De todos los feriados nacionales, el único que se me hace un poco menos lejano es el de la Anexión del partido de Nicoya, eso sí, manteniéndome bien lejos de sobredosis de nacionalismo.
Siempre me gustaron esas enaguas enormes, voladas, de colores y tela de raso, ojalá que girara conmigo haciendo ondas, que al agarrarla de cada esquina pudiera alzar los brazos al cielo y la enagua diera. Pero nunca tuve una. Mi mamá todos los años me advertía que ni me ofreciera a salir de campesina porque no había traje ni pensaban comprármelo porque de todos modos, solo lo iba a usar un día y al año siguiente era probable que ya no me quedaría. Y tenía razón.
Las pocas veces que no había escapatoria porque era una orden escolar llegar vestido de campesino, había que correr para encontrar una enagua prestada, que no hacía juego con la blusa blanca- también prestada y como de chiquita nunca tuve ningún tipo de sandalias o chancletas, tenía que irme en el bus de la escuela en tennis y medias blancas y ya en sitio, decidir si andaba o no descalza. Pero mis pies desde siempre eran horribles y como nunca andaba descalza, demasiado tiernitos y temía enterrarme piedritas, cortarme, quemarme las plantas, que alguien se burlara o alguna tragedia semejante.
Tampoco tenía opción a las trenzas. Por un lado, porque mi pelo era chuzo sin remedio. No podía usar colas, ni prensas, ni diademas, ni nada de esas cosas tan femeninas y tan bonitas que usaban las demás . Una trenza se me deshacía sola en minutos. Por otro, porque eso de los peinados, colas, semicolas, trenzas francesas y sus variantes, era cosa de mamás vagabundas, y no como la mía, que trabajaban y la mía, para mayor comodidad, cada vez que la pava amenazaba con sacarme los ojos, me llevaba a que me cortaran el pelo como siempre. Ella decía que era corte de paje. Mimí, que era de huacal vuelto. A hoy, no se me enreda el pelo. Nadie nunca tuvo que sacarme nudos. Me peino sola desde que me acuerdo y es realmente raro que me despeina. Se acomoda de nuevo con solo pasarme la mano.
Las blusas típicas me gustaban por las cintas de colores y porque dejaban los hombros descubiertos. Siempre quise tener una cintita de terciopelo para el pescuezo, ojalá con uno de esos cameos marfil de señora victoriana. Veía con envidia los ensayos de los bailes típicos y me lamentaba de lo que entonces no sabía que era parte de una dislexia leve, que me impedía y me sigue impidiendo llevar un ritmo adecuado para bailar una coreografía, por más sencilla que sea, en grupo.
Ayer, en modo de ayuda-a-un-amigo, rebúscabamos bombas de las del punto guanacasteco, para adaptarlas y usarlas en una actividad que él tenía. Obvio, muchas son malísimas. Algunas, particularmente las más antiguas y las menos forzadas, son realmente ingeniosas. Me imaginaba yo aquello de estar bailando en una fiesta y que de repente un sabanero parara la música al grito de ¡Bomba! y frente a todo aquel gentío, me dijera cualquiera de las cosas lindas que se dicen en esos casos, que me reclamara que no le hago caso, que me declarara su amor eterno, que me comparara con la fuerza del mar de las playas de Guanacaste.
Si tuviera que decir cuál fue el aporte de la Anexión en mi vida, diría que es culpa del mismo folklor, que siempre habla de una mujer morena… tan distinta de la belleza pálida, de muñeca de caja, tan deseada, tan perfecta y tan poco frecuente de mi infancia, el modelo que nos imponían por todas partes ad nauseam, excepto el 25 de julio. Morena, como la mezcla mestiza. Morena. Una palabra tan castiza que no tiene traducción correcta a otros idiomas. Morena de nacimiento y no de sol. Simplemente morena.
La mujer de las bombas y de las canciones típicas que se oyen el 25 de Julio y a veces el 15 de setiembre, siempre es encantadoramente bella… y morena. Morena como opción preferencial y no como mi-peor-es-nada ni premio de consuelo. Morena y obvio, con los ojos negros. Con la piel de tinaja. Con el pelo negro. No sería raro que de cariño le digan “Negra” o “China”, dos de mis apodos favoritos. Esa mujer enamora y embruja, porque es morena. Es inteligente y atrevida y contestona y no se dejan mandar de nadie. Trabaja mucho, palmea tortillas, hace cosa de horno, baila, cocina, sabe hacer de todo, puede valerse sola. No es de las que se someten, es de las que aceptan, solo si quieren. Es lo más parecido a la proyección de una mujer moderna. La única crítica que le hacen, cuando se animan , es decirle traidora. Diría el Patán que eso no es mal de las morenas sino en general de todas las hembras.
Amor de temporada, una de las canciones más dulces de las folclóricas, se dedicó a una morena que el autor conoció en unas vacaciones guanacastecas y que le quedó impresa de por vida en la retina. En Caña dulce, la medida del momento en que se alcanza todo en la vida, se cumplía simplemente “Con mi Dios y mi morena, caña dulce y buen amor”. Adán Guevara escribió una canción bellísima que se llama Morena Linda. Al Caballito Nicoyano el sabanero le dice que tienen que pasear a la morena más linda de esa tierra sin igual. Antes de saber que Pasión era una canción plagiada de Venezuela, yo me imaginaba que eso que se llevaba en el pecho como una perlita gata, que adoraban los indios al nacer la luz del alba era también morena. Las morenas son las únicas mujeres de ese mundo de 24 horas anuales de la Anexión de Guanacaste.Nunca se mencionan las muñequitas de caja.
Morena.
Morena como Mimí. Morena como yo.
Morena.
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