Escuchaba el otro día, que los gringos usan toda esa plata que les sobra, para hacer encuestas, por ejemplo de cuánta gente quisiera viajar en el tiempo. Resulta que es un pichazo, casi un 9%- Lo más curioso es para qué quieren hacerlo. Una cantidad impresionante de los entrevistados, se aseguraría de acabar con Hitler o evitar que naciera o por lo menos, sopapearlo.
Jamás me imaginé que la ignorancia y la grandiosidad de los gringos les diera para creer que en efecto podrían hacer algo así. No entiendo porqué creen que en el raro caso que pudieran viajar a cualquier momento antes de 1945, estarían tan cerca de Hitler como para asesinarlo o impedir que naciera. Evidentemente, parten del hecho que llegarían directo al lugar preciso, en el momento exacto y que podrían hacer lo que pretenden sin alterar el futuro.
Nadie piensa que Von Staufenberg, siendo cercano, trató y no pudo. Nadie piensa en el azar. En lo sospechoso que sería un gringo del 2014 en esa época, en un lugar que no conoce, en un idioma que no habla, en una cultura tan diferente como cualquier galaxia de ciencia ficción, viéndose tan claramente fuera de lugar como aun hoy, en el mismo espacio temporal, se ve un turista gringo o de cualquier nacionalidad en cualquier ciudad del mundo.
Otros quieren ir a ver eventos históricos, como si las batallas en las guerras tuvieran palcos antibalas, como si uno pudiera entrar a palacios, salones o a las casas de la gente mondo y lirondo. Ir a ver dinosaurios, como si fueran un ride de Disney, sin considerar dónde comer, qué comer, qué beber, lo agreste del ambiente. Todos dan por un hecho, además, que el regreso sería tan fácil como tronar los dedos (cosa que, por cierto, yo no puedo hacer) y que en todas las etapas del pasado y del futuro, todos, todos hablan inglés.
Casi nadie quiere ir al futuro. Todos quieren ir a lo que creen que conocen, donde además se creen inmunes, impunes y super héroes. Todo eso lo ha hecho Hollywood y la televisión.
El tema no es menor para mí, que desde siempre he sentido una fascinación por el tema y por los paradigmas y las paradojas de viajar en el tiempo, perdiendo horas de horas imaginándome que haría en una situación de esas, a dónde iría, qué querría hacer.
De mis favoritas, una de Christopher Reeve, donde se enamoraba de una mujer en el pasado. Dr.Who, de la época de Tom Baker, todos los programas infantiles donde tocaban el tema, particularmente Burbujas, que todas las semanas tenía la misma trama gracias al Tobogán del Tiempo. Estaba además el Túnel del Tiempo y Quantum Leap. Muchas de estas, por ejemplo. Con algunos puntos altísimos como la trilogía de Back to the Future y para la Holocubierta, my all time favorite, con todas las condiciones de seguridad que requeríamos los miedosos. Evidentemente, pasaba pegada a la tele.
Eso se me acabó cuando vi un capítulo de la Isla de la fantasía en el que una pareja pedía ir a Salem durante la época de persecución de brujas. Los veían casi como extraterrestres. Algo similar a lo que vi en El efecto Mariposa o en Abre los Ojos.
No se acostumbraban a la forma de hablar- no la entendían-, a las costumbres, a la ropa, a la usanza. Les daban asco las condiciones de ese tiempo. Al final, a ella la quemaban como bruja porque ofreció dos aspirinas a una niñita enferma con fiebre. Obvio, el señor Roarke intervenía Deus ex- macchina justo cuando iban a tirar el fósforo a la hoguera y los rescataba en el momento preciso. Sí, era televisión barata, pero basada en la premisa que todos, absolutamente todos, elegimos armar los pasados propios o ajenos de una manera idealizada y pensamos que nada, nada alterará eso. Ni siquiera la realidad de cómo ocurrieron las cosas.
Con la llegada de la regla, a los 13 años, se añadió una complicación en mis fantasías de paradojas en el tiempo: ¿cómo hacían las mujeres de antes para lidiar con este sangrerío? Cuando Mimí, por mi insistencia, pero sin revelarle el verdadero motivo, me explicó de los trapos y de la ropa y de los baños de hueco, de parir como se ha parido toda la historia y del trato a las mujeres, sentí que se me helaba la sangre y más que desear volver en el tiempo, pasaba pensando cómo evitar la posibilidad en caso que se presentara la oportunidad de atravesar por un portal de esos, porque estaba segura que algún día me lo iba a topar.
Obvio, una de mis primeras intenciones era ir al pasado para ver a mi papá. Pero luego se me fue pasando. Yo no hubiera podido hacer nada por impedir su muerte y a estas alturas, lo último que quisiera es tener la experiencia de verlo morir. Ya vi lo que eso le hizo a mi mamá y a mi abuela. Ya murió para mí una vez. Dos de esas, no, gracias.
