Este consultorio siempre me pone nerviosa. Me recuerda lo poco femenina que he sido, desde la época en que solo quería usar tennis, pantalones, pelo corto y quería ser hombre; hasta el día de hoy, que no me hago las uñas, pido cortes de pelo de bajo mantenimiento, sin planchas ni rizos, odio ir a tés o actividades solo de mujeres, tengo una sola cartera que uso hasta que se caiga a pedazos y, en general, le huyo a los ritos sociales identificados con ser femenina.
En este consultorio, todo es de color blanco y lo que no, es de vidrio. Es como la oficina de Reina del Hielo que leía cuando estaba chiquita. Llevo una bolsita de plástico con las 5 cremas que me pongo en la cara a diario. Racionalizo diciendo que me cuido del sol, cuando en realidad, a dos semanas de los 40, estos tubos más los estrógenos de los anticonceptivos son mis aliados en la carrera contra el envejecimiento.
Vengo a cita de control, me digo, pero estoy mintiendo. En realidad, vengo a rajar. En julio, voy a cumplir un año de ir a nadar todos los sábados y los domingos y aunque nado boca abajo, he visto ocurrir el mismo milagro que me acompaña desde la infancia.
Donde otros se arden, yo me bronceo. Donde otros se ponen protector, mi piel reacciona agradecida y se transforma. Cuando en el colegio mis compañeras se echaban coca cola o mantequilla en la piel, cerveza en el pelo, comían zanahorias todo el día (para aumentar el caroteno) y el mejor bronceador era el 2 con olor a coco y la mejor hora, el medio día; yo me ponía sin nada encima en una silla al lado de ellas. Claro, eran otros tiempos, donde los recursos naturales eran inagotables, no había ambientalistas, calentamientos globales y sobre todo, no habían huecos en la capa de ozono.
Todo esto le explico a la doctora diciéndole que mi única molestia es que el área del bigote- producto de mis ovarios ex poliquísticos- se ha manchado con notoria oscuridad y que me incomoda, por el look de abuelita peluda, pero que por todo lo demás, siento cierto orgullo después de chapotear 15 veces para cada lado, al salir de la piscina y verme color caramelo, emergiendo, como como una diosa morena y caderuda, desde la profundidad de las aguas azules.
La doctora me ve la piel de la cara con una clara expresión de horror. Como no me doy cuenta de su “Te va a dar cáncer de piel, criatura!”; sin que me lo pida, me doy media vuelta, me subo la camiseta y le enseño mi espalda, que sin protector de nada, está no morena. Está color barra de chocolate y a mí me encanta.
Mientras ella recupera la respiración de la impresión, yo le explico mis antecedentes juveniles, le cuento de mi tía que me decía Tostada y en general rajo de la condición genética que me permite semejante privilegio: me veo como una esposa de trofeo por el color, pero el mío es natural, por hacer ejercicio, sin máquinas de por medio y yo sí breteo. “Soy como el barro que usaron los indios. Arcilla sin gracia en su color natural, tinaja cálido después de poner al solcito”
Me pregunta que a qué hora voy a nadar. Por el tono hostil, veo que es indispensable mentirle: “A las 6 o 7 de la mañana” – le digo. “Es el peor sol” Y qué espera esta señora? Que vaya de madrugada? A dónde cree que voy? A un lugar techado, 24 horas y de agüita temperada?
Me hace lanzada a la silla de examen y me dice que voy directo a un peeling. Antes de que pueda preguntar para qué, ella me dice que le avise cuando no aguante al ardor. Trato de argumentar: “Usté no se da cuenta. No toda la gente es blanca. Yo no puedo- ni quiero- tener piel de Barbie. Ni de zombie como la suya. Yo me siento orgullosa de mi herencia cultural. Este color lo agarro por llevo de ese 1% de sangre indígena que dice la presidenta. Sin sol, yo me veo amarillenta, verdosa, enferma.”
A todo esto, ya me embarraron la cara del ácido y yo ya digo que arde y ella me dice que no sea cobarde, que aguante y me repite “Te va a dar cáncer de piel, criatura!”. Y me dejan un ratito más con aquello quemándome los rastros de sol de la cara.
En resumen, me cambiaron todas las cremas. Me botaron todas las mías y ahora, de castigo, tengo que usar 8 diarias y además tomar todos los días bloqueador en pastillas. Después de que boté la piel de la cara, igual que una culebra, perdí la sombra del mostacho, pero también ese aire de vivir en la playa. Tengo que usar un bloqueador en la cara al ir a nadar, que es como usar una máscara de silicón, con protección 70, que se aplica en barra y es contra agua. En el resto del cuerpo, bloqueador número 50.
Mi tiempo de preparación diaria se ha triplicado. Necesito instrucciones por escrito para recordar orden, movimientos, aplicaciones. Ahora voy a nadar como Gasparín bañado en calamina.
Salvemos el planeta, porfa. Reciclen chiquillos, no usen aerosoles. Yo quiero evitar el cáncer de piel. Y además, quiero volver a ser morena.
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