Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

DF

desde la isla de

México me supera, me sobrepasa, me marea. Me invaden mil olores, mil personas diferentes, mil colores y son apenas unas cuadras.

Se me confunden las épocas y vengo con Mimí hace 30 años. Antes de aterrizar veo el volcán Popocatepetl y Mimí me susurra que le dicen la mujer dormida y me enseña cómo verla la forma extendida de hembra rendida al frío. Me detienen en aduanas por robarme los tenedores del avión que sonaron el detector de metales y mi abuela no me defiende, aunque fue ella la que me sugirió alzarme toda la vajilla. Veo en una ventana un cabrito crucificado en proceso de asado y vuelvo a llorar como a los 8 años cuando lo trajeron cocido en un platón y lo pusieron en la mesa y yo me negué entre mocos a comer.


Traen los tacos a la mesa, en un chinchorrito a la vuelta del hotel, y algo primario, ancestral, básico, se me despierta al comer las tortillas de maíz de verdad en el centro de lo que una vez fue la ciudad de Montezuma. Como como nunca como: con hambre, con ganas, pido más, quiero más, me enchilo con ganas.

La señora de una de las mil ferias me da a probar mole de arándano. Le pregunto qué trae y me hace una lista de ingredientes de los que no reconozco la mitad. Sabe a pinol, con horchata, con historia, con chile.

Me gusta como habla el taxista que nos trae el hotel. Como habla la gente que voy escuchando. La tentación es enorme de imitarlos, de absorber ese humor, esa cadencia, esa música de su acento.

El calor me alucina y me imagino a cada una de las personas que veo, caminando en la urbe prehispánica. Y me pregunto y me alucina preguntarme qué estará pasando a la vez, en el mismo momento, en cada una de las historias de los veinticinco millones de personas que están conmigo a la vez en el DF.

En el super, hay 15 tipo de chiles empacados. Hay mil opciones de mil cosas. Hay jícama, cueritos, queso Oaxaca, alegrías, botanas, frambuesas, lechugas hidropónicas, carnitas, tacos al pastor, tortillas de cada color del maíz. Hay mole, hay horchata, hay mil tipos de dulces callejeros. ¿Qué hace uno con tanta abundancia? ¿Cómo afecta eso tu equilibrio mental? Tanto del que no tiene para comprar todas las opciones como del que le sobra. Dicen que aquí hay de todo. Literalmente de todo. que basta con imaginarlo y después solo pedirlo.

En la calle, un tipo encorbatado termina de comerse unas frutas envueltas en chile piquín y se toma el jugo, rojo encendido, a pico de la bolsa y yo siento como si fuera mi estómago el que se va incendiando.

Estoy en el mismo hotel en el que estuve a los 8 años. Y se me hace terriblemente pequeño. El angel de la independencia sigue brillando dorado en la ventana.

Hay un taxista que habla demasiado y dice que su taxi suena una alarma que descubre infieles. Que en México todos sufren amnesia y nadie se acuerda de nada. Otro maneja como un loco y cuando casi chocamos, le toca oír como yo celebro con un “juePUTA!”. Otro taxista tiene demasiados años y no debería estar trabajando. Debería estar en su casa con sus nietos. Se le olvida lo que va diciendo. No conoce las tiendas nuevas. Y si trabaja, es porque lo necesita. Otro taxista, en otra década, en esta ciudad me dijo “El respeto al derecho ajeno significa el conservamiento de los dientes propios”

Tengo que hacer una pausa. Tengo. Porque me siento mareada, campesina, centroamericana, pueblerina, empequeñecida ante la enormidad. No quiero que la ciudad me coma.

Tengo que hacer una pausa, porque en un rato más, vamos al teatro a cantar las canciones con las que mi abuela me enseñó que se vive el desamor y el despecho: con rabia, sin resignación, haciéndose el valiente aunque me muera por dentro. José Alfredo se levantará de entre los muertos y me cantará al oído, con su voz de macho mexicano, lo que podríamos vivir “Si nos dejan”.

Mañana, veré al Hijo del Santo. Máscara contra máscara. ¿Cómo decirle que soy su fans número uno desde que lo vi manejar un descapotable con traje entero, cuello de tortuga, capa y esa máscara plateada? Pero claro, entonces yo tenía 8 años y me robaba vajillas de vuelos y le preguntaba a Mimí si mi papá estaba en el cielo porqué no lo veía desde la ventana del avión entre tanta nube e imitaba perfecto a Cantiflas, veía el Chavo del Ocho y admiraba a Capulina.


Gotitas de lluvia

2 respuestas a “DF”

  1. ay ale qué bonito! gracias por llevarme ahí en sus palabras 🙂

  2. Lo poquísimo que alguna vez estuve en el DF me resultó abrumante. No me cabe en la cabeza la idea de una cuidad que tiene cinco veces más gente que todo Costa Rica. ¡Ojalá la pases bien en las luchas!

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