Ya tengo todo empacado. ya fui a darme la última vueltita. Ya pedí el taxi con servicio agregado de jalar las maletas los 4 pisos para abajo. Ya solo me queda esperar.
Hace unos días, decía que no me quería ir. Hace más o menos 48 horas, me entró una alegría real, una emoción de pensar en el regreso. Mi vida, la real, está en Costa Rica, no aquí. En Costa Rica está la mayoría de la gente que quiero. Es el lugar donde quiero algún día que crezcan mis hijos, donde yo me quiero hacer vieja, donde la vida para mí tiene sentido.
La verdad es que viendo hacia atrás de lo que fueron estas 10 semanas, creo las ciudades más lindas lo fueron no tanto por ellas mismas como por la gente que me acompañó en ese viaje. Porque al final del camino, cuando uno ve el palacio, el parlamento, las villas, debería uno pensar cómo habrán vivido los que no tenían acceso a eso, cómo sería ser pobre en esos países. Como debe ser ser pobre en Europa, donde los sitios que se anuncian turísticamente de compras son calles con tiendas con nombres como Armani, Versace, Hermes y similares.
Agosto se me fue volando, intenso, hermoso, rodeada de gente nueva con la que me sentí muy cercana. El día que nos dijeron que terminaba el curso, yo casi me sentía ofendida de que no pudiéramos seguir para siempre. De hecho he seguido en contacto con varios de ellos y espero que eso no cambie. No sé si será cierto que uno puede hacer un amigo en tan poco tiempo, pero ayuda cuando estás casi todo el tiempo juntos, enfrentando una ciudad y una cultura nueva, compartiendo información útil, inventando aventuras.
Yo diría que nos dolió un poco la idea de separarnos. Con ellos, viví las cosas más lindas de la ciudad, descubriendo Berlín, Alemania, Praga, Budapest y la historia de cada una de sus vidas y de sus países.
Con el nuevo grupo las cosas fueron diferentes. Nos llevábamos bien, pero no hacíamos cosas juntos. Ni siquiera cuando íbamos a los paseos del programa cultural. Cada uno comía solo, por su lado, con muy pocas excepciones. Tal vez es que todos los del nuevo grupo nos sentíamos muy adultos, muy viejos, cada uno con su propia agenda. Los únicos que lograron más sentido de unidad fueron los fumadores, que por el vicio, arriesgaban una pulmonía saliendo a fumar a cero grados. Esos sí quedaron muy amigos.
Esta semana tuve que ir al médico por una alergia misteriosa que me apareció, de todos los lugares extraños donde pudo haber aparecido, en las orejas. Fui sola, por supuesto. Y esperando en la sala de espera, sin entender este sistema, pensando cómo explicar lo que me estaba afligiendo, como disimular el susto de verme un poco enferma, pensaba en la falta que me hacían mis compañeros del primer curso. Cómo cualquiera de ellos, de habérselo pedido, sin pensarlo dos veces me habrían acompañado. Entre dos es más fácil pasar cosas duras.
Los del primer grupo, al final, no querían volver a sus países y me siguen escribiendo diciendo que extrañan mucho a Berlín, sin darse cuenta talvez que lo que extrañan es a la gente. Los del segundo grupo, desde una semana antes del final, comentaban la emoción que les producía la historia del regreso.
Es posible que Berlín, sin la gente que conocí aquí, no sea más que una ciudad fea y gris y fría, que se puede ver en dos días en bus turístico y muy cara para turistas como yo, del tercer mundo. Puede ser. de hecho, no sé ni qué voy a decir cuando la gente me pregunte cómo es Berlín. No tengo fotos que muestren la ciudad que yo viví.
Si sé una cosa. Que a uno le guste Berlín, es como lo que debe sentir un hombre cuando se enamora de una mujer fea. Y cualquier mujer que alguna vez se haya sentido fea, o a la que algún cabrón la haya hecho sentir fea; sabe de lo que estoy hablando. Uno nunca se lo espera. Y porque una no se lo espera, se comporta profundamente agradecida, porque sabe que es genuino y no por la belleza de la fachada. Así es querer a Berlín.
Llevo un plan chiquito, escondido en una bolsita, de cosas que quiero hacer distintas. Yo quiero volver a Costa Rica, pero no quiero volver a la misma vida que tenía antes de irme. Aquí he podido encontrarme conmigo, la de verdad, sin los condicionamientos de carrera, familia, tiempo libre, sin disfraces. Yo y mi esencia. Y me di cuenta que esa que soy yo me hace mucha falta y que quiero rescatarla, revivirla.
Sé que el alemán no es cosa de dos años más. Es una misión de por vida. La gente cree que uno aprende, por ejemplo inglés, en dos o cinco años. Aprenderá tal vez lo básico o un poco más que eso. La cultura, la forma de pensar, el sentido del humor, el código único que existe entre las personas que hablan ese idioma, es algo que toma muchísimo más tiempo y que encima, siempre está evolucionando. Entender esa historia y esa evolución es tal vez lo más complejo. Un ejemplo tonto: porqué en alemán para decirte buena suerte, te dicen “te aprieto los pulgares”.
Ante la inminencia del regreso, con llamadas y correos, ya se empiezan a dibujar las responsabilidades, mis obligaciones, la cosa real que era mi vida antes de venir para acá. Todo lo que quedó en Hold. Y se ve casi como una camisa de fuerza. No importa. El sábado en la noche, cuando todos estén dormidos y la única despierta sea yo, gracias a la semana de jetlag que me espera, le voy a soltar todas las costuras.
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