Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

La Ciudad Luz y un recuerdo

desde la isla de

Ayer París confirmó que estamos cagándonos en el ambiente. 2 de mayo y la temperatura estaba a cero. No caía nieve pero la sensación térmica, la lluvia helada, las medias mojadas, los vendedores a gritos en francés echando a la gente que entraba a las tiendas a escampar, te daba la sensación interna, personal, dolorosa y sola que solo un invierno con frío te puede dar.

París es incomparable, incluso cuando uno solo viene a ver y desear como suele ser el caso de la mayoría de los latinos que venimos a dar por estas tierras de viaje por cualquier motivo: ahorro, trabajo, embarcada o para poder rajar de turismo exótico. Pero con todo y todo, me temo que mi comentario comemierda de la semana es que París no me gusta tanto.

Una ciudad realmente linda y majestuosa, que pudo desarrollarse así gracias a la eliminación de los parásitos de la realeza justo a tiempo con la Revolución Francesa, invirtiendo mucho en lo público, para disfrute de todos, aunque los espacios privados sigan siendo microscópicos, como mi habitación de hotel, donde no cabo de lado en el baño con estas caderas que se merecen un sambódromo.Gotitas del saber: El lugar donde le cortaron la cabeza a Luis XVI y a María Antonieta hoy se llama la Plaza de la Concordia (really? “concordia” donde hubo esa masacre?) y no hay ni media guillotina de recuerdo.

Achará una ciudad tan linda con parisinos tan comemierdas. El trato con el turista apesta. Se niegan a hablar inglés. Reciben tarjetas de crédito solo de cierto monto para arriba. Responden con un tono que a mí me hubiera dejado con la boca viendo al culo de la cachetada que me hubiera pegado mi abuela (quien por cierto nunca me pegó). Si mi italiano es arqueológico, los tres años de francés que llevé en el colegio duermen el sueño de los justos. Aunque entiendo caso todo lo que me hablan, para responder tengo sí, no, por favor, gracias, buenos días y el lenguaje intencional truístico de señas y expresiones faciales exageradas. Simplemente el cerebro no carbura cuando trato de pensar en la palabra o el verbo apropiado. Requeriría de un tótrrido romance con Jean Renau, donde me secuestra por dos meses en el Ritz de París, con todos los gastos pagos.

Con toda su belleza escénica, la Ciudad Luz contrasta con los olores a orina, a mierda, a basura y a francés sin bañar que me recuerdan un sofocante Nueva York en verano.

Las hordas se apelotan donde siempre: Notre Dame, el Louvre, Des Invalides, la Torre Eiffel. Los operadores turísticos te ofrecen tiquetes para saltarte las filas. Las meseras en los restaurantes de turistas, donde por 18 euros uno come 3 platos típicamente franceses, hablan 6 o 7 idiomas pero siguen siendo asalariadas que dependen de propinas. Fuimos a 3 restaurantes y nos levantamos y nos fuimos de dos, en busca del lugar que ofreciera ese menú a escoger y darnos al menos ese gusto. En mi caso con sopa, boef bourguignon y crema catalana o atol de Vitamaíz, como prefieran

Mientras probaba mi primera sopa de cebolla de la vida, que me encantó, veía por la ventana enorme el barrio Latino y recordé una historia que le escuché una vez a un hombre que de niña yo veía en la televisión y que siempre me pareció muy guapo.

El hizo su especialidad en París. De buena familia y rancio abolengo, o sea, apellidos sinónimos de la propiedad de los medios de producción, llegó a Francia justo cuando miles de latinos llegaban también huyendo de las dictaduras. Su condición era muy distinta a la del resto de los refugiados, él tenía un país al cual volver cuando le diera la gana y no tenía amigos muertos. Venía con las ilusiones en la mano, sin los vidrios de sueños quebrados cortándole las manos.

Me contó que conoció a una mujer chilena, muy joven que se parecía a mí. El decía que tenía los ojos oscuros y achinados como los míos, que se le leían las emociones en el brillo de la mirada, como a mí. De cejas muy gruesas y pelo oscuro y lacio. Que se perdía en los ojos de ella “… como me pierdo muchas veces en los tuyos”, me decía, con timidez de quinceañero a pesar de que ya estaba viejo.

Primero fueron amigos y después, amantes. La chilena recién llegaba y vivía él no sabía en dónde. Aun estaba en la vigilia de los primeros tiempos del exilio, tratando de reorganizar su vida, reuniéndose en las noches con otros chilenos para darse, sin saberlo, apoyo mutuo mientras cantaban las canciones de Víctor y de la Violeta, comían empanadas e intercambiaban copuchas sobre lo que pasaba en casa o con su gente querida. Giraba todo el día en mil actividades de solidaridad, organización apoyo, sin dedicarse a nada específico, mientras él iba a la universidad y estudiaba, dedicándole el tiempo que sobraba.

