Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Costumbres de mi otra abuela

desde la isla de

Quién te iba a decir, Nenita, que iba a ser yo, la mayor de tus vergüenzas, sería la única que acabaría aprendiendo la receta de tu pan casero?

Nunca quisiste compartir la receta. Tampoco sé cómo la aprendiste. Sé que era y es mi pan casero favorito, pero por pena y porque sabía que la respuesta era no, nunca pedía. Además no me gusta el anís y siempre le ponías.

Es una receta al cálculo, que nunca se ha medido pero que tiene instrucciones exactas:

  1. El día debe estar caliente y seco.
  2. No puede pegarle ninguna corriente de viento a la masa.
  3. Se bautiza la masa con media cucharadita de sal.

Recuerdo verte, yo escondida detrás de la puerta, vos en la cocina, amasando, amasando, rodando los bollitos, siempre de ceño fruncido. Siempre enojada, atacando la masa, sacándote la cólera con ella.

Esa tarde, que sin quererlo vos, Nenita, me dieron tu receta, supe otras cosas.

Que te embarazó, soltera, Evelio Cruz. A vos, a otra muchacha y que además se enredaba con la esposa de un tío. Que arruinó tu posibilidad de un buen matrimonio, que casi te quedás para vestir santos hasta que apareció Lalo.

Que tu papá prometió matarlo, a él, un hombre tan bien hecho, siempre a caballo, con aquellas polainas. Pero parece que se le adelantó el tío, cuando se enteró de sus enredos e infidelidades.

Que la familia de él, tan decente en Cartago, intervino para que la policía dejara de investigar el caso.

O sea, vos pariste un hijo natural. Yo soy la hija natural de tu tercer hija y por eso dejaste de hablarle a ella y no quisiste conocerme a mí hasta que murió Alejandro.

Que Lalo, mi dulce abuelito, que siempre fue solo sonrisas y cariños conmigo, se casó con vos aunque traías ya un hijo.  Pero que lo trató con dureza y fue estricto con él, poniéndolo a trabajar y dándole un trato diferenciado.

Sabés qué? Lo mismo hizo tu hija conmigo. Yo iba en el paquete de lo que sí fue un matrimonio como vos querías, por la Iglesia y con fiesta. Recuerdo el abrazo emocionado que le diste a mi padrastro ese día. Tu hija permitió que a mí su marido me tratara diferente, recordándome que no tenía la misma sangre. Siempre quise saber porqué ella nunca me defendió. Ahora sé de dónde lo traía aprendido.

Que le entregaste a tu hijo natural a la familia paterna de él, que él siempre sintió como propia. No tengo ni que decírtelo: Vos habrás parido a mi mamá, pero mi única abuela fue Mimí, mi abuela paterna, que la casa de Mimí fue la mía. Que ahí pasé fines de semana, vacaciones, varicelas, calenturas.

Que pasabas atareadísima con tanto chiquillo, con tanto quehacer, con darle de comer a tanta gente que llegaba a almorzar a la mesa de juntas de la Cervecería que hacía de comedor, bordando para redondear sueldos. Que por eso, seguramente, es que pasabas enojada, enojada con la vida que te había traicionado, porque vos, de alcurnia cartaga, no habías nacido para ama de casa ni para partirte la espalda trabajando.

Tus hijas heredaron eso. Un rechazo y un repudio confuso hacia el chiquillerío y el trabajo de la casa. Una resignación amargada de lo que entendían como el destino manifiesto de las mujeres.

Pensé, pero no lo dije, que por eso te chocaba tanto Mimí, que nunca tuvo pena de parir hijos y sostenerlos sola. Que se sentía orgullosa de trabajar y trabajar tanto por ellos. Que hacía lo mismo que vos o más y sin una sola queja.

Que ese hijo se casó con una mujer que nunca te quiso ni vos a ella, porque ella te veía con desprecio. Como cuando mi mamá se fue de la casa a escondidas para irse con Alejandro.  A vos te ardía más que era separado, moreno y nica. Todo lo demás no importaba.

Quién iba a decir, Nenita, que aprendiendo a hacer tu pan casero  iba a descubrir tantos paralelismos? Quién iba a decir que tus hijas los iban a contar como anécdotas, sin darse cuenta de cómo se fue repitiendo la historia, de los ciclos de dolor, de resentimientos, de rencores? Vos jamás me habrías contado estas cosas, porque te daban vergüenza. Porque esas cosas no se cuentan.

A ellas,  les conté que Zeneida es un nombre de origen ruso. “Pero es un nombre tan feo” – dijeron. Seguro por eso siempre te dijeron Nena.  Zeneida Betsabé eras vos, la mayor de las hermanas. Y luego Odilie -Lile, Julieta, Teresa, Beto, Hugo. Y Ester, tu mamá, mi bisabuela. Juan Navarro, antes Fernández, que cambió de apellido cuando su papá lo reconoció porque se casó con una Leiva.

Les conté de cómo, cuando ya el Alzheimer te tenía la memoria llena de telarañas, cuando me preguntabas  “Psst…vos de quién sos hija?” y te decía que soy la hija de Alejandro, recuperabas la posición altanera de señora de bien, la cara de censura y con voz arrogante me ordenabas: “No me hablés de ese hombre. NUNCA”

Supe, Nenita, que yo, la mayor de tus vergüenzas posiblemente habría sido el mayor de tus orgullos si me hubieras dado la oportunidad. Podrías haber rajado conmigo con tus hermanas, tus primas, tus conocidos, en todo Tejar del Guarco. Esta, la nieta que no querías, es la que alcanzó lo que querías para tus otros nietos, los que sí eran hijos de matrimonio.

Yo de vos no quería cariño. Siempre te vi con mucha desconfianza y sospecha. Siempre estuve a la defensiva y el día que finalmente te fuiste, porque duraste muchísimo, no sentí nada, ni siquiera alegría. Tal vez un poco de lástima de ver a mi mamá y a mis tías tan afectadas. Y por Lalito. El sí me dolió verlo cuando lo vi llorar por vos.

Lo único que quería tuyo, ya lo tengo: tu receta de pan casero.

Quedate tranquila, porque cuando le hable a mis hijos de vos, no les voy a decir nada de esto. Esas cadenas del pasado pesan mucho y yo, no quiero repetir círculos. Quiero romperlos.

P.S. : Un Viernes Santo, como hoy, nació Anchas Alamedas, con un post cortito, de las costumbres de Mimí.


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “Costumbres de mi otra abuela”

  1. Mejor no arrastrar cadenas tan pesadas… para qué.

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