Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sueños

desde la isla de

Mis sueños son más o menos los mismos desde siempre. No me sorprende que se incorporen personajes o locaciones conforme conozco personas y lugares. No son todos. Pero cuando empiezan a aparecer, se quedan y siguen viniendo de vez en cuando, en sueños con estructuras claras que me conozco bien. Algunos sueños tienen escenarios que me conozco de memoria, pero que no existen en la realidad: una playa, una casa vieja enorme.

En los sueños de ternura, siempre el mismo muchacho tímido que quise tanto y que sueño que me quiso igual, aunque en la vida, como en los cuentos, se hizo de piedra. En los sueños sexuales, el mismo patán, el mismo desprecio, el mismo peligro, el guión, casi siempre el mismo. A él a veces le cuento.

Me llama la atención cómo se ha ido incorporado mi teléfono celular en los sueños ansiosos. La necesidad urgente de llamar a alguien y no recordar el número, o que el teléfono falle y no me permita hace la búsqueda o marcar una y otra vez el número equivocado. O como cuando aprendí alemán empecé a soñar de vez en cuando en ese idioma, hablándolo de forma muy fluida mientras estoy soñando.

Lo otro curioso que he notado, es la incorporación de otra yo en los sueños de siempre:

Sueño que me informan que necesito volver a hacer noveno, décimo y undécimo en el mismo colegio de mierda. No quiero. Recorro el colegio y veo todo lo que ha cambiado. Recuerdo lo mucho que la pasé mal ahí. Me consuelo pensando que regresaré como la persona que soy hoy y no como la que era. Me pregunto cómo voy a hacer con mi trabajo y el horario de clases. Recuerdo con vergüenza que me quedé en mate del primer trimestre, en esa humillación y me da miedo pensar cómo voy a enfrentar el álgebra que no toco hace más de veinticinco años.  Y de repente, antes de entrar a la clase del 9A, reclamo: no quiero ser compañera de muchachos que podrían ser mis hijos. Recuerdo que tengo título de la U y que nadie se daría cuenta si al final resulta que no hice 3 años de colegio. Les digo que decidí que no lo voy a hacer y me voy aunque todos me dicen que me quede. Me voy feliz.

Sueño que mi mamá entra en mi cuarto de adolescente, como lo hizo tantas veces, a vaciar mi closet y decidir, unilateralmente, qué no me queda y qué va a regalar. Que va a botar mis cosas para hacer campo para otras cosas y siento esa sensación de que estorbo, que estoy arrimada en la casa de alguien más, apretándome la garganta, tan parecido a las ganas de llorar. Siento la impotencia arándome el pecho y las lágrimas de rabia quemándome los ojos. Normalmente este sueño termina conmigo llorando lágrimas reales y con un grito atravesado que me despierta. Pero ya no más. En el sueño, paro en seco a mi mamá y le digo que no me toque nada. Que respete mis cosas. Que no quiero que me las quite. Que yo decidiré qué hago con ellas. En el sueño, mi mamá me ve sorprendida. Y, por primera vez, me respeta.

Nada mal para alguien que pasó todo el 1 de enero pensando que tenía un juicio que le chocaba con el torneo de natación en febrero y se esperó hasta la noche para verificar la notificación y la fecha.  No chocaban. Pero así somos los ansiosos cuando no estamos soñando que nos damos a respetar.


Gotitas de lluvia

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