Finalmente logro entrar. La cosa era en la carpa en medio del CENAC. Me siento en la primera silla que encuentro libre y me abanico con mi sombrero. Había caminado mucho y hacía un calor húmedo típico de San José, ciudad puerto y el cambio climático, brought to you by the US and their constant state of denial.
No había terminado de poner el culo en la silla, cuando un funcionario de la Embajada me pregunta si estoy con la delegación gringa. Bueno, obvio que no. ¿No se me nota la latinoamericanidad? Me informan que de ese lado, solo gringos, delegación y prensa con pasaporte del águila calva.
Ok. Me paso para el otro lado. Se nota que somos ticos. Hay tres personas, pero todas las sillas tienen carteras, libretas o lapiceros, guardando campos. Las sillas de los ministros tienen banderitas. En más de una hacen falta. Cuando pregunto para ver si eso significa que están desocupadas, me dicen que es que no alcanzaron y que las demás se las están robando para llevarlas de souvenir. El parecido con un té de canastilla no podría ser más cercano. -Polos, Sir, we call them polos-
Resignada, me voy a sentar a las gradas debajo de una cámara, porque no iba a ir a sentarme al gallinero después de mi heroica gesta para entrar a la conferencia de prensa. Mientras alistaba mi cámara para tenerla al pescuezo y tuiteaba con fruición desde el celular, con mil dificultades errores, me quejaba del gap generacional y de la dislexia que me tenía loca. Estando en esas, empiezo a recibir mensajes de amigos y conocidos diciendo que me estaban viendo en tele, felicitándome por la pinta e implorándome que no hiciera una escena.
Aunque no reconocí a nadie, parece que a los camarógrafos yo les hice mucha gracia y decidieron hacer blancos y pruebas de enfoque conmigo.
Pocas veces en la vida he sido más entradora y simpática que ayer. Saludaba a todo el mundo, sonrisas para todo lado. Un periodista de DW se me acercó y me empezó a hablar en alemán y yo, muy cosmopolita, le resolví las dudas en su idioma natal. Los gringos me hablaban en inglés y el espíritu de mi mamá, que le habla hasta a una pared, me poseyó y conversé animadamente con periodistas, le dije a los de CRhoy.com que soy fans y comparamos historias de ingreso y heridas de guerra.
Todos se quejaban de los gringos y de su grosería. La historia más repetida fue la de alguien que le desarmaron un equipo hasta dejarlo en puras tuercas y se lo devolvieron en ese estado. El compita se puso fúrico y exigió que se lo volvieran a entregar armado. Lo tiraron al piso y le pusieron una pistola en la jupa. El jefe de ese medio tuvo que intervenir a los gritos para que lo soltaran. Otros contaban cómo se colaron sin estar acreditados y de los que misteriosamente desaparecieron de las listas.
Otro medio llegó tarde y no tenían espacio para la cámara. El organizador de Casa Presidencial parecía chofer de bus de Sabana Cementerio, pidiendo que se acomodaran y dejaran espacio, porque había que acomodar a uno más. La gente se quejaba de que nadie los tenía llegando tarde.
Una doñita de presidencia se quejaba de los chiquillos que habían recibido a Mi Negro a la entrada de la Casa Amarilla “¡Vieras vos el desastre! Es que ¿A quién se le ocurre llevar chiquitos tan chiquitos a algo como esto? No hacían caso, no se quedaban quietos, era como arrear gatos, no se acomodaban para la foto y seguían pegando gritos. ¡Fijate! No, no, no. Es que yo, lo que soy yo, hubiera hecho otra cosa”
O sea, la cosa era muy cómoda y casera: todos hablábamos mal de todos, nos quejábamos del calor, del hambre, de la falta de campo, nos comíamos vivos a todos los presentes y sobre todo, a los gringos. Aquello parecía Cartago. Todos podríamos haber hecho y organizado mejor las cosas. Guardábamos campo para que alguien fuera al baño. Yo negocié con un peridoista para cuidarnos mutuamente laptop bolsos. Fingíamos que esto era un bretecillo más, nada de lo que uno pudiera sentirse especialmente orgulloso y más bien lo correcto era sentirse muy salado por ver el asueto evaporarse entre tanta carrera.
Yo le hablé a todo el mundo a ver si encontraba a alguien que pudiera hacerle llegar el libro a Mi Negro para que me lo firmara. Pero no tuve suerte. Todos me decían que era imposible acercársele y me parece que por protocolo, además era mal visto pedirle nada ni acercarle nada que no estuviera fríamente calculado. Al menos nadie podrá decir que no la he pulseado.
Conforme se iba llenando el auditorio, me di cuenta de una primicia: Yo era la más sport, la más underdressed de la colección de gente. Todos los periodistas locales andaban de traje entero. Ellas, de culifalda, tacones aguja, peinadas y maquilladas perfectas. Parecía que en lugar de venir a ver a Mi Negro, era Hugh Heffner el que iba a darla conferencia de prensa y ellas querían el chance de una audición para portada. Por eso, cuando alguien tuiteó que quién sabía cuántas costillas de adán habían deschingado para el evento, yo respondí que bastantes, a juzgar por cómo andaban vestidas mis no-colegas. Yo no sabía que costillas de Adán eran las matas que despelucaron para poner verde, verde el escenario. Shame on me.
Yo, en cambio, jeans, tennis rojas, camisa de seda de flores hawaiianas (pero la camisa era fina, aclaro), sombrero y anteojos oscuros. Y además, 180. Con la cara empapada del sudor y la caminada. Por un momento me sentí muy abochornada, proqye todos saben que es mejor andar over que underdressed. Pero a mí nadie me advirtió de dress code ni nada. Al menos era la más original, la que andaba más cómoda y más fresquita y resaltaba entre ese mar de gente vestida de negro. Y si hubiera ido en tacones y medias y saco y enagua, probablemente no hubiera aguantado esa caminada de mierda ni la conferencia de prensa, que la pasé de a parado. Y de haberme maquillado, con la sudada que me pegué, se me habría corrido todo. Yo era la única de sombrero. La dama elegante, sonriente, alta y de sombrero.
Los gringos nos ignoraban con esa indiferencia racista que raya en el desprecio, tan propio del que siente asco de verse en una república banana de mierda. No andaban tan desastrosos como yo, pero tampoco tan emperifollados como los ticos. No se podía pasar al lado de ellos y pretendían poner barreras.
Cuando el alemán me preguntó de cuál medio era yo, le dije que de La Nación y de Canal 7. Cuando me preguntó el gringo, le dije que de la Deustche Welle. A los ticos, les raje con el Huffington Post y el Washington Post y una columna especialmente contratada para el New Yorker. Nadie me echó en cara que estuviera mintiendo.
De un momento a otro se llenó el lugar con los del servicio secreto. Luego, un cucarachero de pasos apresurados: Los ministros, todos de negro y en fila, a las filas reservadas para ellos. La prensa tica aprovechó para algunas entrevistas. Yo no me moví de donde estaba.
Pruebas de sonido, emoción en las filas. Estaba a punto de caer un aguacero de esos bravos. En eso, alguien anunció que en dos minutos iniciábamos, que apagáramos celulares. Nadie hizo caso. Mi Negro was in da Haus y yo estaba a punto de verlo con estos ojitos tapatíos que se habrán de comer los gusanos.
Ahora sí y parrafraseando a Huguito: “Agárrate Sole, que hoy te dan lo tuyo”
Aquí la Parte I y aquí la Parte III
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