Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Un Nadador Shaolín en el Torneo nacional master de piscina corta

desde la isla de

El viernes en la tarde, cuando empezó el torneo, calenté despacio, con calma. Hice todos los ejercicios. Me tiré de la banqueta y me moretié porque eso no practiqué nunca.  Ese día nadé el 100 de pecho, quedé cansada, pero no muerta. Según yo, mantuve el ritmo intacto todo el rato.  Fue la última prueba de la noche.

Al día siguiente, el sábado, empezaba con relevos. Me tocó abrir con 50 m libre. Esa y el 100 eran mis verdaderas pruebas, porque este año volví a aprender a nadar, especialmente libre.

Después de la licencia de Pato, que fue ajuste, contracturas, lesiones, montañas rusas emocionales y nada de agua, volví a la piscina. Don Francisco tuvo la paciencia de intentar conmigo varias opciones, instrucciones, sugerencias, hasta que al fin, mis brazos se conectaron al cerebro y mi brazada en libre dejó de ser un chapoteo. Cuando empecé a hacer ese movimiento, me sentía enorme y ridícula, de verdad como uno de esos molinos gigantes de los campos de Montiel a los que se enfrentaba el pobre loco del Quijote. Hasta que me vi en video y el cambio es notorio. Me veo casi normal, como si nadara de verdad.

Pero no fue solo la brazada. La patada: que la haga de muñeca, que me olvide de las piernas, que para qué darle oxígeno a miembros tan grandes que están tan lejos, que los pies se me disparan y distorsionan el avance. Que suba la barbilla. Que no baje los brazos.

Y lo más difícil de todo: Vaya despacio. No sea tan acelerada. Haga los movimientos muy, muy lentos. En los calentamientos de las Olimpiadas y los Mundiales los nadadores repiten con precisión milimétrica los movimientos que después van a hacer en la prueba. A usted en qué le afecta lo que hagan los demás? Vaya despacio. En esta vida todos quieren resultados inmediatos. En otro país, dedicado 100% a la natación, con otros medios, hubiéramos ganado el oro en 3 o 4 años. Aquí duramos 26. Estuvimos cerca en el año 5 y luego, se alejó, se alejó, se alejó y luego, 26 años después pasó.  Las cosas no son de hoy para mañana. Yo ya me había dado por vencido con usted, pero ahora lo hago por vanidad mía. Yo sigo adelante si usted me responde.

Si supiera. Si supiera que lo que estamos tratando de cambiar es algo tan estructural. Que desde siempre termino primera. Que las cosas pendientes me queman las manos, me agobian. Que todo lo hago rápido. Que lo mío es la eficiencia, terminar de primera, casi siempre bien, a veces, muy pocas, mal. Seis semanas de prácticas en las madrugadas para empezar a entender que mi virtud es mi defecto y que los defectos se encaran y se trabajan, aunque uno haya pasado una vida entera huyendo. La realidad siempre te alcanza.

Antes del relevo, me había cambiado para ponerme un vestido de baño seco. Me traje uno nuevo, que no me di cuenta que era más pequeño y encima, forrado. Duré casi media hora en un vestidor enano, pegando contra las paredes, entre jadeo y resoplo, tratando de ponérmelo encima de un cuerpo mojado. Se me arrolló tres veces y tuve que empezar de nuevo. Terminé empapada en sudor. Una compañera tuvo que acomodármelo casi que a la fuerza.

Me sentía consciente de mí misma, de mi cuerpo gordo e inflando por el ciclo hormonal, de la línea blanca de piel que decía “este vestido de baño es más pequeño”. Antes de irme para la Oficialía a reportarme le pregunté a Marcelo cómo se sentía: “Muy cansado”- me dijo. Eran apenas las 9 de la mañana. Faltaba todo el día. Sentí un hueco en el estómago de culpa, por obligarlo a estar ahí, por hacerlo cuidar a Patito.  Por no poderlo cuidar yo. Por mi egoísmo de insistir en nadar y participar en el torneo.

Me tiré al agua. Todo iba bien. Los brazos arriba, como tocando el cielo. Respire cada cuatro cada vez que pueda. No patee, concéntrese en los brazos. Arriba la cabeza.

