¿Qué es lo que no se le puede olvidar a uno nunca en un viaje? Los pasaportes, correcto. Y a nosotros se los olvidaron. Llegamos con toda la calma a la estación del tren y cuando la puerta automática para cruzar el canal por debajo se abrieron, lo que vimos, en lugar de un andén de tren, fue un doble control migratorio.
Yo, muy digna, me volví al grupo que me trajo de guía y traductora y con toda autoridad les dije “¿Y los pasaportes? Porque una NUNCA sale sin pasaportes y diay, si uno va a otro país, digamos de Bélgica a Inglaterra, lleva pasaporte…” cosa que no terminé de decir porque salí soplada a coger un taxi, donde un ángel árabe me llevó al hotel, me trajo de vuelta metiéndose contravía sobre los rieles del tren y logramos pasar todos los controles, llenar todos los formularios y convencer a los ingleses que de verdad el 75% de este grupo de payasos, tenemos título universitario.
¿Qué piensa uno mientras pasa por debajo del mar? Precisamente que debe evitar pensar en eso, pensar que la panza del tren va pegada al suelo del mar, como lo que me encanta hacer a mí cuando nado, porque ataca la claustrofobia y de ahí al ataque de pánico y exigir que lo saquen de ahí es un brinco y por veinte minutos, no vale la pena hacer tanto ridículo.
¿Qué hace uno cuando ha tenido un imperio donde nunca se pone el sol? Pues gastar como narco, a lo loco, en cosas fastuosas y muy cursis. Londres es la prueba de eso. La capital del país de lo elegante y lo correcto, es la versión meridiano de Greenwich de las mansiones de los capos de la droga modernos. Me di cuenta que en esa ciudad hay tres tipos de lugares turísticos:
1. Aquellos donde mataron gente:
- Plebeyos: “Aquí era donde se ahorcaba gente, 24 de un solo tiro, que era todo un fiestón para los nativos, que venían a ver cómo era la vara y maltrataban a los condenados tanto, pero tanto tanto, que para cuando llegaban a la horca ya iban medio muertos”
- Reales: “La Torre de Londres es donde el rey ___ mató/encerró hasta morir/torturó a _____” . Usualmente el primer espacio se llena usualmente con Enrique VIII, con quien la suscrita hacía jareta (medía 6 pies) y que tuvo 6 esposas oficiales. En mis cuentos de infancia era Barba Azul, siempre el malo de la película. Fiel al concepto aquel de aléjate de las personas agresivas y ruidosas, el Rey Enrique se separaba de ellas para siempre y para hacer eso, as separaba a ellas de sus respectivas y reales cabezas. En esa misma línea ideológica, en algún momento mandó a comer mierda al Papa.
2. Aquellos que son famosos por temas faranduleros, como la iglesia donde se casó lady Di, la abadía donde filmaron The Speech of the King, que por cierto es donde coronan a los reyes y reinas y my very personal favorite: el palacio de Buckingham en persona.
3. Aquellos que han estado ahí desde que Shakespeare repartía volantes por estas mismas calles para que lo fueran a ver al teatro.
Como Berlín, Londres es muchas épocas viviendo en una. Se cierran los ojos y se abren y uno puede ver a todos vestidos a lo Shakespeare in love, de calzones bombachos. Yo tuve que aguantar la tentación de entrar a un estudio fotográfico a que disfrazaran al estilo victoriano, con muchos terciopelos, cancán y sombrerote de plumas y tomarme una foto de estudio con la pescuezo cortado como víctima de Jack The Ripper.
Los ingleses resultaron un encanto, contra todos los prejuicios. Caímos justo el día de una huelga en el tube, que tenía el servicio paralizado y lanzó a miles, pero a MILES de personas a la calle. Y ninguno de mal humor, todos simpáticos, que nos preguntaban incluso cómo podían ayudarnos cuando nos veían discutiendo en una esquina, uno con mapa, otro con el app abierto en el celu y otro más con el librito de guía turística, mientras que el cuarto (yo), trataba de poner orden gritando: “Bueno ¡a ver, organícemonos!¿quién es la que habla inglés aquí, ah?”
Cosa que es cierto a medias, porque la verdad es que sonaba tan gringa, que casi me veía como una macha teñida californiana y con acento del valle San Fernando, pero conforme avanzó el día y fui conversando con este encanto de gente, tan educada y tan divina, fui agarrándoles el toque hasta imitarlos de forma perfecta y hasta preguntando con el tono idóneo si estaban en queue para entrar algún lado. Si hubiera sabido donde quedaba el M6 voy y me pongo al servicio de su majestad la Yeina para espionaje latinoamericano, pero solo pasamos por el Scotland Yard, el nuevo.
Yo asuntaba a todos los metiches explicándoles que veníamos de Costa Rica y que estábamos perdidos y preguntándome por dentro qué se sentirá saber que uno y 15 generaciones para atrás han vivido en el mismo país, en el mismo lugar, con el mismo apellido. Qué se sentirá tener ese peso histórico o si tendrán conciencia de eso.
No se me ocurrió preguntarle a los taxistas, que tienen que llevar un curso de dos años y pasar un exámen donde demuestren que se saben de memoria más de 20 mil calles. Los taxis tienen forma de carro de mafioso, pero los choferes son los más confiables de la industria, fíjate. Así que es más seguro preguntarles a ellos que a un policía. Manejarán al revés y contravía, pero están ubicados. Por cierto, una disléxica lateral como yo, que maneja por memoria porque no distingo la derecha de la izquiera, si tuviera que manejar en Londres, de fijo me mato.
