Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

San José, 11 de setiembre del 2015

desde la isla de

General:

Me agarró tarde para escribirle esta carta, porque el propio 11 el día terminó tarde y duré más todavía en acomodar las ideas.

A usted, ya yéndose de este mundo, le debe haber quedado el gusto de su impunidad y de saber que esta sería una fecha que siempre se recordaría con dolor y no se equivocaba.

Yo podría haber escrito ese día de algún recuerdo, de alguna historia triste porque de esos sobran, en muchos rincones del mundo. Podría haber escrito con rabia con el recuerdo de que ese día es un día cualquiera en Chile y que las manifestaciones de cualquier cosa son organizadas por los sobrevivientes.

Podría contarle cómo desde la mañana pensé en al diferencia de hora con Santiago, recordando momento a momento el avance del golpe, del bombardeo, las transmisiones de radio.

O de la llamada globalizada que tuve, donde participó una abogada chilena, que se incomodó claramente cuando una puertorriqueña le preguntó muy imprudente si hoy para ellos era feriado y cambió el tema sin dar explicaciones.

De cómo recordé que sigo siendo profundamente sensible a la voz del compañero Allende y su último discurso, que me sorprendió en una emisora nacional cuando iba manejando.

De los recuerdos del atentado a las torres gemelas. Ese día en la oficina, pensé, por un segundo, si habrían sido los chilenos y consideré quemar mis discos de Víctor Jara antes de poner en riesgo mi visa americana. De la día de la liberación de Cataluña. Del aniversario de la destrucción de Santiago por los mapuches, allá en la colonia. Los asesinatos de los atletas israelíes en las Olimpiadas de Munich.

Lo cierto es que no se me ocurría nada. Y no quería escribir de tristezas.

Pero quisiera contarle de otra cosa: esa noche fuimos donde los papás de Marcelo: Isabel y Florencio. Llevamos suspiros con dulce de leche, para que me entienda: merengues con manjar.  También alfajores de galleta y de maicena, que resultaron ser, en chileno, polvorones. Llevamos a Fuser, que no podía faltar.

Tomamos oncecita después de superar una presa increíble. Isabel sonrío de ver tanta cosa dulce y dijo lo único que diría en todo el rato que recordaría al golpe “Algo dulce para ayudar a pasar la amargura”.

Hablamos como dos horas de cosas cotidianas. Ellos, de todo el trabajo que están haciendo en una asociación de desarrollo, que los mantiene contentos y ocupados. Vuelven a ser los mismos muchachos que se conocieron y se enamoraron en el gobierno de la Unidad Popular, cuando ayudaban a las personas que tomaban terrenos a organizarse como comunidades. Sepa entonces General, que los principios se mantienen.

Hablamos del papá de una amiga, que llegó en diciembre del 73 a Costa Rica. Y el procedimiento usual: preguntar quién es hoy, dónde vivió y vive, qué puesto tuvo, si teníamos una foto y el veredicto de si era conocido de ellos. Atrás, el recuerdo de hace unos años, cuando TVN filmó a Florencio contando una parte de su historia y se le quebró la voz recordando que había llegado un 7 de diciembre del 73 a Costa Rica, con  una alegría enorme de saber que podía caminar libremente por las calles, sin un ejército, y a la vez la sombra de lo que seguía pasando en Chile, donde había dejado a su esposa embarazada de Marcelo. La sensación de comunidad porque a pesar de los años, seguimos siendo todos los mismos y en días como ese basta cerrar los ojos para evocarlos a todos

Yo conté mis anécdotas graciosas más recientes, donde yo siempre resulto un desafío a la ley y chismeo cosas de Gobierno. Fuser se comportó como un cachorrito travieso, hecho un encanto casi casi empachoso. Comimos pan, queso, tomamos té negro. Había Kuchen de manzana recién hecho y lo que nosotros habíamos llevado. Fue un día cualquiera en una casa de Costa Rica. Una fiesta chiquita en una noche lluviosa y fría.

Tomamos el té en jarros cualquiera, de esos impresos de publicidad, todos salvo Florencio, que tomó el suyo en una de las tazas que les regalé hace años, impresa con uno de los posters del gobierno de la Unidad Popular, invitando al trabajo solidario. No sé si fue casualidad o consuelo. Tampoco pregunté.

 

Y eso, general, esa cotidianeidad, es lo que me lleva a escribirle. Porque para usted y los suyos, que lo mantienen vivo en su voto y  sus actitudes de mierda, debe ser una victoria enorme haber hecho de Chile un lugar emprendedor, egoísta y la cuna del individualismo. Deben ver con emoción como ese día es como cualquier otro, en ese país donde no hay memoria y solo a unos pocos les interesa evocarla.

Pues resulta General, que gracias a sus pendejadas y las de sus cómplices, en muchos lugares del mundo, deben haber habido muchas otras familias que se reunieron a tomar once, a ponerse al día de sus cosas, a comer rico, a reírse un ratito.

No crea usted, ni por un momento, que eso significa que ha habido olvido. Ya lo dijo ese día Inti Illimani:  Nadie está olvidado y jamás lo estará y aunque la conversa fuera del hoy, había una gotita de tristeza en las miradas recordando a los amigos muertos, a los desaparecidos y al universo que perdieron en un bombardeo, al país que les explotó en las manos.

Pero su verdadero triunfo, general, es que eso que les valió tortura y exilio, no está muerto y no se los mataron. Que en la continuidad de la vida, en la capacidad de reírse juntos, en el cariño que se tienen, en poder ver hacia atrás, en la capacidad de seguir sintiendo, están por encima de gente como usted y los suyos.

Y eso seguirá siendo así aun cuando ya no estén porque eso es lo que le han enseñado  a sus hijos y se lo enseñarán a los nietos, y así seguirá siendo cada 11 de setiembre.

¿Quién terminó perdiendo General? ¿A quién le importa su victoria militar de sangre cuando se recuerda a los que ya no están con sonrisas? ¿Cuándo esa noche Weñelfe le guiña desde el cielo a todos los muchachos eternos que apoyaron al Compañero Presidente y siguen viviendo congruentes a lo que aprendieron? ¿Quién?

Atentamente,

La Sole

 


Gotitas de lluvia

Una respuesta a “San José, 11 de setiembre del 2015”

  1. Recordar a los que no están con sonrisas es el mejor homenaje y la mejor manera de recordara los buenos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *