Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

A 40 años

desde la isla de

Hoy se cumplen cuarenta años. No es solo el golpe. No. Son 40 años de haber fusilado un sueño, 40 años de miles de detenidos desaparecidos, de miles de muertos, de miles de familias exiliadas. Han pasado 40 años y nadie sabe, a ciencia cierta, cuántos fueron. 40 años y si uno dice el nombre de Salvador Allende, se armó la bronca. 40 años y aun uno llora de dolor y de cólera.

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Para este aniversario, en Chile se han lucido:

Santiago amaneció tomado por 2500 pacos, sobre todo el centro. Otra vez, el Santiago ensangrentado de Milanés, pisoteado por las botas de militares.

El malparido Mamo Contreras, que se ve como un abuelito dulce, el mismo salvaje que dirigió Villa Grimaldi, dice, con una calma que hiela la sangre, que no hubo ni muertos ni desaparecidos. Seguro ya no se acuerda de los que ordenó matar, de los que vio matar, que los que vio torturar, de los que vio violar. Yo sí me acuerdo. O tal vez es el descaro no más, porque sabe que eso que dice le enciende la rabia y la lágrima a los sobrevivientes.

Otro milico chileno con grado de general, se queja y califica de brutal, que estas nuevas generaciones no entendamos lo que implicaba ser militar en 1973.

Finalmente, hay emisoras que están transmitiendo minuto a minuto lo que pasó hace 40 años, para que no se olvide. Ahora que se puede.

La Corte Suprema chilena emite un comunicado reconociendo que cedió ante las presiones de la dictadura y que jueces y abogados se negaron a atender los recursos de habeas corpus de los detenidos desaparecidos. Pero no pide perdón. Ni a putas.

Llevan como dos meses en un pleito constante sobre el perdón, que si hay que pedirlo, que si no hay nada de qué arrepentirse, que si yo era un lolo pendejo cuando el golpe, que no pasó nada de lo que haya que disculparse, que si esto, que si lo otro, que yo no tuve la culpa, que yo no mate a nadie.

Los momios, los fachos, saliendo desde los rincones como cucarachas antes de terremoto, para recordarle al mundo que sí, que hay mucho chileno que sigue añorando al Generalísimo, porque obvio es mucho peor hacer fila para comprar pan comparado con que violen a una mujer con perros frente a su esposo y sus hijos.

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Vi No. Y vi esa dinámica tan dolorosa que he visto en vivo ya varias veces. Esa necesidad de repasar el dolor, de hablar de lo que pasó, de exigir justicia, de hacer público lo vivido. Vi a un publicista que según la película creció en México, un poco ajeno a todo eso, decirles que dejaran todo atrás que era como escupirles la cara hasta que los logra convencer que esa es la única manera en la que van a sacar a Pinochet del poder.  Los vi, a los del mismo bando, como siempre pelearse entre ellos sin querer ceder ni medio paso por tonteras, tratando de recuperar con arrogancia el orgullo que les arrebataron los milicos.   Reclamándole al exiliado la comodidad de la huída. Vi a uno que entendió que había que ceder, buscar puntos medios, llegar a acuerdos porque lo importante era el enemigo común, no la diferencia entre los que somos de los nuestros, los propios.  Y es que estan difícil hablar de alegría cuando ni siquiera se puede ni hay permiso para hablar del dolor.

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Y es que yo, desde aquí tan lejos, en medio de la celebración patriótica de una clasificación a un mundial en el que, como siempre, no pasaremos de la primera ronda, a pesar de los créditos y clubes de viaje para ir a Rio y volver hablando de mujerones, tangas, estadios y caderas; yo entiendo.

Entiendo la necesidad de hablarlo, una y otra vez, hasta que se agote y termine de salir eso de adentro. Hasta que limpie uno todos los vidrios del corazón de ese pegoste que es humo y polvo y grasa y entre la luz del sol barriendo. Entiendo la necesidad de pedir justicia, de decir “A mí me pasó. Es cierto”. La necesidad de que a uno le crean. La necesidad de señalar con el dedo al violador, al torturador, al cruel, al abusador, al violento, al asesino. Eso, a lo que le dicen memoria histórica, yo le digo de otra forma. Digo que no tolero, no puedo,  no soporto, no soy ni seré jamás cómplice del aquí no ha pasado nada.  Porque las cosas pasan. Punto. Y uno apechuga o no con la responsabilidad de uno en lo que pasa.

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No puedo, aunque quisiera, juzgar a esos jueces y abogados. Veo alrededor mío y me pregunto quién, de todos los que conozco, hubiera arriesgado su vida, su mujer, sus hijos, su familia, por salvarle la vida a un detenido desaparecido. Veo alrededor mío y me pregunto y lo peor, hasta sospecho, de quiénes se habrían alegrado de lo ocurrido y hubieran advertido, por lo bajo, de colegas que andaban en eso de los derechos humanos. Veo y no creo que esta Corte ni ninguna otra que he visto en 20 años, habría puesto el pecho por los “comunistas” y menos por los derechos humanos. No sé ni siquiera si yo misma, hoy, enfrentada a algo así, atrapada en mi país, lo habría hecho.

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Al presidente Piñera, a la Mattei, a la derecha: pidan perdón solo si de verdad les importa, no para salir en la prensa. Pidan perdón si de verdad se arrepienten de la alegría y la celebración del día del golpe; de no participar en las marchas de protesta; de no levantar la voz en la clase; de no preguntarle a sus familiares militares qué estaba pasando, quién hizo qué, si mataron a alguien; de haberse beneficiado económicamente de la dictadura; de esos de su casa que ustedes sí saben que hicieron algo; de seguir permitiendo los efectos del régimen; de la inequidad; de la pobreza; de todo lo que debería darles vergüenza. De eso. Que el perdón solo sirve cuando uno de verdad se compromete a que eso no pasa más nunca y hace algo al respecto. Podrían empezar por hablarlo, por ejemplo. Y que sepan que pedir perdón, aun y cuando fuera sincero, en nada le cambia la vida a la víctima. A lo sumo lo agradece con dignidad. Pero hay que hacerlo.

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El golpe fue hace 40 años pero es hoy, cuando se habla del milagro económico chileno sin mencionar el dolor que lo financió. Cuando la abuela Berta se me muere en Santiago solita, sin ver cumplido el sueño de ver a su familia, esa que tiene en una foto en la puerta de la refri, junta de nuevo en Santiago, tomando oncecita en el apartamento del cuarto piso de Valentín Letelier. Una abuela que me abrió los bracitos morenos cuando ya yo no tenía a la mía y desde el primer día le dije abuela sin pedirle permiso y ella sonreía. Y me hacía sopitas. Y me calentaba las ayuyas en el tostador de pan que se usa en los discos de la cocina. Y me preparaba el té y en las noches de invierno, la manta de lana y el guatero.

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Yo conozco a un hombre que tiene entre sus mayores orgullos no haber traicionado a un amigo. Que a los 23 años, en 1973, mientras hacía fila bajo una cobija, sabiendo que lo iban a torturar, en ese estadio, se repetía que lo más importante era no traicionar al Lucho ni mencionarlo. Que dice- cuando dice- que le hicieron de todo, por casi dos meses, pero que no dijo nada y lo cuidó, al Lucho, que era militante del MIR. Que ese “de todo” está en algún informe registrado como un testimonio más, como todos, anónimo.  Que cree, pero no sabe ni sabrá nunca, que lo denunció un primo que más que primo era como hermano de crianza. Que la madrina de su mujer, esa señora tan cuica, casada con un alemán sospechoso de nazi y de espía, con influencias en todas partes, no quiso ayudar a sacarlo de dónde estaba pero sí dijo que seguía vivo. Que a la vez cuando se entera de alguien que sí habló, baja los ojos y dice que tampoco podría culparlo, porque son situaciones límites y que a ese compañero lo que hay que hacer es abrazarlo y decirle que no importa y dejarlo que llore un rato para que deje de odiarse. Ese hombre se llama Florencio. Engendró a Marcelo.

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Marcelo, cuando me contó de su papá, me dijo todo de un tirón una mañana de diciembre que íbamos a ver un volcán. En la tarde, yo le compartí esto. Me acuerdo que le escribí “Para vos y tu viejo”:

Cuando era como vos me enseñaron los viejos
y también las maestras bondadosas y miopes
que libertad o muerte era una redundancia
a quien se le ocurría en un país
donde los presidentes andaban sin capangas.

Que la patria o la tumba era otro pleonasmo
ya que la patria funcionaba bien
en las canchas y en los pastoreos.

Realmente no sabían un corno
pobrecitos creían que libertad
era tan solo una palabra aguda
que muerte era tan solo grave o llana
y cárceles por suerte una palabra esdrújula.

Olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos
sino de otros más duros y siniestros
y estos sí
cómo nos ensartaron
en la limpia república verbal
cómo idealizaron
la vidurria de vacas y estancieros
y cómo nos vendieron un ejército
que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere
uno no siempre puede
por eso estoy aquí
mirándote y echándote
de menos.

Por eso es que no puedo despeinarte el jopo
ni ayudarte con la tabla del nueve
ni acribillarte a pelotazos.

Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos
y que los jugué en serio.

Y jugué por ejemplo a los ladrones
y los ladrones eran policías.

Y jugué por ejemplo a la escondida
y si te descubrían te mataban
y jugué a la mancha
y era de sangre.

Botija aunque tengas pocos años
creo que hay que decirte la verdad
para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana
que casi me revientan los riñones
todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas
que tu viejo calló
o puteó como un loco
que es una linda forma de callar.

Que tu viejo olvidó todos los números
(por eso no podría ayudarte en las tablas)
y por lo tanto todos los teléfonos.

Y las calles y el color de los ojos
y los cabellos y las cicatrices
y en qué esquina
en qué bar
qué parada
qué casa.

Y acordarse de vos
de tu carita
lo ayudaba a callar.

Una cosa es morirse de dolor
y otra cosa es morirse de vergüenza.

Por eso ahora
me podés preguntar
y sobre todo
puedo yo responder.

Uno no siempre hace lo que quiere
pero tiene el derecho de no hacer
lo que no quiere.

Llora nomás botija
son macanas
que los hombres no lloran
aquí lloramos todos.

Gritamos, berreamos, moqueamos, chillamos, maldecimos
porque es mejor llorar que traicionar
porque es mejor llorar que traicionarse.

Llorá
pero no olvides.

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Sección de videos:

Las Estatuas de la Alameda

Promesa para un hijo

Chile, La alegría ya viene

Venceremos

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¡Viva Chile! ¡Vivan los trabajadores!

Compañero Salvador Allende: ¡Presente hoy y siempre!

(Les presento a un amigo, un héroe, un ejemplo:)

 

 


Gotitas de lluvia

4 respuestas a “A 40 años”

  1. gracias por escribir esto

  2. gracias gracias gracias gracias Alejandra!

    Me has sacado todas las lágrimas que hoy desde que desperté he tenido pegadas en algún lugar del alma y la memoria.

    Gracias porque me las he aguantado todo el día y recién ahora que vuelvo del almuerzo y me dirijo a hacer una presentación sobre en el trabajo podré decir que estoy asi, inaguantable, desbordada “porque es mejor llorar que traicionarse, porque es mejor llorar que olvidar y olvidarse”.

    No tengo palabras para agradecerte, Gracias envueltas en lágrimas.

  3. Que intenso! Me hizo recordar todo lo que nos compartiste.

  4. ¡Qué fuerte! me recordó todo lo que me contaba a pedacitos doña Elena Nascimento cada 11 de setiembre cuando la llamaba. La llamaba otras veces en el año, pero en especial el 11 de setiembre porque sabía que estaría triste y que hablar le ayudaba. Me recordó “Volveremos” y “Hoy quiero estar con Chile a solas” de don Joaquín Gutiérrez, tan a corazón abierto que no importa cuantas veces los lea siempre me hacen llorar. Yo no conozco de Chile y de esa época más de lo que doña Elena me contó o más de lo que leo en prensa y lo que has dejado escrito en este blog, pero me parece increíble que Chile pueda ser un dolor tan grande para todos, sin fronteras, sin tiempo… y un deseo en el fondo de regresar el tiempo y de querer evitar todo, de saber cómo habría sido ese Chile que tantas almas soñaron.

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