Además nos hizo un día divino. Nada de la lluvia y de la niebla que han hecho a esta ciudad famosa. Eso lo vi del lado de Calais, pero en Londres, un solcito apenas tibio y un vientico fresco.
Esta ciudad es además una prueba del daño conocido que nos ha hecho la televisión y a mí en particular, revistas como Vanidades y similares y el culto a la Princesa Diana. Reconocía todos los nombres e duques, condes, chismes y dinastías reales. Nadie necesitó decirme que ahí vivía la reina: reconocí la fachada del palacio real de todas las veces que he visto ingleses dejando flores, velas y ositos de peluche en esos mismos portones; y así con varios de los lugares más turísticos. Es más, hasta decepcionan un poco en vivo, porque obviamente no les hacen la toma más favorecedora, no tienen edición, música incidental y en la tele nunca salen este pichazo de turistas y mucho menos los chinos y asiáticos, que viajan en cardúmenes, son muy muy pushy y molestos. Por eso procuro arruinarles todas sus fotos. Sí, estoy clara que eso suena racista.
Gotitas del saber: Frente al palacio no había ni un solo puestico de compras, yo que iba dispuesta a gastar 5 libras en porquerías. Se ve picture perfect, supongo que por una prerrogativa de la Reina para que no se le haga un mosquero por donde tiene que pasar que ya con tanto turista es suficiente. Las tienditas y sodas quedan como 200 metros más abajo. No vaya a ser que arruinen el paisaje.
Los souvenirs, carísimos y la mayoría, feos. Todos centrados en Londres, en Inglaterra y en la familia real. No vi casi nada de los Beatles, lo que confirma que podría ser cierto aquella teoría conspiparanoide según la cual Sir Paul palmó como en 1969 y lo que ustedes van a ver hoy en la noche es un clon sustituto. Compramos como si no hubiera mañana, solo para darnos cuenta en la estación de tren al regreso que las mismas chucherías que creímos comprar al 50% de descuento en la calle, estaban mucho más baratas que eso- con precio completo- dentro de la estación del tren, y sin las filas de turistas bateados tratando de entender los códigos de libras y pences y los códigos de colores de los billetitos.
Otra Gotita del saber: dice un tabloide que leí sin comprarlo, que William y Kate ya tronaron, It’s all over, chismorreaba. Así que se abre un rayito de luz de oportunidad para todas esas que quieren casarse con un príncipe pasmado.
Aprendí que un barrister es el nivel más alto de abogado, ese que se enfrenta a los tribunales en litigio y que para que uno llegue a barrister tienen que aceptarlo en alguno de los 5 colegios de abogados. Para esos que creen que las bromas de que los abogados con tiburones, me complace informarles que Mahatma Gandhi fue uno de esos. Y Tony Blair también, o sea, la excepción que confirma la regla.
La última Gotita del saber: hay un hospital infantil que recibe el dinero de los derechos de Peter Pan. Yo soy fans, del Peter Pan original, del de Disney, el de Hook y casi que todas las versiones. Cuando vi Neverland lloré como Magdalena. Pensar en JM Barry y que se haya inspirado en esta ciudad y en este parque para esa creación me sacó una sonrisa.
Comí fish and chips para darme cuenta que es la misma vara que pescado empanizado con papas fritas, pero sabía diferente, seguro porque me estaba palmando de hambre. Uno del grupo, especialista en cocina, comentó que el pescado estaba tan fresco que ni siquiera olía, comentario que me calmó el hambre. Cometí la barbaridad de comerme las papas fritas, que sabían deliciosamente a vinagre, con la salsa tártara del pescado, porque había leído que los ingleses no las comen con salsa de tomate.
No quise tomar té inglés a la hora prescrita, porque siento en el fondo de mi corazoncito ateo, que me iría directo al infierno (si existiera) por pagar 6 mil cañas por una bolsita de Twinnings en agua caliente, por más Inglaterra que sea.
Me quedé sin ver a Austin Powers ni a Patrick Stewart, pero vi muchos ingleses clones de Hugh Grant y uno al que casi le pido autógrafo porque era igualito a Liam Neeson y altísimo.
Caminando esas calles, maravillándome de la ciudad que se parece y no se me parece a nada que haya visto antes, sin cuadras, callecitas de edad media, edificios imponentes, dragones en las calles, placas de mármol celebrando cualquier cosa, parques enormes para irse a tirar de panza, entiende uno de alguna forma que no puedan ver más allá de sus narices y que lo único que les interesa ni siquiera es Inglaterra y se reduce apenas a Londres. Hay tanto que hacer, tanto que ver, tanto que comer, tanto que leer, que de imaginarme viviendo aquí, me siento castrada y maicera y no sabría ni para dónde salir corriendo. Me doy cuenta de cómo los gringos venden muy bien la idea de que sus ciudades son las únicas cosmopolitas y a ciudades como éstas no les importa, igual que cuando uno está en lo suyo y le pela que los demás lo envidien o se lo jarten vivo.
Cuando uno tiene la honestidad de un conejo, no se hacen tratos con tigres. Y el conejo de esta historia, campesino e ingenuo, sería la suscrita. Por más viaje y actitud comemierda, uno sigue siendo el mismo polo de Barrio México y en la aceptación está la liberación de los complejos. Enfrentada a una ciudad como esta, tendría que cantar lo mismo que Lorde:
PS Si quiera ver mi spam de Instagram sobre la visita, la cuenta es #moteconhuesillo
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