Mi hermano mayor honorario escribió este artículo . Y de repente, empezaron a fluir las historias:
- Una señora de 80 años lo llamó. Empezó disculpándose diciéndole “Usted no me conoce, pero…”, le dijo cuántos años tenía y que hace 72, cuando estaba en segundo grado, vivía enamorada de Jaime Levy. Yo me la imagino con trenzas, siguiendo con la mirada al machillo en los recreos. Dándole pellizcos, acusándolo con la maestra, compartiendo un mango, un pan con mantequilla, una melcocha. Suspirando. es decir, demostrándole el amor eterno como uno solo puede hacerlo a los 8 años. Le dijo que su abuelo era un español furioso y catoliquísimo y entonces en las noches, se le combinaba el terror y el pánico con aquel enamoramiento prohibido y las mariposas de la panza se le subían al pecho. Un día se animó, no a confesar su amor, sino a enfrenta al abuelo “¿Los judíos son personas malas?”. El abuelo tal vez se sorprendió con la pregunta pero más se sorprendió ella con la respuesta “¿Cómo se te ocurre? Son personas como todas las demás” Entonces ella puedo seguir con la conciencia tranquila y enamorada, sin temor al infierno. No preguntó por don Jaime. No supimos si le dio un beso en una esquina o si lo volvió a ver. O si pensaba en él de cuando en vez si en el periódico leía algo que le recordaba su intensidad de segundo grado.
- En primer año de la U, antes de saber yo que estudiar en grupo no servía para un carajo, que nos atrasaba a todos y nos aseguraba la misma nota vergonzosa por vagos, nos fuimos a estudiar a la casa de un compañero paisano, que ya era de por sí bastante transgresor: tenía novia cristiana, públicamente y había salido en una obra de la facultad de comerciante judío, exagerando los estereotipos. Creo que todos íbamos con curiosidad, como si nos fuéramos a encontrar en esa casa algo distinto. Lo que encontramos fue al papá de mi compañero: un chavalazo, simpático, entrador, alegre, buena gente, encantador, que se sentó con nosotros a tomar café, contar chistes e historias. Entre esas, la de una muchacha cristiana de la que se enamoró en la U, que fue su novia a escondidas, con la que soñaba con hijos y una casita. Pero lo mandaron a estudiar afuera y le prohibieron esa muchacha. No se pudo casar con ella y nunca volvió a saber nada. Nosotras suspirábamos y ellos lo envidiaban por las habilidades de conquista, que superaban crucificados. Sonó el timbre y el papá fue a abrir. Una compañera revisó el reloj y dijo vienen por mí. Nos fuimos todos en pelota a despedirla a la puerta, para encontrarnos al papá boquiabierto viendo a la mamá de mi compañera, que tenía lágrimas en los ojos mientras no dejaba de verlo. Era la muchacha de la U, la novia. Se reencontraban por primera vez en 20 años.
- En el Barrio México de mis amores y mi infancia, vivieron por mucho tiempo paisanos, probablemente por la cercanía de la sinagoga y precios accesibles para inmigrantes o trabajadores. Mimí tuvo varios caseros judíos, amigos paisanos y en la Pitahaya, con guindo de por medio, convivían todos revueltos. Dicen que entre los de este lado, entre los chiquillos que jugaban y corrían en la calle, entre los que cada año, hacían la primera comunión en la Santísima Trinidad o en La Merced, desfilaban unos machillos muy gatos, que compartían primer apellido con la mamá y nunca nadie les conoció tata.
- Ayer recordábamos además una novela donde uno de los personajes es una muchacha de la comunidad. Algunos no entienden la diferencia entre la ficción basada en la realidad y le exige a una novela el rigor histórico que no le imponen a su propia vida y se quejan que el autor dejó a su madre, la muchacha de la novela, como una puta porque se enamora de un hombre fuera de la comunidad y para rematar, alemán y casado, como ella. Se ponen moralistas hasta con la palabra escrita, como las betadas cartagas. Lo cierto es que en la vida real, esa a la que tanto se aferran, esa muchacha pasó por campos de exterminio. Llegó muy joven a este, que era otro mundo, tan distinto de la Europa del este antes de la guerra y la casaron, como era la tradición, por arreglo entre las familias con un hombre que le llevaba casi 20 años. No sé si lo habrá querido, aunque le haya parido hijos. Sé, porque me lo dice algo muy adentro, que en la novela, su hijo quiso darle el derecho que no tuvo en vida de vivir un amor puro, genuino, perdurable, sin condenas. Aunque fuera prohibido.
Eso sería, Bubele. Hay más, es cierto. Pero por ahora, solo eso.
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