Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Campeona nacional 100 CI

desde la isla de

Hace 4 años participé por primera vez en un torneo. Esa primera noche sudaba a chorros, según yo por el calor, pero eran los nervios. Inocentemente, me apunté como en 9 pruebas, porque no tenía idea de la dinámica de esas competencias. Después de 7 minutos del 200 pecho, las piernas me temblaban y quería desmayarme.

Igual estaba feliz. Mi primer torneo, mi primera competencia deportiva en la vida. Un año antes me habían operado de cáncer de mama y había tenido que reaprender a nadar.

Cuatro años después, he salido fuera del país a competir. Me han descalificado. He ido a Panamericanos y a torneos master internacionales. He nadado en piscinas cortas y largas. He nadado mareada, enferma, sintiéndome bien, sintiéndome triste. He tenido ataques de pánico en distancias muy cortas. He sentido los brazos como machetes. He tratado de resolver el misterio, sin lograrlo.

Cómo decidir qué llevar, cuántos paños, cuántos vestidos de baño, si me cambio después de calentar o mejor me quedo mojada. Dónde dejé cada cosa en el bulto. Cuántas bolsas. Qué necesito. Qué me sobra. Qué es mejor. Si medias cortas o largas. Cuáles chanclas. Si tomo mucha agua o mejor no.

Para este torneo, tenía planeado no trabajar jueves ni viernes y la vida echó atrás el plan. Trabajé sin parar desde las 7 de la mañana hasta que llegué al parqueo de la piscina, comiendo con el teléfono en la mano, poniendo mute para que no me escucharan masticando el almuerzo.

La gastritis. Ese incendio en el estómago en cada brazada. Fue la ensalada de pollo? Fue la coca cola de anoche? Fue los 4 días que no pude tomar la pastilla porque se me había acabado?

La primera prueba. Me subo a la banqueta y pierdo por un segundo el balance y eso me saca de todo y me tiro y en lugar del jalón de pecho hago salida de libre o una mezcla rara y paso 50 m pensando que me van a descalificar, castigándome, pero no pasa nada.

50 dorso al suave porque seguía, inmediatamente, 100 libre. Y aunque ya había tomado la pastilla, no me había hecho efecto. La lluvia, necia, constante, la humedad y el barro.

El 100 libre. La que yo creía que iba a ser mi prueba. Venía haciendo buenos tiempos en el entrenamiento. Buenos no. Excelentes. De 2:40 a 2:18. Esperaba de verdad bajar ese 2:18 o hacer un poco menos. Pero no. 2:28.

Y la decepción. Desde que entré al agua sentí que no iba a salir. Los brazos no iban tan rápido como quería. No pude hacer el primer 25 a 6 brazadas. A la tercera piscina no podía ya patear. Y bueno. 2:28

Me quedaba el sábado el 50 libre. Cortísima. Solo una prueba en todo el día, justo al medio de la jornada, sin mucha espera, no muy cerca del calentamiento. Ya desde la pretemporada venía pateando en libre, también mejorando mucho los tiempos. Por ejemplo, bajando a 1:04 en entrenamiento. El record era 1:11.

Llamaron a fiscalía y tenía que esperar mi hit. Hacía mucho sol y me tosté mientras esperaba que me llamaran. Y sentí cómo se me iba entumiendo el cuerpo, del peso de la responsabilidad de la prueba más corta, pero de la que ha sido mi minotauro personal. Recordé cuando terminaba un 25 y tenía que parar a tomar aire. Los dolores de brazo. Las ganas de llorar.

Desde que entré al agua supe que esta no iba a ser. Los brazos no se me movían con la rapidez que yo ordenaba. Me pesaban y no sabía porqué. No estuvo mal pero no estuvo bien. El profe me felicitó, pero yo hice mala cara. Apenas bajé un segundo.

Un segundo! Un segundo es todo. Un segundo, pero ahora con mejor técnica. Un segundo, pero llevaba dos días de trabajar en el día y nadar en la noche, con pocas horas de sueño porque quedo eléctrica después de nadar en la noche. La espera, las condiciones, que no puedo-no es usual que se haga mejor tiempo que en el entrenamiento.

Me dijo que le gustó la tercera piscina porque iba picando. Pero no. En esa tercera piscina ya no aguantaba patear y me obligué, Ni siquiera me acordé que iba alguien más a la par mía, mucho menos picarme.

