Anoche le dije a Marce “Para mañana sin alarmas! necesito dormir un poquito!”
A las 6 de la mañana sonó un mensaje en el celular. Yo estaba medio dormida, pero escuché a Marcelo levantarse, llamar y preguntar “saben algo?”. Habló algo más y se devolvió a la cama. Hecho un puñito. Yo le pregunté qué pasaba “Tembló en Chile, Sole”. “ah” dije yo. “Fue de 8.5”.
Las primeras cuatro horas pasamos pegados a la computadora y a la tele, solo para irnos asustando y entristeciendo cada vez más. La tele y la compu mostraban imágenes de lugares a escasas cuatro cuadras de la casa de la abuela prácticamente derurmbados y se nos encogía el corazón de pensar en el estado del apartamento, en ella, que es también una víctima de la dctadura, porque vive solita desde el golpe de estado, cuando mis suegros se vieron obligados a salir de Chile.
No había dónde llamar. A seis horas del terremoto, no habían líneas telefónicas del flamante sistema de libre mercado chileno, que obviamente tiene un sistema privado. La embajada de Costa Rica en Chile, evidentemente, no estaba trabajando. La embajada de Chile en Costa Rica, tampoco. El Ministerio de Relaciones Exteriores aquí, radio aficionados, la Cruz Roja, sin saber qué hacer tampoco. Twitter, con tusnamis de mensajes, muchos de ellos rumores, otros tonteras de qué sustirijillo, el apocalipsis se está cumpliendo y forza Chile, resultó muy confuso. Tanta tecnología y en realidad estábamos a merced del televisor y de lo que fueran diciendo.
La presidente Bachelet se veía realmente consternada y dolida. Piñera, que tardó horas en dar la cara, no lo hizo para decir que donará algo de su Forbes-fortuna para ayudar a las víctimas. Será el prejuicio, pero más que dolor por lo ocurrido, tenía una cara de resentimiento con el cabrón destino de que fuera a ocurrir semejante embarrada justo ahora que Chile se preparaba para un cambio de gobierno. En lugar de remarcar diferencias y exacerbar la derecha, no quedará más que ser solidario. Y la decencia, señor presidente electo, exige además que usted y su gobierno investiguen porqué se cayeron estructuras de carreteras concesionadas que se supone son antisísmicas (sí, incluso para terremotos de 8.8) y se cayeron edificios nuevos de apartamentos, donde fue más importante la plata que sacaron por eso que la seguridad de los que los usan. Si Chile escogió la desgracia de un gobierno de derecha, que por lo menos valga de algo aunque sea levantarle las enaguas a los mismos compadres de la Cámara de Industrias, construcciones, alquileres o de lo que sea.
Finalmente Marce se pudo comunicar con la abuela Berta. Lo primero que ella le dijo fue, a este mamulón barbudo cuasi cuarentón “Hola Marcelito” Y le dijo que estaba sacudida y quería saber qué estaría pasando en el mundo que estaba temblando tanto! Que se movió mucho, que duró mucho (tres minutos), que no había pasado nada en la casa, que solamente se quebraron unos vidrios en el pasillo.
Que la pasaron a ver los vecinos y el administrador del edficio. Y para esa hora, la Dina ya la había llamado para ver si todo estaba bien, si necesitaba algo.
La Dina es una amiga de mi suegra de la época de universidad. Mucho mayor que ella, la adoptó en los tiempos en que las dos trabajaban en la Universidad de Chile. En setiembre del 73, cuando se llevaron detenido a mi suegro al Estadio Nacional, era la Dina la que acompañaba, todos los días, a mi suegra embarazada, a los portones del Estadio a preguntar por el marido. Revisaban listas. Perseguían los buses que salían con la gente que liberaban. La defendía a ella y a su pancita de meses de las bayonetas de los soldados, que trataban de punzarle la pancita para que no se acercara a los portones. La tranquilizaba cuando los militares mandaban soldados a caballo contra las mujeres y familiares que llegaban a preguntar al Estadio, para dispersarlos. Mi suegra les tiene pánico por un accidente de infancia y simplemente se paraliza.
Unos meses después, en enero del 74, cuando mi suegro estaba apenas recién llegado solo a Costa Rica, la Dina recibió una llamada en medio de una noche de toque de queda, avisándole que el bebé venía. Apenas pudo llegó a este mismo apartamentito que resistió sin mayores daños el terremoto y le rogaba al bebé que se aguantara un poquito, que no saliera todavía, que viera que había toque de queda, que tocaría salir con una sábana blanca y llegar al Hospital para que no les dispararan los milicos. Ella fue la que lo llamó, a Turrialba, a decirle que había sido un niño.
Tres meses después acompañó a la madre y a Marcelito a sacar su pasaporte, para poder salir de Chile militarizado. Iba de testigo por si acaso mi suegra y Marcelo desaparecían cuando entraban por esa puerta. Los espero por horas. Y luego los fue a djear al aeropuerto y recibió la chaqueta que a mi suegra no le dejaron llevarse y le entregó la suya para que no pasaran frío.
Hace tres años, cuando fuimos a Chile, la fuimos a buscar de incógnito a su negocio y yo entré y le pregunté si conocía a una señora Isabel, en Costa Rica. Se alarmó y quiso saber si le había pasado algo a la Chavelita. Le dije que no. Y haciéndome a un lado, le mostré al barbudo grandote al lado mío y le dije “El es Marcelo”. Y a todos se nos llenaron los ojos de lágrimas.
No sé porqué me llega tan hondo lo que pasó en Chile. Será porque pienso en esas calles, en esas gentes, en esas cosas que han vivido y porque de alguna forma me conmueve y no me extraña, que en ese Chile capitalista, nada solidario, oscuro, sin gas, sin agua, sin teléfono, la Dina, tan compañera de otros terremotos y otras muertes, de las que no registran periódicos ni sismógrafos, haya podido contactar a la abuelita. A la madre de la Isabel. A la abuela de Marcelito, para dejarle saber una vez más que no estaba sola.
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