Hoy vaciamos el cuarto que será para vos. Y mi closet. Salieron muchas bolsas de cosas y mucha basura. A veces siento que la casa está girando, preparándose para recibirte a vos. Y aun quedan muchas cosas más por hacer.
Vino tu abuela, que no resiste la oportunidad de revisar entre las cosas que salen a ver qué se deja, qué vende o a quién le da qué.
Se me ocurrió cuando la vi llegar. Sin decirle, la hice seguirme a tu cuarto y ahí, frente a la foto de mi papá, le dije:
“Tengo algo que contarle. Marcelo y yo vamos a adoptar un niño”
Se lo dije como cualquier cosa, mientras acomodaba algo más.
Nunca me imaginé la reacción. Se le salieron las lágrimas. Se reía alegre. Me dijo mi amor. Nunca me había dicho mi amor. Me abrazó. Te sonará increíble, pero no recuerdo la última vez que me abrazó.
Me dijo cosas que nunca le he escuchado decir. Me dijo que todo ese amor que yo tenía adentro se iba a materializar en vos.
Me dijo que ojalá tu papá no se pusiera celoso. Me lo dijo dos veces. Me dijo que tuviera cuidado con esos celos. No sé si me hablaba a mí o hablaba de mí. De cuando una vez, hace mucos años, yo le di celos a un hombre a que ella quería que yo le dijera papá.
Me contó de mi primo David. Ella fue con Martita y Mami Florita a buscarlo a un hogarcito en Santa Ana. En ese tiempo, las gente llegaba y se llevaba al niño que más le gustaba. Ya no es así. David fue el que se pegó a Mami Florita y así fue toda la vida. Cuando Tía Marta tuvo el cáncer, el que la cuidó, el que le dio de comer, el que estaba ahí cuando ella se fue quedando dormida, fue David.
Creían que caminaba corvetas, pero cuando le cambiaron los zapatos, se dieron cuenta que le ponían medias muy grandes y eso era lo que le afectaba el caminado. No saben porqué, pero le tenía pavor a la sangre. No se podía, en ese tiempo, cambiarle el nombre.
Me contó que Pi, un hermano de Mami Florita, también adoptó. Y Flora, una compañera de ella de trabajo. Ella no dice adoptar. Ella habla de un chiquito recogido. Eso va a cambiar. Le vamos a enseñar a hablar bien.
No quiso que le ayudara con las bolsas, como si yo estuviera embarazada. Antes de irse me volvió a dar un abrazo y me dijo que estaba tan feliz de ser la abuela de un hijo mío.
Le pedí que no le dijera nada a mis tías, porque no quiero opiniones cartagas.
Jamás me imaginé que ella hubiera sido parte de tantos casos parecidos.
Jamás me imaginé que lo tomara tan bien, que llorara de alegría. O que me diera un abrazo.
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