Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Día 92- Te voy a cambiar el nombre

Tal vez porque las letras siempre han estado ahí para mí, porque me han aceptado y escondido, porque me han dado alas, porque a veces me siento mejor escribiendo que hablando, creo en el poder de las palabras y en la realidad que ellas, solitas, logran crear. Creo que los nombres tienen fuerza y tienen identidad. Quisiera que nuestro hijo llevara un nombre que nosotros elegimos para él o para ella.

Mi madrina se llamaba Marta. Martita. Tía Marta para mí. Y su mamá, que fue una abuela afectiva, Mami Florita, bajita y blanca, con ojos celestes y líquidos. Mami Florita adoptó a la hija de su empleada doméstica y la crió como suya. Ella se llama Rocío, y es la madrina de mi hermana que se llama igual. Sale en muchas de mis fotos de bebé. Dormía con ella cuando me quedaba a dormir en esa casa. Tenía la mejor colección de todas de revistas de Archie y del Pato Donald.  Rocío nunca supo que era adoptada y que la empleada era su mamá biológica. Cuando se enteró, se puso furiosa y quiso cambiarse el nombre a Daniela. De hecho, muchos de sus amigos le dicen así y lo tiene como un conocido como en la cédula.

Tía Marta adoptó a un niño, que se llama Carlos José. Pero ella, y todos nosotros siempre le dijimos David, porque era el nombre que ella quería para él. Mami Florita, que lo adoraba, le decía David. Fabio, el hermano que murió, le decía David. Mi mamá y yo también. Los amigos cercanos, la familia, todos. La distancia la ponían los documentos oficiales.  El nombre del cariño es David, no Carlos José.

Dicen en el PANI que probablemente vas a venir de una situación familia difícil o violenta. No quiero que tengás ningún vínculo a ese pasado de dolor. No quiero que sea una carga para vos. Te cuento: yo detesto que me digan Alita porque así me decía mi tío y su esposa, que tanto daño me hicieron.

Para mí , dejar botado el Alita fue liberador. Igual que es en Twin Oaks, la comuna en Virginia, aquella donde vivía Kat, poder cambiarse el nombre simplemente escribiendo su nuevo nombre en un árbol de la finca. O como lo fue para Cassius Clay cambiar a Mohammed Ali. O para Malcom X quitarse el apellido Little, el apellido de un esclavista. O Maya Angelou para liberarse de su pasado de empleada explotada. Y lo sería en este país si la gente trans se pudiera cambiar el nombre. Lo habría sido para mí cuando pude recordar el abuso sexual. Con todo y lo que yo adoro a mi abuela y a mi papá, y con lo bonito y sonoro que es mi nombre, yo, en ese momento, quería con toda mi alma quitarme el apellido.

No quiero un hijo con cadenas. Por eso, aunque te llamaras Alejandro, te cambiaría el nombre, porque no quisiera siquiera que corrás el riesgo de que se proyecte en vos, como se proyectó en mí, el peso y la obligación de emular a mi papá. Yo sé lo que es eso. Uno siempre queda debiendo.

No quiero nombres polos, como Yeibor Yohanin, porque tu mamá sigue siendo una clasista comemierda o una purista del idioma. Y hay nombres castizos que tampoco me gustan, como no me gusta el hígado o las frutas de pulpa blanca.

Quisiera poder decirle que el nombre que escogimos para vos es algo que pensamos, que refleja lo que lo queremos, que es un nombre que viene del cariño.

Paloma, por ejemplo. Es el nombre de niña que más me ha gustado y me hace sentir cómoda. Paloma se llamaba la esposa de José Alfredo Jiménez y la hija de Pablo Picasso. Me da la sensación de paz, de esperanza, de libertad, de Latinoamérica, de libertad, de volar alto y de volar lejos, de cosas buenas y puras, de la palomita que le trajo a Noé la rama de olivo después del diluvio, que voló a través de los colores del arcoiris.  Igual que si se llamara América o Libertad: son nombres que me llenan y me hacen sonreír. Y que conste: No tengo un apodo cariñoso para Paloma y no me extrañaría que termináramos diciéndole Fufi o Pini o cualquier otra tonterita cursi.

Patricio Eduardo ha sido más despacio. Yo quería Santiago, pero en esta moda de los evangelistas, ese nombre de ha prostituido. Todos los güilas del kínder se llaman Santi y yo veo eso y me entristece pensar que es una moda y que no tiene nada que ver con la ciudad donde nació tu papá ni con lo que Santiago representa para mí. Patricio es un nombre que me suena dulce y chileno, igual que Marcelo o Claudio.  Es un nombre poco común, como es poco común encontrar hombres como el papá de Patricio. Me encanta que se le pueda decir Pato y cantarle “Patito, patito, color de café”.  Me gusta que lleve Eduardo por tu papá, por tu abuelo y tu bisabuelo y hasta por el Eduardo, al que le debo tanto. A Claudio también le debo mucho pero Claudio ya está incluido en Patricio, por ese sonido dulce, cálido de sol y sonriente. Patricio es cerrarle un ojo al Chile que llevamos adentro.

Una cosa más: no vas a tener más de cuatro años el día que te veamos por primera vez y te digamos “Hace tiempo te estábamos esperando”. Yo soy de las pocas afortunadas que tiene memoria desde los 3 años, pero vos, con suerte no vas a tenerla. Difícilmente te vas a acordar de cómo te llamabas. Pero sí vas a recordar- espero- del día que cambió tu vida y que te regalaron un nombre desde el cariño.

2 gotas de lluvia en “Día 92- Te voy a cambiar el nombre”

  1. Gabriela dice:

    Mi papá decía que, por el apellido largo, nosotros debíamos tener un solo nombre, ni muy raro ni muy común. Y se lo agradezco, porque esos papás que son «creativos» con los nombres de sus hijos se merecen todo el desprecio de sus congéneres.
    PD: el primer nombre de mi mamá es América, pero ella prefiere usar su segundo nombre.

  2. Gabriela dice:

    Rectifico mi comentario…
    Mi papá decía que, por el apellido largo, nosotros debíamos tener un solo nombre, ni muy raro ni muy común. Y se lo agradezco, porque esos papás que son “creativos” con los nombres de sus hijos se merecen todo el desprecio de sus retoños.

Y vos, ¿qué pensás?