Mis resultados genéticos no llegaron y me dicen que podrían durar todavía dos meses más. Ellos que duren lo que quieran, yo me opero ya. No aguantaría sostener esta mula dos meses más ni hacerme la mamografía de control que tengo que hacerme a los tres meses de diagnóstico. No puedo. Ha sido duro sostener la cosa hasta ahora y no sé qué me pasaría si la tengo que sostener más.
Fueron cuatro días en el hospital de Niños, los de mi sobrino, en su camita de medicina 1. Mientras él se recuperaba todos los días un poquito, alrededor suyo había dolor y enfermedad y a la vez, mucho amor. La camita del frente con un chiquito raquítico, entubado, con una mamá feliz porque recién lo sacaban de cuidados intensivos.
Yo no quiero conversar y soy cortante y descortés, que es lo mismo que ser desconsiderada y cruel, pero ella está desesperada por contacto humano. Es de Pérez- se le nota en la ropa de casi playa- lleva en San José una semana durmiendo en el albergue porque no la dejaban quedarse con él en cuidados intensivos, tocándolo solo cuando le permitían cambiarle el pañal y ahora que lo pasaban a salón, no tenía con quién turnarse para cuidarlo y se tenía que quedar ahí todo el día, que el bebé tiene hambre, que con tan poquita leche no se llena, que eso no alimenta y quería saber a qué hora daban la comida, cómo conseguirle una sabanita, quién le iba a explicar cómo funcionaban las cosas ahí. Quiere saber qué tiene mi sobrino, cuándo sale, quién soy yo.
Entro al Hospital como doctora y nadie me detiene, hasta el domingo, cuando un guarda muy tímido quiere saber en cuál piso está mi paciente y porqué no uso el portón de entrada de médicos. Le respondo con tanta propiedad que a nadie le queda duda de la Dra. Sole. Marcelo sugiere hacerme un gafete con el nombre. Mi hermano bendice públicamente en alguna red social al alma caricativa que puso sillas acolchadas y reclinables para los papás que pasan la noche en vela a la par de una camita.
El domingo ensayamos como seríamos como familia, cuidando por una tarde a mi sobrino mayor. Viene recontradvertido de que tiene que portarse muy bien. Apenas se monta al carro, me dice que Zéinazio está internado y pregunta si se va a morir. Le digo que está bien y que ahorita regresa a la casa. Vamos los tres, él Marcelo y yo a almorzar. Escoge dónde sentarse, le habla al mesero, sabe qué quiere comer, dice por favor, muchas gracias, sí señora. No quiere hacer burbujas con el té frío porque lo regañan.
Sugiere ir al cine y caminamos los tres de la mano por un mall. No comparte las palomitas, pero no interrumpe pidiendo ir al baño. Cuando le ofrezco un carrito de recompensa, quiere solo uno porque mi hermano “lo suena” si permite que le compre todos los que él quisiera. “¿Te ha pegado?” le pregunto y me dice que nunca, pero que le prometió sonarlo si llegaba con más de un juguetito pequeño. No es un niño perfecto, está lejos de serlo y no seremos nosotros los que lo corrijamos. Pero ese día se esfuerza en ser un niño bueno hasta que lo devolvemos a la casa, comido, con cine, con carrito y pizza para el papá.
Un avión me lleva y me trae a otro acento, otro sabor, otro calor. Una sopa de frijol con leche y un estómago que se rebela sin importarle las tradiciones culinarias locales. Oficinas, oficinas, hotel un mall calcado de tantos otros. Otra ver el aeropuerto. Una piscina de un solo carril, construida para remojarse y que cuando nado, se agita y crea la ilusión de un mar picado. Una cama enorme, una pantalla gigante, una noche calurosa y pesadillas. Olvidé la blusa que me iba a poner el día siguiente. Y colas. Y la pasta de dientes. Los shampoos miniaturas son Occitane. Los demás viajeros informan que piensan llevárselos todos.
Otra pesadilla el martes. Esta vez es de noche en un lugar gris y triste. Hace frío y yo estoy desnuda. Es un campo de violación serbio y de eso no tengo la menor duda. Tengo el recuerdo de un sniper alley de Zagreb mientras estoy en medio de ese lugar y no sé qué hacer exactamente. Sé que no me da miedo que me violen, pero sí que me golpeen o que me quemen o me hieran. Sé, sin verlas, que hay otras mujeres a las que sí les aterroriza la violación. Yo de alguna manera sé que a eso me sobrepongo pero no estoy tan clara de poder hacer lo mismo con el trauma del dolor.
Miércoles de zombie, con sueño todo el día, vegetando en una silla, esperando la hora de ir a natación y la de cada merienda. Pido chineo y trato VIP, me lo prometen y es mentira y termino nadando muy rápido, con todo lo que puedo que es poquito, despertándome con cada brazada. Ese día como al tope, con hambre. Nada me llena. Nadar me hace arrasar con la comida.
El anuncio de la cercanía de la cirugía puso a volar a las mariposas negras en mi panza. Esas que son como polvorientas, peludas y bigotonas. Desató un hambre voraz de cochinadas y con 4 paquetes de cosas fritas, palomitas de maíz de cheddar, choripán y mucha coca cola light mandé por seis horas la dieta a la mierda anticipando al dolor de estómago y llegó puntual, como siempre. Pero con todo y todo, prefiero la certeza de algo a lo que temo, que la incertidumbre de algo a lo que le tengo pavor. Al menos ya sé que la fecha se acerca.
Fuser tiene que irse antes de que regrese del hospital, para no correr riesgo de infectarme o que sin querer me golpee por tratar de ser mi enfermo particular. El lunes me ve el oncólogo, pero el cirujano plástico hasta el 16 de julio. Después de eso, me operarían dentro de los siguientes 10 días. De nuevo tengo que reacomodar el futuro que venía armando, avisar que ocurrirá pronto, informar a los que no saben.
Hoy tengo una ventana enorme que da a lo verde y he visto, por lo menos 6 pajaritos de pecho amarillo, todos han venido a visitarme. Tengo miedo, pero no pánico. Hay cosas peores, mucho peores que esto.
Releo lo que he escrito y por partes no me conozco. No soy ni esa víctima ni esa mártir ni esa persona perfecta. De hecho puedo ser un ser humano horrible, hiriente, egoísta, manipuladora, cabrona. Pero de esa parte no escribo nunca y así corono a la estafadora que temo ser en el fondo, en esos días en que me siento poca cosa.
Veo una de mis plumas cafecitas por un lado y amarillo intenso por el otro en el piso. La recojo y la guardo dentro de un libro. Si llego a perder mis alas por cualquier cosa, me bastará una sola pluma para remontar el vuelo.
Soy feliz en las noches de frío y lluvia.
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