Vincent, querido:
La única forma de verte, es en el museo, pero tomando la precaución de comprar las entradas con anticipación en internet, para no hacer una fila infernal de unas cuatro horas.
Es, como sabrás, un museo pequeño, con poquitas obras tuyas, porque la mayoría están en otras partes del mundo. Al menos se ha cumplido algo de lo que vos querías: que tu arte se vendiera y se conociera. Lástima que ocurrió hasta después de vos muerto, pero por eso estás regado por todo el mundo.
Hay una exposición bellísima. Enviaron 27 de tus cartas a Theo a 27 artistas en el mundo y cada uno respondió como mejor pudo, desde el lugar donde a ellos les nacen los colores. Se llama When I give, I give myself. Mi favorita fue la de una japonesa, Yayoi Kusama, que te respondió por escrito. Nació en 1929 y dice que vos fuiste una inspiración enorme y ahora que sabe que se acerca la muerte, por razones obvias, como vos siente la necesidad enorme de asegurarse de sobrevivir a su desaparición física a través del arte. Te cuenta que demás de pintora, es poeta y te dedica 5 poemas que en japonés deben ser bellísimos y eso se filtra a pesar de la traducción groserísima al inglés.
Tengo que confesarte que estando aquí me enteré que mi tiroides empeoró y estoy más hipotiroidea que nunca. Tal vez por eso me siento tan sensible y cuando leí la respuesta de este artista japonés, que te siente tan cercano a través del océano, el tiempo y la muerte, se me vinieron las lágrimas y los mocos. Es eso o el aire acondicionado.
Anoche, en una pesadilla de trazos curvos, me soñé con el Patán. Lo acusaban de haberle disparado a una mujer y él decía que había sido apenas un testigo, pero nadie le creía. Me pedía que le sonriera y que le repitiera que todo estaría bien mientras le daba un atraso. Quedé con ocho horas de ganas reprimidas de mandarle un mensaje por aquello. Primero se rió de mí, pero cinco minutos después, estábamos resolviendo un enredo, no tan grave como un asesinato. Creo que eso me certifica como bruja trasatlántica.
También me conmovieron tus luchas contra tus crisis y me pregunté cómo te habrías sentido cada vez que tenías ataques de pánico o esos episodios maniacos que aun los historiadores no se deciden a clasificar claramente. ¿Verdad que hay una compasión especial en compartir el dolor ajeno? Pensé en el aporte enorme que serías, hoy que sos un ícono hipster, que tu nombre se mantiene de moda, para girar los ojos y pintar de otro color los prejuicios contra las enfermedades mentales. Por dicha ya dejaron de decir que tu arte era producto de tu enfermedad, como responsabilizando a la locura del talento. Fascinante y morboso a la vez, enterarse de que existe algo como ataques de pánico por exceso de arte.
Al final te pegaste un tiro en el pecho y no podía ser de otra manera. Yo me imagino, por lo que pintaste en esos últimos 70 días, a cuadro cada 24 horas, que te diste cuenta que de eso no habría salida y que alguien como vos no soportaría estar encerrado detrás de esos barrotes o que ya era tanto el huracán negro adentro tuyo que la vida no valía.
No lo juzgo, para nada. Hasta siento que de alguna manera comparto esa sensación de que el arte, en cualquiera de sus manifestaciones, cura y libera.
Hay días que el extranjero se recorre con el corazón cargado de nostalgias, de recuerdos, de añoranzas, de dudas y de arrepentimientos. Hoy, por ejemplo.
Hasta la próxima Vincent. Aprendí además que tu apellido se pronunciaba fan kojh y vi otra vez en la calle muchachos que se ven como vos: flacos pelirrojos de ojos azules y mirada intensa.
Gracias por el wifi gratuito. Y las banquitas. No es que no me haya gustado, lo tuyo sí. Lo que me falta es paciencia y conocimiento para admirarte en toda tu belleza. Perdoname, te lo ruego.
Gotitas de lluvia
Una respuesta a “Cartas de Sole van Niejts. Día Dos”
Yo estoy segura de que todo queda perdonado. Me gustó es de los mellizos de Vincent: flacos, pelirrojos, de mirada azul intensa. ¿Melancólica también? Seguro que sí.