Termino el primer 25 y empiezo a devolverme. Los brazos se sienten como piedras. Me cuesta un mundo moverlos. Empiezo a respirar cada dos brazadas. Soy la única que queda en la piscina y los demás me están esperando, es un relevo. Quiero ir más rápido, pero no puedo. Más bien quiero parar y salirme. Siento esa helazón que se me extiende por todo el cuerpo y un calor intenso. No puedo más. No importa, vaya despacio. “Cierre, cierre!” “Duro, Ale, vamos!”. Voy a bajar los pies. Ya los bajo. Ya.

Pato me está viendo. Estoy nadando para Pato. Quiero que crezca sabiendo que aunque uno no tenga talento, siempre intenta. Que no se da por vencido. Que prueba una y otra vez. Que el MIR no se exilia. También hay que aprender que a veces se pierde, que la vida es así, que eso no da vergüenza, pero eso lo tengo que aprender primero yo.  Es agotador, Patito, tenerte aquí en el torneo. No pude descansar después de calentar, porque querés un banano, porque corrés de aquí para allá. Alzarte me cansa los brazos y los necesito para nadar. ¿Cómo hace Claudia con Ceci? ¡Qué gata que es! Pato no puede ir conmigo a Fort Lauderdale. Esto es agotador. Agotador.  No puedo más. No puedo.

Voy a bajar los pies. Me duelen los brazos.  Ya los bajo. Ya.

Llegué.

Cuando llegué, estaba hiperventilada y perdida. Me dolía todo el cuerpo, no me podía mover. No podía hacer burbujas. Me recosté en la orilla y me puse a llorar. Quería gritar. No sé ni porqué-

Tal vez llegué tan hiperventiladas que me provoqué un pequeño ataque de pánico. En el fondo, sentí que le había fallado a todos. Porque tuve la arrogancia de pensar que a la primera ya iba a salir bien. Porque jamás me esperé esa sensación de dolor muscular y de pesadez.  Porque pensé que iba a ser muy fácil.

Salí y mis compañeros me abrazaron preguntándome si estaba bien. Ana, la chama, me dio un abrazo largo y me repitió que me quería. Casi me pongo a llorar otra vez.  Después me dijo que cuando me vio llegar y vio el estado en el que estaba pensó “Ana, sal de ese cuerpo, te lo ordeno” y me recordó cómo, ese sentir, ese estresarse, ese llorar, es parte de ser humanos.

Y después irle a poner la cara al entrenador con los ojos todavía rojos. ¿Qué pasó? No era reclamo, sino preocupación. Otra vez se me vinieron las lágrimas. No importa. Aquí no es importante. Usted hace esto por gusto y porque quiere. Nadie la obliga. Es bueno que esto pase y que pase aquí. Al propio te pusimos de primera en el relevo, porque no es fácil. A veces veo papás que regañan a un chiquillo que se estresa y les digo “Usted ha competido alguna vez? Sabe lo que se siente subirse a la banqueta? Tirarse al agua?”. Vamos a viajar y cuando viajemos tendremos gente diciendo vamos a darle duro a Costa Rica. Hay que aprender a manejar este escenario, la competencia, la presión, la barra. Pero lo hiciste muy bien, con los brazos arriba, yo estoy feliz. La calificación de su coach es excelente.

“La quiero mucho” me dijo y me tuve que aguantar soltarme a llorar.  Casi nunca me hace falta mi papá, pero cosas así me lo recuerdan. Que una figura paterna me diga que me quiere, es algo que no me pasa. En mi cumpleaños, siempre me lo dice el Patán, pero como él tampoco está acostumbrado, a los dos decirlo y oírlo nos hace llorar.

Quedé agotada ese día, porque así son los ataques de pánico. Te drenan. Dormí en la tarde y en la noche y me desperté a las 3 de la madrugada. Cuando me preguntaron cómo me había ido ese día, decía la verdad: “Me desconejé en el 50 libre de relevo de mujeres”

Al día siguiente empezaba con relevos y además, el 100 libre.

El primer relevo fue mixto de 50 libre, pero esta vez con otra cosa en la cabeza. Llevé mis vestidos de baño favoritos. Me dieron la opción de no nadarlo, pero yo quería hacerlo. Si yo no nadaba no había relevo y no podía permitir que el miedo nos jodiera a todos. Había que nadar otra vez, como cuando uno maneja inmediatamente después de un choque, para que el miedo no se asiente.

