga.

A Pato el pelo le crece muy rápido y me pregunto si llevarlo a cortárselo será una salida esencial. No lo es. Ya lo ha tenido más largo. Perfectamente puede esperarse a finales de abril y en el peor de los casos, le hacemos una cola.

Había evitado trabajar el fin de semana y al final del día, me puse a revisar correos. Por suerte nada malo. Me aprobaron una suspensión, me pidieron información adicional de las otras. Parece que vamos bien. Es trabajo molesto para mí por el nivel de detalle, ver un documento, copiar, cerrar, revisar. Pero hay que hacerlo. Y tengo que aprender a superar esas malcriadeces.

Estaba concentrada cuando Pato me regó el fresco encima. Hice cara de odio pero no maldije en voz alta. Igual se asustó y se fue llorando adentro. Tengo que repetirme siempre que es tan chiquitito, que hay que tener paciencia, que basta ver cómo se ha apegado a un peluche. Que para él esto no es fácil.

Anoche soñé que mi familia paterna compraba una cantina en Barrio México y me ofrecían trabajar ahí. Yo aceptaba. Era un lugar esquinero, que existe, de suelo de madera, oscuro, con mesas separadas, con reservados, con teles con cualquier cosa brillando en medio de esa noche artificial. Y llegaba gente conocida a reunirse para proyectos y cosas. También llegaba un ex de hace 20 años a buscarme. Me contaba que se había divorciado porque su esposa resultó ser lesbiana y se lo había dicho después de muchos años. El había vuelto a Costa Rica y me buscaba. Se veía igual que antes. Yo lo oía, sin interés, hasta preguntarle si lo que quería era coger. Íbamos hacia adentro de la cantina, buscando un lugar. Tenía pasillos con ventanas internas, escaleras internas, cuartos que no se usan, como las casas viejas que me gustan tanto.

Hoy vuelvo al dentista. Y además, agrego minutos a mi rutina de ejercicios.

Se supone que la tercera semana de encierro es la más dura. Allá vamos.

 


Gotitas de lluvia

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