Ella lo introdujo al amor libre, que él no conocía sin la moral pesada de un pueblo chico que solo permitía el sexo marital o de prostitutas. El siempre le advirtió que no podía prometerle  ofrecerle nada serio, que estaba en París de paso y sus intenciones siempre habían sido volver a Costa Rica.

Ella le hablaba de golpes, bombardeos, protestas, política, compañeros detenidos-desaparecidos, de la izquierda, de la revolución, de Marx, Camus, Sartre, Prudhomme; Chile, Miguel, el compañero Presidente; cosas que a él no le importaban porque no eran suyas y se lo dijo “No me aburrás con eso de política”. Estaban en  París, tan lejos de la barbarie de los países sudamericanos y el Plan Cóndor.

Me contó que fue la primera vez que vio a una mujer llorar cuando hacía el amor. Que lloraba desde el primer beso, la primera caricia. No sollozaba, no. Lloraba sin darse cuenta, cerraba los ojos intensos y e bajaban las lágrimas por la cara. Lloraba al final también, dejando caer el telón del terciopelo de los párpados para luego abrirlos, con la mirada centrada en la cordillera al otro lado del atlántico. Se abrazaba a él con desesperación por un rato hasta quedarse dormida.

Para él era el arreglo perfecto, una mujer bonita, inteligente, dispuesta, sin compromiso. Le estorbaba un poco el tema del llanto y que ella esquivaba el punto cuando le preguntaba.

Yo quise saber más de ella, qué hacía en Chile, cómo se llamaba, porqué no había seguido con ella, si sabía qué le había pasado.

Vos tenés que entender que yo era un hijueputa que se creía la gran cosa. Un chiquito de papi, malcriado, caprichoso, egoísta, acostumbrado a que se hiciera lo que me daba la gana. Un día, después de coger, no la dejé que se durmiera y le exigí que me explicara porqué lloraba y como no quiso, amenacé con dejarla. Me contó. Me dijo que ella estuvo presa. Que perdió la cuenta de las veces que la habían violado por todas partes, de las manos que la tocaron, los militares que le dijeron vulgaridades y la humillaron. Que le pusieron electricidad en la boca, en los pechos, en la vagina. Que le metieron los cañones de pistolas en los orificios del cuerpo. Que la golpearon. Que perdió la sensación del cuerpo y la sensación de estar viva. Que un día la sacaron sin saber porqué y quedó en una esquina y pudo llegar a la casa. Dos días después estaba en París, sola, sosteniéndose a punta de cartas y de giros mensuales que le mandaba la familia. Que jamás, jamás, pensó que podría volver a sentir nada. Que lo suyo no era llanto de tristeza. Lloraba maravillada, agradecida con la vida y con la primavera de su cuerpo”

Me contó, además, que después de eso no la vio más. Que se arrepentía de haberla abandonado, ofendido en su honor de macho latinoamericano por meterse con una mujer que había pasado por tantas manos y que tantos años después, cuando me conoció a mí – que tenía la edad para ser su hija- y mis ojos le recordaron aquellos otros, se arrepentía muchísimo de haber sido tan duro y tan ciego y se daba cuenta que uno quiere para siempre a la personas que ha querido.

París parece pedirme perdón en Mont Parnasse, donde un violinista callejero toca esto con mucho sentiminiento y a mí se me aguan un poquito los ojos. Shabbath Shalom, Bubele. Shabbath Shalom.

 

 


Gotitas de lluvia

2 respuestas a “La Ciudad Luz y un recuerdo”

  1. Ni me enteré que estabas de viaje, Ale, y aquí estoy ahora leyéndome tu crónicas de atrás para adelante. Sublime, como siempre. Envidio esa habilidad que tenés para hacernos sentir en el lugar, y para hacernos reír y llorar con un mismo texto. Shabat Shalom, búbale!!!

  2. Como alguien que también pasó (¿padeció?) por París, me solidarizo con tus apreciaciones. En mi experiencia, en París prefieren que hables buen inglés a mal francés. Hacés pininos violando la fonética gala con el traidor acento latino y es peor que mentarles la madre. Estuve un noviembre y ya sabía lo del frío. Lo peor no fue eso sino que el sol no se dignó a salir por dos semanas sino hasta cuando ya estaba yéndome al Charles de Gaulle. Y París sin sol se me antoja un destino perfecto para suicidas. Eso sí, los menús “formule” de los restaurantes son el éxito. Una de cal…

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