Para la ciudad de Viena, esto de promocionarse turísticamente no es nada fácil. Por un lado, no tienen mucha cosa que valga la pena plasmar en un souvenir. A falta de eso, se ven obligados a explotar inmisericordemente la figura de Mozart y de los emperadores austro-hungáros, Francisco José y Sissi. Ya para que uno tenga que recurrir a un rey como figura turística, es porque está uno raspando el fondo de la olla, que no es de extrañar cuando recuerda uno que figurines de la talla de Hitler también eran austríacos.
Otro que es copiado en todas las formas de souvenirs posibles, es Gustav Klimmt. A mí me llamó la atención, porque en Praga lo reclaman como propio. Aprovechando que ya le entro más al idioma y que de por sí todo el mundo me habla en inglés, quise saber de dónde era el muchacho. Me dijeron que sin duda alguna austríaco, nacido durante el imperio Austro Húngaro . Los checos dicen que nació en Bohemia y que eso lo hace checo, aunque para su nacimiento, formalmente hablando, era austríaco. O sea que es la misma tragedia de siempre donde los checos son los ninguneados: Igual que con la cerveza, algun otro país (usualmente un vecino) se lleva la paternidad nacionalista del mérito. Problemas derivados de andar corriendo fronteras cada vez que había una guerra, que fueron muchas.
De los emperadores, se ha tratado de convertir a Sissi en la princesa triste, meláncolica, atormentada por la falta de amor de su marido. Lo que no dicen, es que Sissi no estaba en un estado existencialista, lo que estaba era loca. Loca real, de psiquiatra. Tenía lo que hoy reconoceríamos como un estado fuertísimo de anorexia y sufría de depresiones y fobias. El origen genético u orgánico de su enfermedad mental se confirma al saber que su hijo Rodolfo, heredero al trono, se suicidió. Probablemente heredó la condición de su madre. Tal vez por ser emperatriz, se creía que Sissi era simplemente así, negándole de paso la posibilidad ayuda y una mejor calidad de vida, precisamente aquí, en la cuna del psicoanálisis.
Pero a falta de más personajes interesantes, Sissi parece las postalitas del albúm de Topo Gigio: Sissi a los 16 años, Sissi con corona, Sissi con el marido, Sissi en la pintura tal o cuál, en tasas, camisetas, bolsos, postales, pañuelos, campanas, muñecas y chunches en general. Y algo deben tener aquí jodido con el sentido del humor y la parte creativa, porque no hay una sola tarjeta postal divertida, bonita o que valga la pena. Y eso que busqué con ahínco.
Todo el centro histórico – que es la parte turística- es recargado y rococó, confirmando que los emperadores no lo tenían todo. La forma en que se apretujan tantos edificios, fuentes, iglesias y chunches en general, repletos de rabitos, piruchos, angelitos, bolitas, alitas, nubes y cosas doradas, confirma que al Kaiser y a sus arquitectos tenían de todo, menos gusto. No puedo negar que es una ciudad bonita, pero en su exceso pierde la naturalidad o la identidad que podría tener, para convertirse en una colección de eficios viejos, un poco aburrida. Da la impresión que aquí nunca pasa nada. Tal vez por eso es que es además el destino favorito de los turistas de la tercera edad, sobre todo europeos, que vienen buscando las antiguas glorias de la Europa tradicional, estable y barroca. Será que vengo aquí recién ahora, pero todo me parece repetido y hasta extraño esa sencillez tan simplona que tienen en Alemania para las cosas.
Aquí está además una de las escuelas de equitación más famosas, donde caballos árabes pura raza aprenden a hacer el pasito tuntún para luego exhibirse en actividades a la altura, como digamos, el tope de los festejos populares de la Municipalidad de San José. Parece que los caballos aquí son más pegue que los perritos, porque de ellos también hay souvenirs. Hay un montón de babosos haciendo fila para pagar 10 euros por recorrer la escuela, la escuela tiene varias paredes de vidrio para que uno que va pasando por la calle vea cómo los entrenan, los peinan y los bañan, y el recorrido en carruaje por la ciudad es una de las actividades más populares entre turistas, que hasta se revientan de emoción cuando entran encaramados en el carruaje a lo que era el palacio imperial. Lo que supongo que nadie nota, es que los caballos no usan desodorante y que, al igual que todo animal que come, cagan. Toda la ciudad huele caballo mojado o a boñiga y cuando uno recorre las calles más turísticas, tiene que andárselas capeando para no quedar hasta el tobillo en uno de esos imborrables recuerditos bio.
Yo, como ya no entro ni a museos ni a iglesias, quedo limitada a entrar a todas las tiendas de souvenirs que me encuentro de camino y a probar todos los chocolates posibles en todos los sabores que se ofrecen para saber qué le llevo a quién y qué mejor me como de camino, atenida a que hago dieta cuando vuelva. Una cosa curiosa es que hay tiendas de especialidades. Por ejemplo, una de doctor de muñecos, otras de solo libros infantiles, libros antiguos (carísimos aunque son usados), de porcelana, por supuesto de chocolates, de guantes, de sombreros y una que me jaló como un imán: una de papelería, llena de miles de libros con páginas en blanco, con las encuadernaciones más lindas, que me hizo sentir como si se me estuvieran desbordando de palabras las manos.
Los cafés son una institución local, que incluso creo fueron inventados aquí. Más que un café, es un restaurante más casual, pero con un ambiente muy agradable y cómodo, donde uno puede tomarse solo un vasito de agua o puede hacer cualquiera de las comidas que se le antoje con uno de los postres vieneses más famosos: la sachertorte. Como hay dos cafés que se disputan la paternidad (incluso a nivel legal), me veré obligada a probar las dos a ver cómo está la cosa. Tengo que acordarme de tomarme la pastilla de la migraña (me la genera incluso el olor del chocolate) antes de hincarles el diente. Si me llega a doler un poquito la cabeza, espero que la satisfacción de la pancita compense el mal rato.
Yo, por ejemplo, hoy hice la mía en el café más antiguo de toda Viena y estuvo delicioso; con esa sensación de viajar en el tiempo y de estar entre algo que es entre cueva y taberna. Yo, en mi superficialidad, cuando veo algo tan estrecho (aunque muy cómodo) siempre me asombro de los bajitos que éramos antes los seres humanos.
Con el idioma, sin problema. De camino a la ciudad desde el aeropuerto, venía oyendo a una familia que hablaba algo muy raro y pensé que me llevaría puta porque no entendía nada. Cuando ellos preguntaron por una parada, me quedó claro que, por dicha, lo que hablaban entre ellos podría ser cualquier cosa, menos alemán. Ya en la ciudad, no he tenido mayor inconveniente. Por un lado, todo el mundo me habla en inglés. Por otro, aunque en Berlín todo el mundo me había dicho que el alemán austríaco era incomprensible, la verdad es que no he tenido problemas y me gusta muchísimo la musicalidad tan diferente que tiene. Aquí, para saludar, no se usa el “Guten Tag”, sino el “Gruss Gott”, como en el sur alemán.
Mañana tengo día de mercado, visita a la casa de Freud, comilona de sachertorte, recorrido de la ciudad, y al caer el sol, voy de vuelta para Berlín, la ciudad que mientras tanto yo llamo casa.
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