Oigan, oigan con atención. Pongan la política a un lado, aunque AMLO, ES la mejor opción. Tanto, que Televisa recibió dinero para atacarlo.
Oigan la melodía, la cadencia, los sonidos. Eso que suena, es nahuatl. Igual que la palabra Guajolote, aguacate, atole, cacao, coyote, chapulín, chile, chocolate, metate, milpa, zacate, jícara, macho, guacamole, huipil, chichicaste, chayote, elote, chimar, tomate, ocelote, coyol, quelite, chipotle, nacatamal, pinol, papalote, zopilote, camanance. Y una palabra de amar: apapachar.
Debajo de más de quinientos años de español y conquista, el nahuatl resulta extrañamente familiar, ancestral, básico, conocido, cómodo, sanguíneo. Un lugar que se reconoce. Un dejavú colectivo. Es una memoria, un recuerdo que es sensación. Como las cosas que aprendemos antes de aprender a hablar, a creer en otros dioses, a comer algo que no venía de un comal.
En la vida real, mi nombre es de origen griego, mi apellido, español/ sefaradí. Mi otro yo, mi yo virtual, es nahuatl: Solentiname significa lugar de hospedaje. Mi piel, es del color de mi tierra. Mi latido, un tambor. Mi esencia, mi historia, cabe en un grano de maíz.
Deja un comentario