Tengo una duda enorme. Si uno viene a Madrid y va y ve los edficios que hay que ir a ver según dice la guía pero se da cuenta que no puede verlos por dentro. Si uno va a un museo y ve una fila de puta madre y que además le cobran 10 euros por ver setecientos cincuenta santos y un cuadro bueno. Si no puede ir de shopin’ porque aquí se le impone a uno la condición tercermundista, digo, de país en vías de desarrollo y hasta la jama sabrosa y fina tiene precios prohibitivos. Entonces, quisiera saber yo, en serio, a qué viene la gente a Europa cuando viene a pasear por gusto, sin viáticos, sin mamar la teta de algún gobierno.
O es que lo que me incomoda es ver cómo, cada vez, las diferencias nos colocan más lejos. Cuándo o cómo nosotros vamos a llegar a este nivel de desarrollo, lo ignoro. O siquiera si podemos.
Con el City Tour me doy cuenta que nuestros nombres comerciales son producto de la melancolía o de las ínfulas de grandeza de algún español inmigrado: Plaza Mayor, la Gran Vía, el Paseo y el Centro Colón, son sitios de obligada visita en Madríz que en nada se parecen a sus honónimos en Costa Rica. El Corte Inglés, la mega tienda local, tiene unas bolsas idénticas a aquellas de rombos de dos colores que usaba La Gloria en sus tiempos dorados, cuando era la meca de la moda nacional. Y de nuestra identidad, entonces qué queda?
En el Museo Thyssen Bornemisza, se evidencia que en todo lado se cuecen habas. La señora ThyssenBornemisza tiene su propia colección, comprada por su sacrificado y milloneta marido. La foto del marido y la selección de los cuadros de su colección personal, evidencian su ausencia total de gusto.
Algún día, alguien regresará de un país contando que la música es libre, que se escucha por todas partes, con músicos virtuosísimos que no regalan su trabajo en las paradas de metro a cambio de centavos de euro.
El tipo con el traje de peluche de Mickey Mouse de la Plaza Mayor, el que es una estatua viva en la Calle Sol, el que me atiende y me dice que para la América necesito dos estampillas en lugar de una en cualquier tiendita de souvenir, la que me toma la orden en el Museo del Jamón. La señora que limpia en el metro. La que toma fotos antiguas frente al Palacio Real. Todos, son latinoamericanos, como yo. Nos reconocemos en nuestra propia diversidad, eso que nos distingue en tierras del conquistador.
Hay una aneja amarilla que me viene siguiendo desde Alemania. Encada ciudad me la encuentro, revoloteándome. No falla.
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