Hoy me desperté y no fue en vos en la primera persona que pensé. Hoy es 6 y vos llevás 42 años desde aquel infarto y es la primera vez, desde que me acuerdo, que no siento a la tristeza rondando antes de dejarse caer, pesada y muda, un día 6.
No es que haya dejado de pensar en vos. Todos los días veo tu retrato. Todos los días te veo a vos en el espejo. Somos dos gotas de agua, decía Mimí. Y es cierto.
De hecho y si fuese posible, pienso en vos más que antes, en una parte que no conocí. Me pregunto si vos sentías por mí la misma ilusión que yo siento por Pato y quiero creer que sí. Cuando juego con él, cuando me río, cuando cantamos, cuando bailamos, cuando jugamos a las luchitas, cuando hacemos cualquier cosa juntos, siempre pienso en vos y si vos me querías a mí como yo lo quiero a él. Quiero creer que sí. Que eso se me quedó en algún lado en la memoria y que por eso, ahora, tantos años después, vuelve a salir.
Pienso en vos como aquella figura enorme y protectora y quisiera ser para Pato ese puerto y esa ancla que yo sentía que eras vos para mí. Te recuerdo poniéndome atención absoluta, interesándote en mis tonteritas y quiero que Pato tenga esa sensación, que pueda decirme cualquier cosa, que sepa que siempre lo voy a oír. Te recuerdo llevándome de la mano, dándome un beso, arropándome antes de dormir y quiero que Pato sepa que mi cuerpo es su casa. Sobre todo, cuando bailamos Pato y yo, recuerdo cómo vos pegabas tu mejilla con la mía y bailábamos como una pareja enamorada los boleros que te gustaban a vos. Y me cantabas.
Sabés? Ya ni siquiera me pregunto qué hubiera pasado si no te hubieras muerto. Tampoco qué pensarías si lo hubieras conocido, cómo serías de abuelo. No tiene sentido. Yo misma tengo poquísimos recuerdos de cómo fuiste de papá, recuerdos viciados por un Edipo fuertísimo, además. Una película malísima me cortó esa cadena a lo que hubiese pasado si. Porque siempre es maravillosa y como toda fantasía, cortada apenas para mi medida. Nunca, ese mundo paralelo es un desastre. Y sobre todo: no fue. No. Fue. Y si algo tiene la muerte es esa característica de definitiva sin excepciones. No hay opción. Entonces, ¿para qué?
Tampoco quiero ir al Cementerio. No me siento triste. No quiero llamar a mi mamá a recordarle qué día es hoy. No quiero que nadie me llame para decirme nada, que de por sí, cada vez son menos los que se acuerdan porque el tiempo pasa.
Será nuestro secreto, entonces, que ahora estás más presente que nunca antes en mi vida, en mi cada día, en esta gota de agua que se derrama sobre Pato. Y el mío será lo que nunca creí posible: que la herida, finalmente, se cerró. Era cierto lo que decían los cursis: el amor todo lo puede. Todo lo cura.
El tuyo, lleva 45 años conmigo y ahora, por primera vez, me doy cuenta que llevaba todos esos años ahí esperando para compartirlo, con Pato, con tu nieto. Con mi hijo
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