Ayer todo parecía un día normal. Un jueves que era domingo, con poca gente en la calle, mucho sol, viento, comercios abiertos.
Fui a buscar unos medicamentos más a la misma farmacia del incidente del otro día. Aproveché para comprarle a mi mamá un termómetro de pistola, valeriana, melatonina. Pasé al Fresh y le compré además más fruta, un queque de zanahoria.
Llegué al Automercado 10 para las 9. El nuevo horario está funcionando bien. Muchos adultos mayores haciendo sus compras. A las 9 entré, sin fila, sin problema. Aun habían adultos mayores y la gente los evita como la peste. Es curioso pensar que eso se hace por protegerlos a ellos y no porque ellos tengan algo malo.
Encontré algunas cosas de limpieza y unas revistas que quería mi mamá. Además, le llevaba libros, lo que pude encontrar en mi casa que le pudiera gustar a ella.
Ayer no tuve que ver escenas de neurosis
Lo pienso y la veo y cada vez hago más las paces con la posibilidad de que ella no sobreviva el pico si se llega a infectar.
El sábado pasado fuimos a almorzar a la casa de ella, yo con la misión de insistirle que no saliera. Y no es fácil. Nunca fue una persona que quisiera estar en la casa. Estar fuera, hablando con gente, haciendo mandados es algo que siempre la llenó de vida.
Además le permitía huir el ambiente tan denso que había siempre en la casa y que a ella le tocaba sobrellevar. No la victimizo. De niña mil veces le pedí que se divorciara. Nunca pudo o nunca quiso. Y ahora tiene que sobrellevar el encierro con quien muchas veces fue su agresor, ahora un adulto mayor, un viejito.
Ese día me dijo que si alguno de nosotros se enfermaba, ella tenía que cuidarnos. Le insistí que no, que probablemente nosotros sobreviviríamos a una infección, ella no. Me respondió que de por sí, ella ya había vivido. Me enojé. Le dije muy grosera que no era una muertecita de infarto, en el sueño. No. Que moría ahogada, con fibrosis pulmonar.
No dijo nada más. Hasta ahí llegó su altruismo materno, pensé ese día.
Pero he estado pensando más en ella en estos días, porque sé que está muy afectada y llora. No porque se vaya a morir. Llora en general por miedo y por todo lo que pasa y la soledad y el encierro, que en ellos no es por orden del gobierno sino por sobrevivencia.
También he pensado mucho que es posible que mi ansiedad venga de ella. Aunque de niña, ella siempre la vi como la persona más fuerte del mundo. En la crisis de los 80, era quien iba a las fábricas a buscar sacos de arroz, de frijoles, bolsas gigantes de papel higiénico comprada directa del fabricante, para asegurarse que no faltara lo básico. Incluso siempre le regalaba a sus hermanas.
Una de mis tías era la secretaria del director del Hospital San Juan de Dios. Y recuerdo sus llamadas tétricas, después de un temblor, cuando había aviso de huracán, dando información que solo manejaba el hospital y pidiendo que nos preparáramos. ¿Cómo se prepara uno ante una tragedia? Usualmente o al menos eso creía yo, al final no pasaba nada. O sí pasaba: mis ataques de “nervios”
Yo me daba cuenta de esas llamadas y empezaban los temblores de piernas, la sensación de querer salir corriendo, las lagrimas y sobre todo el silencio. No me atrevía a decirle a ella que tenía miedo porque de por sí, yo le tenía miedo a tantas y tantas cosas y pasa lidiando con esas ansiedades en silencio. No quería asustarla más. Y sentía la rara obligación de protegerla de mi propia debilidad. Ella se daba cuenta y me daban espíritu de azahar. Recuerdo una vez, después de un temblor muy fuerte, que incluso me dio alguna pastilla tranquilizante. La cuarta parte. Me noqueó de inmediato pero por lo menos pude dormir sin pesadillas, el sueño d ellos psicotrópicos, cuando se apaga todo el cuerpo.
Espero que mis propios ansiolíticos pronto me hagan efecto. Ayer lloré un poco menos. Pero noto cómo, a partir de las 11 de la mañana, me empiezo a poner muy tensa, pensando en la conferencia de prensa del medio día y las medidas que van a anunciar.
Hablé con Mauro, que me insiste en conectarme con mi ego pragmático, el que asume la crisis, la maneja, está atenta, sin caer en caos. El domingo en la tarde fue Mauro el que me dijo que era muy duro pensar en la muerte de mi mamá, con todo y la relación tan difícil que siempre tuve con ella, pero que también era cierto que había que aceptar que ella ya había vivido. Que no es lo mismo que me pase algo a mí o a Pato.
Además, algo que no me gusta oir, pero que es cierto: esto apenas empieza. Y eso no significa necesariamente que vamos hacia el barranco, ni que no se va a poner peor. Sé que se va a poner peor. Pero ante todo significa que aun falta tiempo, rato.
Ayer que me escuchó tan mal, me recordó que mi motivación está en esa cosita que ahora se empezó a orinar sin ir al baño, otra vez y que hay que proteger ante todo.
Se ríe todo el día. No reclama. Juega con sus cositas. Ayer en la noche me preguntó cuándo volverá a ver a sus amigos. También me pidió que cantáramos juntos a“una de las canciones que me cantabas cuando era uno bebito”
El dúa que me di cuenta que no había comido yo, me di cuenta que el tampoco. Me hice una pasta y de eso él si quería comer. Jugaba a ser perrito y yo le daba cucharaditas. Entendí esa sensación de que porqué una mamá se quitaría la comida de la boca por dársela a un hijo. Y verlo, me obliga a sonreír, a cantar con él, a jugar, a inventarle cuentos, a no llorar frente a él, a ser fuerte. A ajustarnos a esta nueva normalidad.
También he penado en “La vida es Bella”. Por algún lado en estas alamedas debo estar despotricando contra esa película, que en su momento me pareció ofensiva para los sobrevivientes de los campos. Hoy por hoy, creo que entiendo a ese papá que trató de proteger a su hijo del horror aunque fuese en la ficción. Y es un ejemplo a seguir, al menos para mí
Y vuelvo a pensar en mi mamá. Su manera tan particular de hacer las cosas porque nunca supo cómo hacerlas diferentes y porque además la vida en general, que le distorsionó su forma de mostrar amor o su incapacidad de sentirlo. Trató, siempre, de protegerme de mi propio miedo.
Ahora se invierten los papeles, como suele pasar en la vida. Ahora soy yo la que se muestra fuerte y comprensiva. La que le dice que se tome el té, que lea, que tome las gotas. Que me avise si necesita algo. Sé que es fuerte. Que ha vivido cosas durísimas en la vida: irse de su casa, que toda su familia le diera la espalda, embarazarse de mí sin quererlo, perder un bebé, la muerte de mi papá, el alcoholismo y la violencia de mi padrastro, el asma intensa de mi hermano. Cuatro hijos. La vida.
Pero no me atrevo a decirle que todo va a estar bien. Solo trato de suavizar la espera.
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