Dejamos Amsterdam atrás, esta vez en la fecha correcta, con el tren correcto. De por sí, llovió toda la mañana y aprovechamos hasta el último minuto antes del check out. En la recepción del hotel ya se amontonaban las chiquillas estridentes, con frenillos, colitas, hotpants y jackets, jalando unas maletas casi tan grandes como ellas, reacomodando calzonillos, tacones y enaguas en el piso para que pudieran cerrarles.
Entonces entendí porqué me irritan: en el verano, ellos viajan por las ciudades de Europa como en mi tiempo lo hacíamos a fin de año por las playas de Guanacaste. Comen lo que compran de máquinas expendedoras, puestos en las estaciones o en chinos de barrio, como nosotros. Sus croissants son mis galleta soda. Su pastrami/jamón, mi atún con vegetales. Caen dormidos donde pueden, con tanto cansancio que no importa si hay ocho más en el cuarto de un hostal o si es una tienda que huele a moho en una playa humédamente hirviendo. Jalan medio closet porque se cambian cuatro veces al día. El tren es el carro de un amigo. La plata, la que alcance. Todas las noches fiesta y gente nueva. Lo mío es envidia, no de la juventud de ellos sino de la mía, de la que ya está ida y esa incomodidad de que tal vez desperdicié demasiado tiempo en estar triste, en sufrir por ese muchacho que no me quería o que tal vez, los que estuvieron a la par esos años, me recuerdan sonriendo.
En el tren, un macho fibrudo prepara tranquilamente un puro de marihuana. Una mamá y una hija asiática hablan en perfecto irlandés. La gente sube y baja maletas y bicicletas. Chau, Holanda.
Bruselas me acomoda mejor, porque tiene casi el refinamiento francés, pero mantiene muchas cosas alemanas. No termino de entender a estos locos que conozco a través de Asterix, inventores de las papas fritas, maestros chocolatiers descubridores de los pralines, artistas de los waffles y los panqueques y encima, para los que le entran sin asco, cerveceros en todas sus versiones.
Además, no hay tanto turista y los que hay, me hacen ver como una chiquilla. Alla va el tren de viejitos, atravesando la plaza real, en sus jackets impermeables y sombrillas, siguiendo al muchacho con un Mickey en la punta de la sombrilla.
Este hotel me gustaba, por coqueto, pequeño, boutique, por la sensación de principios de siglo pasado y porque parece un trasatlántico antiguo. Pero conforme he ido leyendo para ver si me entero, reconozco en los retratos al rey Leopoldo II, al que le dieron el Congo como finca personal, y de la que se hizo inmensamente rico a punta de marfil y hule, matando de camino, se estima, a diez millones de negros. Digo “se estima” porque nadie llevaba cuentas, al fin y al cabo, eran negros y esclavos, así que no cuentan, supongo. Y entonces me entra como la sospecha de que estamos hospedados en el equivalente a una plantación del sur, administrada por una hija de la revolución con bandera confederada y con 5 estrellas en Trip Advisor del Gran Dragón del KKK.
Leopoldo II resume en su historia personal varias presidencias de la patria: siempre tuvo muchas amantes. A los 65, ya viudo, se enreda con una chiquilla francesa de 16 años que se dedicaba a la prostitución. Le da de todo, incluyendo mucha, mucha plata. Tanta, que no se sabe aun a ciencia cierta cuánta. La pasea por todo lado y es, obviamente, un escándalo y todo el mundo opina y especula sobre los ingredientes de la sopa de calzón que le da la francesa al viejo rey para tenerlo así de enamorado. Cada uno maneja una opinión sobre toques, tiros y volados y algunos aseguran que es que usa aparatos. Tiene dos hijos por fuera con ella, uno de ellos nace con un problemita en una mano. Cuenta la leyenda que fue la venganza congolesa, por todas las manos mutiladas como castigo durante el dominio belga en Africa. Unos días antes de morirse (él), se casan con cura y todo para poder heredarla aunque el matrimonio no es válido según la ley belga. ¿Se parece o no se parece?
Si algo me queda de todo eso, además del chisme, es la importancia de la plata. En este caso mal habida, pero parte de la razón por la que el Rey hizo lo que le dio la gana es porque cuando se tiene dinero no hay nadie que te reclame o mejor aun, no hay quien te joda. Así funciona el sistema capitalista y hay que saberlo y aceptarlo, aunque no se comparta, pero mientras esas sean las reglas del juego, ni modo. Peor sería ignorarlas. Y ojo, el rey hace eso en una democracia representativa, donde él es adorno, pero no tanto. O sea, no es a punta de poder absoluto. Es a punta de dinero
En aquella esquina con un ganso gritón en la puerta, Marx y Engels se reunieron a escribir El Manifiesto Comunista. Hoy es uno de los restaurantes más caros de Bruselas. Me gusta que es pequeñita, callada, que el flamenco se parece fonéticamente al alemán, que en las galerías de tiendas de la parte vieja, no hay marcas mundiales sino locales, desde hace 150 años, que venden guantes, encaje, muñequitos de mazapán y de esas cosas importantes para la vida.