En cada prueba hay miles de detalles que se me olvidan hasta que voy en el agua. Desde nadar con los ojos abiertos hasta ir contando las brazadas.

El profe, con su infinita paciencia: Sole, recuerde los inicios. Acuérdese lo que nos costó bajar de 1:30. No es lo mismo en nuestra piscina, con los amigos, en medio del chingue. Esto es torneo. Es otra cosa. Ni piense en esos tiempos.

Yo necesito más torneos. Si es otra realidad necesito acostumbrarme porque son realidades muy efímeras. Menos de 3 minutos donde pasa de todo, donde el ruido en la cabeza es enorme, donde paso por todas las sensaciones.

Nadar es ubicarme, cada vez. Pensar que ahora soy mucho mejor y que me sigan sembrando en los primeros hits- los más lentos- con las señoras mayores que todas son más rápidas que yo. Y porqué me importa si esto soy yo contra yo? Pero pesa.

Esa tarde dormí todas las horas. Y en la noche también. Agotada, por 50 metros.

Hoy competía por primera vez en 100 combinado, sin el peso de un tiempo previo pero con el lastre de una mariposa que sé que es lenta. Esta vez me cambié el vestido de baño del calentamiento. Creo que nunca me voy a lesionar nadando, pero es muy probable que me lesione tratando de ponerme un vestido de baño seco en un cuerpo húmedo y en un baño pequeño. Termino empapada en sudor del esfuerzo, con todo mal acomodado.

A la sombra, tomando mucha agua fría, esperando el momento. Y cuando por fin llegó, creo que logré encontrar la llave que a mí me sirve para no engarrotarme. Esperando detrás de la banqueta, mientras el hit previo terminaba, canalicé la canción del Joker en las escaleras. Y procuré que eso fuera lo único que escuchaba. Todo cayó en silencio menos la música.

Y eso me guió en el primer 25 de mariposa. Descansé en dorso. Pecho me costó un poco y libre iba deliberadamente despacio, no porque quisiera sino porque el cuerpo no daba.

Porqué, si nado 3 000 metros diarios, 100 pueden conmigo? Cuántos torneos para que se me quite esta piedra, este lastre? Cuándo podré convivir con eso, saber que viene, no sorprenderme?

Pero por lo menos ahora tengo la música. Siempre ha estado en los torneos, pero desde el primer día, en el calentamiento, era tan buena, que cada 25 paraba a echarme una bailadita y volver a nadar de vuelta. Música de mi adolescencia. Música que hace que mi 3% de Costa de Marfil se mueva solo y que mi 1% de Finlandia evite que siga el ritmo. Música de ideales y lucha, como Matador, sobre todo en este momento en que Víctor se hace enorme en Santiago, una vez más.

Quedé en segundo lugar, muy feliz y convencida de volver a nadar esa prueba. Un par de horas después, me avisan que en realidad fue campeonato nacional. A alguien descalificaron. Y qué? Alguien no llegó. Y qué?

Para este torneo además aprendí que no es lugar para Patito y que sus porras las llevo en el pecho. Que no hay mejor apoyo que el que me dan desde casa, sabiendo que no me tengo que preocupar por nada de eso.

Es la primera vez que tengo un primer lugar en algo deportivo. Y siento algo diferente a la alegría, tan efímera ella y tan alborotera, y algo más cercano a la felicidad, a la satisfacción.

Helados de palito deliciosos. Abrazos con conocidos de otros equipos. Confidencias de vida sentados en sillas de playa. Empanadas de queso. Las montañas azules desde la banqueta. El cielo.

Perder el miedo al ridículo. Echarse la bailadita en la banqueta. Sonreír y levantar los brazos en victoria. Las señoras que te tratan de vender vestidos de baño que no les quedaron, calculando tu cuerpo por lo que ven en el vestidor.

“Subirse a esa banqueta es de valientes. Yo los admiro”- dice el profe.

Este fin de semana fue mío y del agua. Sin correos. Sin llamadas. Sin nada que pensar más que en 25 metros para allá y para acá y de regreso. En segundos. En tiempos. En lo efímero de la vida.

Y en ese primer silencio que siempre me regala el agua.


Gotitas de lluvia

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