Para el pre, le recomiendo leer mi TL en Twitter o buscar los hashtags #MiNegro, #MiNegroviene #MiNegrovino, #MiNegrollegó y este post. @Solentinameisla
Marcelo me dejó a dos cuadras. Yo caminé hasta los primeros portones. “No es por aquí, es por allá, por el Hotel don Carlos”. Ok. Seguí caminando por un Chepe de pesadilla, totalmente vacío y pululando de policías. Otro portón. Esta vez un paco me pide que le salude a Mi Negro y que lo disfrute por ellos “porque nosotros no podemos”. Sigo.
De repente estoy llegando a la Casa Amarilla por el costado, y conforme avanzo, cambia el panorama. Paso de ver pacos delgaditos, morenos y cansados, a ver esos mamulones machos, con anteojos oscuros, ametralladoras, chalecos antibalas y todos, TODOS, hombres. Con cada paso, ese barrio se convertía en alguna base militar de un país invadido. Es más, estoy segura que alguno de esos cabrones debe ser de los necios que insisten en ser amigos míos en Skype.
Me miran con sorpresa mientras yo, muy campante, de fuerte sombrero Panamá, violento, sin darme cuenta, uno de los círculos de seguridad más cercanos al POTUS. Básicamente, pude haber entrado a la Casa Amarilla, a puro porte y nadie se daba cuenta.
Me sale un elefante al frente, que sacando pecho, me pregunta amenazante hacia dónde me dirijo. Ni siquiera paro y le digo que voy pal Cenac. Me dice que me tiene que escoltar. Le digo que haga lo que le de la gana. Empieza a caminar conmigo y le doy palmaditas en la panza y le digo que ya puede aflojar, que a mí no me impresiona y que de todos modos, así en tennis, yo soy más alta que él. Se ríe y deja de ser una amenaza.
No hemos avanzado 15 metros cuando me encuentro de frente al jefe de la DIS. Me levanto el sombrero en saludo y le grito nuestros apodos mutuos. El pobre se desencaja de verme ahí y después del beso de rigor, quiere saber cómo putas llegué hasta ahí caminando. Me manda para la puerta principal del CENAC, mientras me pide que no le cuente a nadie lo que hice y le habla al micrófono que anda diciéndoles que yo no soy un riesgo. Que solo estoy loca.
Puerta del CENAC. Un matón de la DIS me dice que no puedo pasar. Le digo que llame a su jefe. Me responde que no puedo pasar. Le digo que no me está ecuchando, que le acabo de decir que llame a su jefe que fue el que me dijo que pasara por aquí. Cuando subo el tono y me pongo atorrante, se viene un gringo, se abre el saco y hace el movimiento de sacar un arma. Sin perder un segundo, me vuelvo y le digo en inglés que no se ponga tarado, que no es con él sino con este igualado que no entiende que vengo con órdenes del zar antinarcotráfico y que haga caso. El gringo vuelve a ver a los chiquillos de la DIS muy confundido. Otro gorila interviene y muerto de risa, tratándome por mi nombre de pila, me pide que colabore y entre por el lado de la Biblioteca Nacional, diciéndome que ya le avisó a los compañeras. “¿Ve? Así por las buenas hago caso. Con matonadas, a ningún carepicha”.
Subo los 100 metros ante la evidente sorpresa y shock de toda la gente de seguridad. Me abren portones y paso cómodamente. Llego al puesto de control, a cargo de marines muy nerviosos. Les hablo tranquilamente en inglés y otra vez me vuelven a mandar por otro permiso… al puesto por donde empezó mi periplo. Uno de los gringos me trata bien, me habla en español, así que decido no ponerme sabrosa y voy y vengo, permiso en mano.
Me revisaron por todas partes. Los bolsos en una mesa y cuando me acerqué a abrirlos, me cayeron tres gringos horrorizados diciendo que me alejara de la mesa, como si anduviera una bomba. Luego tuve que vaciar las bolsas de los jeans y me encontré 20 mil pesos que no sabía que andaba.
Me revisaron como en el aeropuerto mientras yo, en un inglés muy fluido, los vacilaba y me quejaba de los Black Hawk y de esta situación de los 3 chiflados, informándoles que venía de la Casa Amarilla y que este despelote no me extrañaba. O sea, estamos en Costa Rica “Sí- me dice el simpaticón de la embajada- pero nosotros somos gringos. Estas cosas no pueden pasar”
Me olisqueó un pastor alemán, no tan bonito como Fusi, pero sí muy juguetón. Pregunté cómo se llamaba y lo acaricié mientras me espulgaban el bolso y la cámara. Me preguntaron que para qué andaba el libro de Mi Negro, el de Dreams of my Father. Respondí que uno usualmente tenía un libro para leerlos, aunque eso les resultara un concepto novedoso.
Yo sabía que 13 años de comer mierda en un colegio privado, algún día iba a ser de utilidad. Yo pasaba de un idioma al otro con una facilidad impresionante, vacilando en ambos idiomas y siendo tan simpática que yo misma no me reconocía. Estoy segura que estaba como en un high por la aborotazón y la adrenalina.
O sea, recorrí todos los puntos de seguridad, me trataron mal, me trataron bien, le maté las amebas a la DIS, me tuve que poner malcriada. O sea, San José se convirtió en la fila de licencias del COSEVI y la seguridad del evento fue planeada por la doña que come Papaya. Y esos muchachos, los gringos, se veían muy asustados, aunque jugaran de rudos. Los ojitos los delataban. Me dieron, la verdad, un poco de lástima.
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