Ya no puedo más del exceso de azúcar: suspiros de limón y mora, que se preparaban para el rey. Al menos 10 chocolaterías artesanales que regalan muestras. Galletas, gomitas, confites, nougats, los mejores waffles de la ciudad. Nutella, azúcar, crema chantilly, caramelo y más chocolate. Papas frita en cada esquina con diez opciones de salsa. Bruselas es como la ciudad de la bruja de Hansel y Gretel, para entrarle a mordiscos y antiácidos. Casi que el único ingrediente natural orgánico son las fresas.
Hay fábulas detrás de cada esquina: Tintín, los pitufos, Spirou y tantos otros, pero es lunes y los museos- a Dios gracias- están cerrados. El único que hubiese querido ver era el de comiquitas.
He visto a lo largo del viaje mucha gente en sillas de ruedas. Primero me llamó la atención la cantidad. Luego razoné que no deben ser más que en Costa Rica, con la diferencia enorme de que aquí, al menos, tienen las condiciones en los espacios públicos y en el transporte para salir de vacaciones con su familia y no pasar encerrados.
Al llegar a Bruselas, cenamos en un lugar de pescado, donde un grupo de chiquillos sordos le hacía entender a la mesera, a punta de Lesco, qué quería cada uno y hacían preguntas sobre sabores y niveles de picante.
He pasado jodiendo a Marce con el francés, engalanándome la boca con las frasecillas que recuerdo de tres años que llevé en el colegio. Algo entiendo cuando leo y si leo en voz alta, tengo la melodía y los sonidos. Pero me reviento contra una pizarra negra donde está el menú del lugar chiquitito y delicioso donde almorzamos. Eso, lo que está escrito con tiza, es lo que hay de comer y yo, de repente, no entiendo nada y me siento profundamente perdida en un idioma que no es el mío. No tenemos internet para el google translate. Quiero disculparme por ser tan bruta y me hago la promesa que de previo sé imposible de retomarlo y aprenderlo. ¿Para qué? Lo ignoro
Igual comemos riquísimo, con un menú casero que se va borrando con trapo conforme se va acabando. Los dos, una ensalada con paté y embutidos compartida. Yo, estofado de res con cerveza y puré de papa. Marce, tomate relleno con camarones y atún arreglado en chile dulce. De postre, nos vamos a un lugar antiguo, donde aprendemos la diferencia entre los dos tipos de waffle (la masa y un poco de caramelo) y comemos suficiente para caer en pecado.
El Rey hizo una suma tan obscena de plata explotando el Congo, que toda la ciudad tiene palacios, parques estatuas, plazas, invernaderos de cristal y una larga lista de etcéteras. Así se ve el poder, supongo. Solo así, explotando, se puede llegar a ser una potencia, como lo fue Bélgica, el segundo país más rico a inicios del siglo pasado. Se comprueba una vez más el principio del papá de Manolito (de Mafalda): No se puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás.
En la segunda guerra mundial- le explico toda pizarrina a Marcelo- Leopoldo III se rindió a los nazis, así de buenas a primeras y por eso en el 44, cuando los aliados liberaron Bélgica, nadie quería que él siguiera siendo rey y tuvo que abdicar a favor del hermano. Marce me contradice: El se rindió para que no los hicieran mierda, me dice.
Yo alego Wikipedia e internet, las mismas fuentes que es posible que él tenga. Leopoldo y su familia esclavista, me pelan. Me pongo a pensar en cómo se escribe la historia, en qué habrá pasado en realidad, en cómo se escribirá la mía, en cómo he escrito las cosas que ya son pasado, si se habrá- si habré- cometido una injusticia. Cómo escribirán los demás mi participación en su vida, cómo se juzgaron mis acciones y sobre todo, mis errores.
Pero nadie habla de esa plata sangrienta belga ni del Rey ni de lo que pasó en el Congo. Y aquí se vino a asentar la Unión Europea. Mi teoría es que vinieron aquí porque aquí no pasa nunca nada y así podían estar los 5 mil funcionarios de 23 países diferentes en paz y tratando sin capearse turistas ni chiquillos borrachos. Las oficinas son masivamente enormes y en la misma proporción aburridas.
Dicen que los belgas tienen un sentido del humor muy particular, con una fuerte tendencia a las bromas pesadas. Que además son sumamente testarudos: por ejemplo, cuando quisieron eliminar una plaza para poner un mercado, el ayuntamiento se opuso y catastró cada adoquín de la plaza y se lo vendió uno a cada uno de los vecinos. O sea, los demás se jodieron-
Tengo el objetivo personal de comer cerezas y frambuesas en tantos idiomas como sea posible y hasta ahora lo voy logrando. Noto una nueva tendencia: si me oyen hablando español, se parte de la premisa que vengo de España. No sé si es que no distinguen acentos o es pura ignorancia.
Esta vez me han hablado en todos los idiomas, incluso en alemán aquí en Bruselas. Me pregunto cómo me veo para los demás. Qué creen que soy, de dónde vengo. Tal vez haga una encuesta al respecto en redes sociales.
Hoy llovió todo el día, un pelito de gato sabroso y frío.
Mañana, Londres y luego, a la casa
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