Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

El Fantasma de las Navidades presentes

desde la isla de

Mimí

Este es el primer año que no te escribí para tu cumpleaños. No porque no te haya olvidado ni porque te quiera menos. Pero es que algo raro me está pasando este año: ya no siento el pasado tan presente. Las ausencias, la tuya y la de Alejandro están ahí, pero dormidos. No sé bien cómo explicarlo, pero me pasó algo. Las cicatrices están ahí, las veo, son parte de mí, pero ya no sangran ni duelen.

Este año hicimos árbol de Navidad. Desde que me fui de la casa, Mimí, hace quince años, nunca tuve, ni Navidad ni árbil. Precisamente por eso, Mimí, porque cada diciembre, el pasado seguían tan presente, que ver árboles enormes, decorados con brillos y bolas y luces, perfectos para cualquier tienda, en lugar de alegrarme me entraba una tristeza enorme y mucha ansiedad. No pocas veces terminaba llorando. Evitaba esos lugares, con esa música y ese ambiente festivo.

Y es que Mimí, yo no era un Grinch: nunca he odiado la Navidad. No. A mí no me gustaba por lo sentía al recordar la época. Lo diferente que me hacía sentir a los demás. Esa disonancia. Impresiona el poder del trauma, que algo tan fuerte como la Navidad, fuera anulado por tantos años por los malos recuerdos.

No fue fácil, Mimí, probablemente por la falta de práctica, por ser una sección clausurada del cerebro. Es un árbol grande, pero no gigantesco. No fue planeado así, pero es sencillo con pocos colores, adornos de madera, de bolitas rojas, bellotas, nidos, manzanas y casas de pajaritos. Nada ecléctico, ni moderno, ni rimbombante, sin lazos, sin escarcha, sin nieve falsa, sin moda.

Es sorprendente, Mimí, lo contenta que me siento. Es como si estuviera pequeñita otra vez y a por ratos creo que eso es porque fue justo para esa época cuando empezó el abuso y cuando cada vez que se abría esa puerta y yo volvía casi en shock a la realidad y al salir de ese infierno, lo primero que veía era un árbol de Navidad de ensueño. Aquí quedó detenida mi Navidad. Ahí la retomo. También impresiona, Mimí, la resilencia del ser humano, que puede superar el trauma.

Le pusimos un jueguito de adornos comprados cuando tenía 19 años, pensando que algún día, sola o con terapia, podría volver a disfrutar de la Navidad. Hay adornitos comprados en ciudades muy lejanas que me hacen sonreír. Hay otros comerciales y curiosos. Decoramos toda la casa y no puedo esperar a que los sobrinos vengan el 24 para verles la carita y la ilusión. Siento que me quiero quedar aquí y verlo y verlo y volverlo a ver, para reponer todo lo que me he perdido, todos estos años.

No puedo esperar, Mimí, a que la sonrisa sea la de un chiquitín en la casa, feliz desde noviembre, montando el árbol y las luces y los adornos y esperando ansioso a que sea Navidad. Uno que piense en vos como la abuela y en mí como su mamá.

Lo otro va más lento. Hice las paces con el ángel de la guarda y a instancias de una amiga, cerré los ojos y lo vi: moreno, desobediente y descalzo. Nica, poeta, pícaro, de ojitos negros. Se llama Timoteyo. Timoteyito, como aquel chiquito del barrio que te hacía sonreír a vos y te daba nostalgia de la patria. En honor a él hay un portal chiquito. Quisiera tener uno de los camellos egipcios que se le salía el relleno que tenías vos en el tuyo. O aquel pedacito de madera de la Cruz de Cristo. O las piedras del Jordán. Tengo, por lo menos, el recuerdo.

Esa es otra idea que llevará tiempo germinando y no sé si llegará siquiera a florear. Hay noches, que viendo las lucecitas del árbol, pienso en un futuro donde arropo a un chiquitín antes de dormir, y antes de darle un beso de buenas noches, le digo, como vos me decías a mí: “Repetí después de mí: Angel de la guarda, dulce compañía…”


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “El Fantasma de las Navidades presentes”

  1. “… no me desampares ni de noche ni de día”.
    A mí, la Navidad me despierta sentimientos encontrados. Quiero gozarla, pero al final lo único que quiero es que pase, que termine esa época en la que te obligan a ser feliz, a dar, a pensar en los demás. Como si todo eso no se pudiera hacer el resto del año. En verdad, hago como que gusta, pero no. Por suerte, es una época que tiene fecha de término.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *