Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Moin Moin

desde la isla de

Hamburg tiene severos problemas de identidad que bien ameritarían una consultoría de esas jugosas y en euros, de su marca país. No saben si son ciudad fina, despelotada, universitaria, puerto con todo lo que implica o cultura.

Quieren ser el puerto de entrada a Europa, con sus calles de tiendas elegantes parisienses, como si uno de turista se fuera a ir hasta allá arriba solo por comprarse algo de marca. O tal vez es para atender a los gerentes de las grandes navieras y empresas de logística que abundan en el puerto.

Tienen mucho en común con los ticos, tanto, que deberíamos declararnos ciudades hermanas. Por una parte, no dicen Hambuhg, como indicarían las reglas del idioma. Dicen Hambuig, así como los palmaerños hablan de Palmaris y no de Palmares. En lugar de Guten Morgen, dicen Moin, un equivalente al Buenas nuestro, que se responde con “Moin Moin” – Buenas, buenas. Su muñequito emblema es un chiquito que lleva dos cubos de agua, apenas equilibrados sobre los hombros. Se dice que era un chiquillo de apellido Hummel, que los demás niños del pueblo correteaban cuando lo venían cargado, diciéndole “Hummel-Hummel”.  Joden, los hamburgueses y bastante, le pasan tirando chinitas a todas las ciudades alemanes. De todo se ríen, de todo hacen chiste, son amables con la gente. Parecen ticos, insisto.  Para terminar, mi piéce de resistance: A veces, a manera de saludo o de despedida, se dicen Mors-Mors, que en el dialecto alemán de la zona, significa chúpame el culo. Creo que esta última evidencia confirma que llevo la razón, señor juez y que no es necesario discutir nada al respecto.

Hamburgo es un Puerto que hasta hace unos años, todavía en las mañanas anunciaba por radio cuántos hombres se necesitaban para descargar un barco. Que tiene barrios enteros de bodegas gigantes, que cuando quedaron vacías por culpa de los containers, no podían ser utilizadas para apartamentos por el fuerte olor a pimienta, café o a especias que impregnó las paredes. Como puerto, tiene una zona roja muy conocida, la Reepebahn, que no se anuncia en ningún folleto turístico, excepto uno que como quien no quiere la cosa pregunta en el título si uno anda solito de visita en Hamburgo y quisiera tener compañía.

Aquí descubro que hubo piratas alemanes. Que sí existen todavía los marineros de barba blanca y pipa. Que las salchichas de comen de a parado para que sean más sabrosas. Que hay barquitos en los cucuruchos más altos.

Ini y Achim viven en el pueblo donde se saluda a los barcos que entran por el Elba rumbo al puerto de Hamburgo. La gente se reúne a la orilla del río para saludar al barco y desde el control de puerto, suenan los primeros acordes de la ópera del Holandés Errante y se izan las banderas del país del barco. Toda la tripulación sale y saluda militarmente y aun hoy los vecinos se reúnen a saludar con manos y pañuelos a los viajeros. En el puerto de Hamburgo vemos al Queen Mary y aunque está vacío el muelle yo pienso, por un momento, en cuantos abuelos de gente querida salió desde este puerto, con una maletita de cartón huyendo del hambre o de los nazis o de las dos cosas, pensando que llegaría a la Amerika donde todos los sueños eran posibles pero desembarcando finalmente en Puerto Limón. Todavía hay puestos de venta de tiquetes de bus, tren y barco, donde te atienden solo en polaco, en checo, en ruso o en húngaro.

Achim explica que votan siempre por la derecha alemana porque gracias a esa política pudieron salir de la DDR. Nos cuenta de su urgente necesidad de viajar por todo lado, por todo el mundo, por semanas enteras. Nos enseña que nunca se invierten grandes sumas, que si alguito de plata se va acumulando hay que buscar hacerlo casi sin invertir nada para poder tener ganancia. Así, dedicaron un cuarto de su casa a huéspedes y lo llamaron bed & breakfast. Se anunciaban de gratis en la página oficial de la Municipalidad de Hamburgo. A la vez ambos trabajaban en otras cosas. Siempre pasaban llenos y ese ahorro les permitió irse a conocer el mundo que les estaba negado en la DDR. El Volga soviético en el que salieron, se lo vendieron a precio de coleccionista al cónsul ruso en Hamburgo. Achim es un ejemplo de una generación obsesionada por la sobrevivencia. Un niño que recuerda su infancia sin agua en la casa, teniendo que llevarla del río.

Ini y Achim están además en un grupo de danza para personas de más de 65 años. Hacen sus propias coreografías con ayuda de una bailarina profesional. Ahora están trabajando en una que se llamara antepasados, que muestra cómo los abuelos y bisabuelos nos han impregnado la forma en la que vivimos y lo que somos. Achim tiene un solo que nos cuenta y que me resuena muy adentro. Me dice que durante su vida, le ha tocado ver morir a mucha gente. Que nosotros, los humanos, llevamos el dolor como una lucha y que es resultado de la incapacidad de aceptar lo que no podemos cambiar. Que hay un momento, al que no todos llegan, en el que por alguna razón se bajan finalmente los brazos y se da uno por vencido y acepta y deja de pelear. Ahí es cuando el dolor se va. Que la pregunta es si uno podrá realmente dejar de pelear. Y se interrumpe, diciendo que eso no es tema para gente tan joven como nosotros, pero sí lo es. Lo es porque yo, cada vez estoy más convencida, finalmente hice las paces con la muerte de mi papá. Y ni siquiera sé bien cómo. Solo sé que la espina ya no está ahí y que lo que tengo se parece mucho a la chimenea de la sala de Ini y de Achim en esa noche fría de Hamburgo.

Ini es una viejita pizpireta que conserva esa arrogancia coqueta y el atrevimiento de la jovencita que Achim conoció en Dresden. La que sabe que es igual a un hombre. Inteligente, fuerte, deportista. La que se sobrepuso al bombardeo y al incendio de Dresden y a la llegada de los rusos, aunque aun llore cuando lo recuerda. Se le nota en las fotos viejas, en las noticias del mundo que sigue y que lee, en las noticias que recorta y ordena en ampos. Ella es la que contesta el teléfono, ella es la que dirige las cosas, ella cocina comida curiosa para mí como una sopa caliente de alguna especie de berrie roja, que me dice que está llena de vitaminas y que yo me como por educación y por miedo a que mi abuela me jale las patas por hacer un desaire en casa ajena, que era la sopa de mondongo de la infancia de Cornelia, porque la odiaba tanto, que la vomitaba. Me cambia el individual bordado porque tiene una manchita. Me modela la camiseta de monos traviesos que le trajimos desde Costa Rica.

Ini y Achim casi no comen carne, no comen con sal y con muy poca grasa. A todo lado van en bici, recorren más de 4 mil kilómetros al año. Aunque rozan los 80 años, se ven como de 60. Achim tiene 3 bypass cardíacos e Ini se sobrepuso a un tumor cerebral benigno después de 4 días en coma, cuando Achim, desobedeciendo a los médicos, se colaba en el hospital y le ponía la mano en la espalda y le hablaba como una lora, hasta que se despertó.  No creen en Dios, pero sí en que las cosas pasan por algo, que todo tiene un motivo, aunque uno tal vez no lo entienda de inmediato, que las cosas tienen su lugar en el cosmos. Insisten en hacer para nosotros el café que les trajimos de Costa Rica y le alaban el aroma. Quieren que nos llevemos algo de vuelta porque son demasiado regalos, pero les decimos que es muy poco a cambio de todo lo que ellos nos han dado.

Mi alemán mejora montones con solo verlos y abrazarlos y compartir con ellos la mesa. Yo quisiera ser como ellos cuando estemos viejitos. Quisiera llegar juntos a viejos.

Me llevo su dirección. A partir de ahora ya no será necesario mandarles saludos en las tarjetas que le envío a Cornelia. Ahora, Ini y Achim tendrán tarjeta propia.

En Instagram llevo un fotolog bien spammer de cada ciudad. Si tiene cuenta o si se anima a hacer una, mi usuario es moteconhuesillo. También las tuiteo (hence lo spammer), en Tw mi usuario es @SolentinameIsla


Gotitas de lluvia

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