Además, iba de segunda. No me dio pena pedir ayuda para subirme a la banqueta. Cuando estaba arriba, mis compañeros más cercanos se aseguraron de que los viera, desde varios puntos de la piscina, de que sonriera, que supiera que estaban conmigo. Levanté el puño de yo aquí no me rindo.

Apenas entré al agua e ubiqué, mentalmente, en la piscina nuestra. Esta vez iba soleada y liviana y pude terminar bien. Sin dramas, sin lágrimas.

Luego 50 pecho, en relevo. Easy-piecey, pero cansada hacia el final.  Y vino el 100 libre. Tantos heats, pero yo estaba lista desde el evento previo, respirando hondo, tocando 5 superficies distintas, tratando de calmarme y pensando que esto es divertido, que lo hago por gusto, que ante todo, yo quisiera ser esa señora de 80 años a la que me le atravesé en el primer relevo del domingo, que sigue nadando. Pensando en el espectáculo que era ver nadar a Claudia mariposa o a Kurt Niehaus el 200 pecho. El lujo que es hacer lo que hago, con quien lo hago, con quienes me enseñan, por gusto. Por mí. Por ese espacio en el agua donde soy yo y no la mamá de alguien, la pareja de alguien, la amiga de alguien, la abogada de alguien.

Nadé 50 metros sin parar. Paré a hacer burbujitas. 25 metros más. Dos burbujas. No, mejor 3. No hay prisa. Iba pensando en levantar los brazos hacia el cielo, hasta tocar el sol. En que me quedan muchas madrugadas para seguir entrenando. En que este es el primer torneo al que iba con un objetivo claro y con una nueva técnica. Que seguiré practicando y practicando el 100 libre hasta que lo pueda hacer seguido y le pierda el miedo, como al relevo. Que tengo que aprender cómo se nada una prueba y cuando lo descubra, practicar y practicar y practicarlo. Que mi admiración por nadadores de alto rendimiento, los mundialistas y los olímpicos es inmenso. Que el tirano al que tengo que darle un golpe de estado vive en mi cabeza.

Pensé en lo misterioso de ser papá, de cómo un buen papá no es el que imita ni el cariño ni los gestos de la madre, tampoco el que la sustituye. Un buen papá es otra cosa que no sé bien qué es.

Y los últimos 25, sin sentir que me moría y pudiendo acelerar un poquito al final. Pude. PUDE.

Creo que mejoré mis tiempos del año pasado y de este año, pero no sé a ciencia cierta porque no me gusta fijarme en la aplicación para no psicosearme. Este año creo que en mis pruebas éramos muchas más y aunque los tiempos estuvieron mejor- creo- quedé en puestos más bajos y tengo menos medallas que el año pasado. Y me estorba, de alguna manera infantil y a la vez aprendo, porque el objetivo de este torneo era otro y no puedo distraerme de eso. Pero aporté puntos a mi equipo y quedamos de segundos.

Hablé con el muchacho más guapo, por error. Ya lo habíamos detectado entre los corredores y las graderías, un muchacho alto, rubio, parecido a mi amigo el Dr. M pero en versión guapo. Cuando Pato entró al gimnasio donde esperábamos los nadadores, lo llamé a gritos “Pato, Pato” y él se me acercó sonriendo: “Me llamabas?”. Y yo: “No… bueno, a menos que a vos te digan Pato”. Y él “Ah no, yo entendí Macho”.  A partir de eso nos seguimos saludando.

Esta vez sentí la diferencia de la que era yo el año pasado. Sobre todo, Pato y la carga extra que eso significa. Ya sabía dónde era la fiscalía, cómo se sentía la piscina, cómo funcionaba la cosa. Me llamó la atención la cantidad de nadadores que van solos y cómo a muchos de ellos, aunque los acompañan, en realidad los joden con reclamos de a qué hora nos vamos, estoy aburrida, tengo hambre, podemos irnos apenas nadés.  Si supieran el daño que hacen con eso. Mejor no vinieran si van a venir a joder.

Debí haber hecho más barra. Debí quedarme hasta el final todos los días. Debí haber apoyado más a los demás, porque somos un equipo familiar, donde todos para uno y uno para todos y es de verdad.

Y en cada prueba, en cada vuelta, allá, a la salida de la piscina, mi Patito muy concentrado y atento cada segundo, con la camiseta del equipo, aplaudiendo, gritando: “Mamá! Mamá!”  y recibiéndome con un beso.

Aprendo tanto en cada torneo…

 

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Gotitas de lluvia

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