No hubiera querido verlo joven o niño. Ya todo eso me lo contó mi abuela y tengo una idea clara de lo que vivió, el hambre que pasó, las dificultades. Además hay una privacidad a que él tendría todo el derecho si estuviera vivo, con mucha más razón estando muerto, que ni siquiera se puede defender de la interpretación que yo le daría a lo que viera sin contexto, sin saber los porqué, sin entenderlo.
Digamos que lo hubiera podido impedir. ¿Para qué? Ni siquiera estoy tan segura que me gustaría mi vida si él estuviera vivo, si las cosas hubieran resultado como son hoy, si hubiera ido a ese cole, a esa U, si hubiera estudiado otra cosa. Cuando la gente añora ir al pasado se imagina que no se alterará en nada el presente, por culpa de la televisión. Por años solo soñé despierta con cosas buenas de verlo a él. Ahora, al escuchar ese programa de radio y travesear de nuevo la idea después de tanto tiempo, me doy cuenta que prefiero, por mucho, la relación que tengo ahora con su memoria y el cariño que le tengo. No quisiera ver cosas que podrían acabar con eso o que me resultaran dolorosas.
No sé si mi yo de 15 años le hubiera creído a una señora que era mi yo de adulta. No le habría creído nada. No hubiera querido que me arruinara todo lo que estaba por venir, porque si había una esperanza que siempre tuve, es que las cosas tenían que mejorar. Según yo, no me aferraba al pasado, no he tenido una mejor época de mi vida, no quisiera regresar a nada porque de todo eso casi siempre quería salir corriendo y ver hacia adelante. A los 16 jamás hubiera confiado en lo que me dijera un adulto.
Si volviera atrás con lo que sé hoy… ¿para qué? ¿vengarme de chiquitos de colegio, de un amor no correspondido? ¿Para qué, de verdad, para qué?
Además, viajar en el tiempo no requiere de tecnología avanzada, holocubiertas o extraterrestres. A veces se facilita con personas cercanas. Un amigo que ahora es amigo pero hace 25 años era testigo mudo de mi adolescencia, que la recuerdo oscura y dolorosa y me dice que su recuerdo principal de mí era verme siempre sonriendo. Lo más increíble: las fotos de la época lo confirman. Yo reconozco dolor en mis ojos y al verme de 16 años recuerdo otras cosas que estaban pasando, cosas feas y malas y que dolían mucho, pero también era cierto que encontraba, todos los días o por lo menos todos los días que me tomaron fotos y que él me vio, motivos para sonreír.
Un profe de la época que vuelvo a ver después de tantos años y con quien rememoro ese tiempo y me contradice abiertamente y me dice que yo no era ni tan tímida ni tan aislada y me recuerda de mi propia valentía olvidada, de levantar la mano en clase y discutir posiciones de fondo, de no dejarme intimidar por el grupo de choteadores ni por los más inteligentes, de mis chistes, de mis exposiciones en clase, de las cosas que escribía y que les leía a todos parándome al frente, sin que me temblara nada.
Ellos me dicen cosas de mí que por alguna razón estaban bloqueadas, sin saber todo lo que ese mal recuerdo ha tiranizado y marcado en mi vida.
Un hermano, un primo, un amigo, un igual de la época que le ayude a uno a despercudir recuerdos, a darle otra visión a las cosas, a cambiar el enfoque. Es impresionante lo que esa actualización aporta. En mi caso, por ejemplo, saberme valiente, aunque sea un poquito, desde entonces en lugar de sentirme desde siempre tímida. Saber de la capacidad de sonreírle a la vida aun desde los momentos más tenebrosos. Reconocer que eran virtudes que ya venían y que no están por adquirir sino que más bien se han venido fortaleciendo y me hacen sentir más clara, más fuerte, más yo, más explicada, más justificada en el presente.
Si uno no tiene ese aparato de viajar al pasado, tiene la suerte de tener gente que compartió el pasado con uno, testigos que le pueden rectificar recuerdos malos. Y los buenos ¿para qué cambiarlos? Uno guarda el recuerdo con lo que más disfrutó de lo que vivió. Si no pudiera hacer ese ajuste gourmé, ¿para qué recordar entonces? Prefiero revivirlo como lo recuerdo a como en realidad pasó, la enorme mayoría de las veces.
Hay libros. Hay autobiografías. Hay cartas. Hay viejos. Hay internet. Hoy, más que nunca en el transcurso de mi vida, es cuando más fácil ha sido regresar a algún momento previo de la historia de la humanidad.
Curiosamente, esas ganas de viajar en el tiempo se reduce significativamente en los gringos más viejos. Ellos, con la edad, han entendido que no hay un what if, que no vale la pena quedarse pensando en opciones que simplemente no existen y han podido hacer las paces con lo que vivieron para poder prepararse tranquilos para lo que viene. Ellos ya no son esclavos del tiempo y han perdido la sensación de eternidad.
Viajar en el tiempo, en esa forma ilusa, televisiva, en la que todo sale bien y uno es el héroe y no compromete en nada el futuro, su vida o la de los demás, en mucho me recuerda otro deseo infantil: que los perros pudieran hablar. Aun cuando pudieran hablar, acuérdense de mí: nosotros no podríamos entender lo que dicen.
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