Vinimos aquí porque era más barato que pasar la noche en París. Porque ninguno sabía mucho del lugar ni tenía muchas referencias. En mi caso, por ejemplo, apenas un poquito más de lo que había leído en Asterix. La guía de turismo reconoce, no sin cierto dejo de tristeza, que es una ciudad que se ve apenas en 3 horas, 5 si uno camina rápido o es muy despistado.
El hotel es un barco anclado en un barrio pintoresco, ubicado temporalmente en los años 20, se esucha jazz y charleston en todo momento, la decoración con fotografías antiguas de la familia real belga, y los motivos náuticos lo transportan. La atención es personalizada y muy amable. Además con el plus de que tiene perrito incorporado, muy simpático, por cierto.
La parte turística es un área muy pequeña. Destacan esos edificios medievales recargados y puntiaguados, casas que identifican sus años de construcción en los 1500 y los 1600, que por lo menos a mí me despiertan la sospecha que esta ciudad estuvo llena de colaboracionistas porque aquí no cayó ni una sola bomba. No es para menos: los belgas se rindieron y se esperaron tranquilamente a la liberación de los aliados. Era la segunda vez en 25 años que eran ocupados por los alemanes.
No puedo evitar pensar en la fecha de recordación del holocausto e imaginarme las banderas rojas con swastikas colgando de estos edificios adornados con dorado y propios de los libros de cuentos. Los judíos belgas pusieron la mitad de todos los muertos de la segunda guerra mundial que tenían la nacionalidad belga.
La riqueza de este país que le permite llamarse desarrollado viene de la explotación callada que hicieron en áfrica y en particular en el Congo belga, bien decía Manolito que no se puede amasar una fortuna sin hacer harina a los demás. Cuando uno piensa en esclavistas colonizadores racistas, nunca piensa en los belgas ¿cierto? Pero lo eran tanto como cualquiera, aplicando el famoso principio del que como callado, come dos veces.
En el número 9 de esa plaza está además un café adornado con un cisne y la placa confirma que ahí se reunían Marx y Engels a redactar el Manifiesto Comunista. Se siguieron reuniendo hasta que el manifiesto de publicó y el gobierno belga procedió a echar a Marx por revoltoso, siguiendo la tradición de los países europeos por donde anduvo rodando don Carlos.
Impresiona la cantidad de tiendas de chocolate, con un olor tan intenso, que siento el gatillo de la migraña tensarse con solo acercarme y me marea. Hay otro producto para el que tampoco soy el público meta: más de 270 tipos de cerveza.
Mucha tienda de chuchería de souvenir pero casi todos sin gracia. Creo que no han encontrado su verdadero llamado ni cómo mercadearse. Siendo la tierra natal de Lady Godiva, deberían organizar que ella cabalgue como cuenta la leyenda al menos tres veces al día por la plaza y estoy segura que esto sería un llenazo.
Se escucha casi todo en francés y cuando desempolvo el mío, no paso del bon yur, merci y del sivuplé. Total, me siento más cómoda hablándoles en inglés y aun tengo atravesado de oreja a oreja el italiano. Lo que ellos no saben, pero yo sí, es que les entiendo casi todo cuando hablan ese dialecto del holandés, que fonéticamente se parece mucho al alemán, pero leído, es un misterio.
Aquí, en la tierra natal de los pitufos, las papas fritas (solo son mayonesa, no se atreva a pedir ketchup), los waffles (para los locales solo con azúcar, para los golosos extranjeros con cuanta madre se le pueda poner encima), TinTin (tiene boutique exclusiva) y las comiquitas (con museo propio), se siente el cambio de latitudes. Los ojos empiezan a ser más fríos y más claros, las personas más altas y más blancas, las cosas más ordenadas. Aquí nadie cruza por donde la da la gana y las luces de los semáforos se respetan, a diferencia de lo que ocurre en Italia. Los pobres son casi todos negros y los blancos se ven todos nórdicos.
De alguna manera entiende uno porqué Bruselas no es un must ni está en el top 5 de los destinos turísticos para rajar al respecto, pero tiene su encanto. De alguna manera, caminar casi 4 km entre una multitud para ver la estatua más famosa de la ciudad y ver que tiene apenas el tamaño de una muñeca Paco, que como esos juguetes de plástico, orina cuando le pasa agua por el medio; confirma que es la forma en que los belgas le dicen a uno que tampoco les interesa el turismo, una broma sarcástica, que el monumento de la ciudad sea un muñequito orinando.
Hay contrastes impresionantes. Mientras esperábamos el vuelo de Roma para acá, se acercaron tres señoras africanas con los trajes típicos de sus países, preguntando dónde quedaba el counter de la aerolínea de descuento. Se les explicó que habían dos filas diferentes pero alegando que habían dormido en el aeropuerto, se colaron de primeras. Luego las vimos de nuevo en la sala de abordaje.
Desesperadas, creyendo que el avión se iba sin ellas, una abrió la puerta que daba a la pista, activando la alarma del aeropuerto y salió corriendo con todos sus motetes entre los aviones gritando el nombre de la aerolínea y haciendo señas para que la esperaran. La atajó un policía que a empujones la devolvió a la sala, confundiéndola más todavía.
La gente se reía, como si fuera un espectáculo para su entretenimiento mañanero y sin pensar que eso es producto de la diferencia en la educación, en las oportunidades, en el conocimiento, en los ingresos. Que la burla no soluciona nada y solo hace sentirse mal a la gente. Me los imaginaba contando esa tarde en sus destinos el papelón que habían presenciado.
Solo un muchacho se compadeció de ellas y en francés, con mucha paciencia, les explicó cómo funcionaba eso del abordaje, la fila, los aviones y el vuelo.
Para mí, Bruselas seguriá siendo un rompecabezas, por el olor que me da migraña y por que no la entiendo. No la entiendo.
Deja un comentario