Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Aftermath

desde la isla de

Hay una lagartija lo viene  buscar todas las noches, y como no lo encuentra, le canta. Nadie le contesta.

A mí me asfixia la puerta cerrada y haya o no haya ceniza, necesito tenerla abierta como si en cualquier momento entrara moviendo la colita, con la lengua afuera.

Me hace falta. Físicamente. Tenerlo entre las manos, tocarlo, hacerle cosquillitas en la panza, buscarle las pulguitas que ya no tenía. Hablarle. Cantarle canciones de amor. Acostarme a la par de él para abrazarlo y sentirle el corazón, que sintiera el mío y respirar los dos al mismo ritmo.

Ese fin de semana nos fuimos al mar a buscar consuelo, porque no dejábamos de llorar. Caminando por la orilla, escuché a Cheo Feliciano preguntando cómo se arranca un recuerdo del corazón. Y me di cuenta, que a diferencia de la gente que te hace daño, la gente que te rompe el corazón, yo no quiero arrancarme ningún recuerdo.

El primer día, que me sentía morir, que me quería morir, entre los espacios de irrealidad e incredulidad, mi mayor temor era empezar a olvidar. Hoy, que han pasado dos semanas, sé, porque ya lo viví, que los recuerdos tristes son los que se van borrando y quedan, en lugar de eso, los más lindos y felices: cuando estaba cachorrito, cuando corría sin dolor, cuando no lo habían operado, cuando no sufrió.

También lloré escuchando Amor Eterno. Y pensando en que no podía seguir así, busqué artículos sobre los duelos de mascotas. Resulta que era normal lo que me estaba pasando. Era normal sentir que me estaba volviendo loca. Decía, con tono científico, algo que uno ya sabía: todo pasa.  El tema es cuándo. Y porqué se me hace tan largo.

Es fácil querer a un perrito y conversarle sin tapujos. Es fácil confiar en un animalito, sobre todo si es tan noble como un perro. Lo difícil es tratar de hacer lo mismo con los seres humanos.

La casa se hizo enorme y vacía. Se achica por momentos y luego, de nuevo, se agranda. La bolita favorita y el conejo mugroso los tenemos en el estante del cuarto. Los otros juguetes, en una bolsa, tal vez para algunos perros del refugio.

Leer me hizo aceptar que era esperable que lo siguiera viendo en cada esquina, echado en el piso, pidiendo comida a la par de la mesa, subido en la cama, esperándome en la puerta. Que lo sintiera caminando a la par mía, pasándome por detrás, insistiendo en ir de primero. No sé si es una reacción de la memoria o si es la energía de tanto amor que le tengo. Tampoco me importa porque no me asusta y dejé de preguntarme qué es en realidad esa presencia.

Fuimos, por mucho tiempo, Fuser y yo contra todo lo demás. No era mío, era una extensión de mí. Mi alter ego. Mi nahual. A diferencia de mi yo de infancia, él era muy, muy querido. Chineado hasta decir basta.  Y precioso, muy guapo.

Yo me preparé no para la muerte, porque eso es un momento. Me preparé para lo que pensé que sería la hecatombe del dolor, me alisté para el duelo. Me sorprendió ver que dormí mal un par de noches, que seguía teniendo hambre, que funcionaba en el trabajo, que apenas pasados unos días podía sonreír y hacer bromas, que dejaba de llorar paulatinamente.

Aunque lo extraño muchísimo y todos los días, este ha sido un duelo diferente. Le pude dar todo. Estuve con él hasta el último momento. No permití que sufriera. Le di la mejor vida que pude. Le entregué el corazón a ese animalito.  Y lo lloré libremente, sin permitir una burla de nadie, recibiendo abrazos y pésames hasta que se me secaron las lágrimas.

A diferencia de otras muertes, con esta mi vida no cambió para mal. Perdí algo muy querido, pero me pude despedir. Darle un beso, decirle que yo iba a estar bien. Darle las gracias por todo. El sol no se apagó.

El día que se me fue, florecieron los lirios del jardín, todos, los blancos y los que tienen una raya morada. Y una flor que como él, es café y amarillo, de pétalos peluditos, que también floreó ese cinco de mayo. Puede que sea una señal. Puede que solo sean las lluvias.

Hace un par de noches soñé que lo veía primero operado, con dolor y sangrando. Luego pasaba por un tubo y volvía a ser mi perro matón, enorme, juguetón e inquieto.  Eso me dio paz y de alguna manera, sé que voy a salir de esto.

Sos, Zuzú, tal vez lo más bonito que he tenido.


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “Aftermath”

  1. Cuando un amigo se va queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río (Alberto Cortez). Este amigo tuyo tenía cuatro patas y ladraba, era sumamente especial. Sin haberlo conocido, sentí mucho cuando me enteré de su partida. Para lo que pueda servirte, lamento muchísimo tu pérdida.

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