Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Sole, de turista en Costa Rica

desde la isla de

Hace un fin de semana, le encargamos a Fuser a sus abuelitos, cargamos maletines y nos fuimos jugando de gringos a pasar un fin de semana en La Fortuna, gentil cortesía de la  temporada baja, la que escribe, del Marce y de un conocido, futuro heredero de uno de los tantos hoteles con jot-esprins (aguas termales) de la zona, a quien le extorsioné un generoso descuento a cambio de mis sacrificados servicios legales.

Yo, según yo, de nejas, iba de paseo. Jamás me imaginé que estaba ingresando en ese otro mundo prohibido para locales que hace de Costa Rica el destino de ensueño de tanto chancletudo con plata que vaga por el mundo viendo desde cuál árbol se tira parea estimular su adrenalina y darle sabor a hoja verde a su vida de rutina, seguridad social de lujo, ahorros en el banco y cero preocupaciones.

La poca presencia de nativos en estos Hoteles fue evidente, desde el puro ingreso que nos hicieron cara de perro al ver mi carcacha y que por arte de magia cambió cuando leyó nuestra reservación. Desde la recepcionista que para registrarnos nos pidió los pasaportes, hasta cada uno de los cristianos con los que nos topamos en esos tres días, que además de la sonrisa enorme (“El turista es tu amigo, sonríele”) y el “Bienvenidos!” tipo meloso-Disneylandia, siempre tenían esta pregunta estándar: “De qué país nos visitan?”. Hasta que en un desayuno me encachimbé y le dije al de las tortas de huevo (los omelés, que llaman): “Huevón, has hablado conmigo dos días seguidos. Cómo me preguntás de que qué país vengo? A qué te sueno, decime, a rusa?” Y nos reímos, compinches en nuestra desgracia de servirle al capital extranjero para ganarnos nuestro pan de todos los días.

En las termas, me sentí decadentemente contenta, hasta que vi una tropa de españoles que aterrizaba en la misma pila que yo. Al principio no me molestó, pero de repente empecé a sentirme un tufillo como de cocimiento lento de mondongo. Entonces me puse a sacar cuentas y prejuicios acerca de la frecuencia de baño, el poco uso del desodorante y el hecho que andaban en un tour de esos de un día en cada destino turístico de Costa Rica. Entonces se me activó la memoria olfatoria y me golpeó el estómago directo. Tuve que salirme e irme a clavar a una de las pozas del río, que, aunque modificadas hasta parecer una piscina, al menos tienen agua que corre constantemente llevándose lejos el enjuague de los congéneres.

Me costó además un poco acostumbrarme a eso de la cultura del remojo en agua hirviendo. No puede uno nadar porque siente que le da un infarto. No puede chapotear, abrir los ojos bajo el agua, jugar polo o nada que requiera esfuerzo físico. Uno nada más se queda ahí, en remojo. Yo no aguanté más de dos horas y me fui a buscar otros horizontes. Más activos, solo para darme cuenta que gracias a los minerales curativos estaba recubierta de una costra como de sal que se me quebraba con cada paso.

Me alcé en cruzada contra la imagen que estos lugares dan del país y de los ticos. Uno de los hoteles se anunciaba con su propio chamán residente, un macho, alto, blanco de ojos claros de clarísima ascendencia indígena- pero nórdica supongo. Además, tienen una especie de horno de barro gigante, donde con una ceremonia de sudor, te prometen sanar tu relación de pareja con un antiguo rito azteca. El chamán se llama Tonatiuh. En mi obcecado terrorismo, quería encontrarlo en algún rincón de los paisajísticos jardines, cogerlo del pescuezo y decirle al oído “Vos no tenés dignidad o qué? No sabés que la influencia en Costa Rica es maya, no azteca? Sabés lo que es un chamán, no? De qué color tienen la piel? Vos crees que usarían estas camisitas de manta bordadas o esa tira en la jupa, AH?”. Pero tiene razón Marcelo: allá los gringos babosos new age que se van de jupa con estas cosas. Yo me entretuve bastante maquinando qué iba decirle si me lo encontraba.

Este planeta denominado “Costa Rica, no artificial ingredients” tiene algunas características interesantes de anotar. Los pueblitos fronterizos, lo que vendría a ser como Tijuana, en este caso La Fortuna, son pequeñas ciudades sin identidad, con un crecimiento evidentemente desordenado de la industria turística, con miles de chinchorros llenos del mismo chunchero que en cualquier otro lado, pero tres veces más caro y rótulos en inglés por todas partes. Esos pueblos, duelen.

Lo otro son los precios. Yo ni a putas pagaría 75 dólares por persona para ir a llevar sol, ver monos gritando, que se me pegue el garrapaterío o el pulguero de un ruco auténticamente sancarleño, irme a tirar entre los árboles, ir a meter la nariz en el cráter de un volcán activo o alguna pelotudez de esas de deportes extremos. Y está bien, porque uno escoge si quiere o no un tour. Pero comer no es algo que uno escoge: o comés o te desmayás. Y nos fuimos al bufé. Y comimos vegetalitos porque la comida estaba malona. Y agua del tubo porque estamos en esa onda. Y nos cobraron SETENTA DOLARES!!! SETENTA DOLARES que es caro aquí y en Malasia. SETENTA DOLARES por una comida pésima, donde uno podía escoger entre muchas cosas desabridas que te dejaban sin ganas. SETENTA DÓLARES. Y encima, me pidieron propina. De regreso en el busito al hotel, yo venía, por supuesto, sacando cuentas de todo lo que podía hacer con setenta dólares, cuánto costaba el bufé del intercontinental y lo superior que es en calidad, el abuso, queesunabarbaridad, que esto que lo otro, que así se van a pasiar en la gallina de los huevos de oro. Y el chofer el busito, envalentonado por mis reclamos me dijo “Es que ellos abusan porque aquí vienen solo gringos”. Pues que se vayan enterando: a menos que la tarjeta de crédito del gringo diga “Rockefeller” SETENTA DOLARES por dos personas por una cena de porquería es demasiado. Una hora de interné: 5 dólares (me quedé sin ver correos). Un bronceador: 30 dólares. Un corta uñas marca micro-Acme: 2 dólares. Un masaje de spa (el básico): 140.

Algunos datos cortos de este otro planeta. Idioma oficial: inglés simpaticón. Moneda: dolaricos o euros. Los colones son muy polos. Ingreso per cápita: salario mínimo para industria del turismo. Población: flotante, dos millones de personas anuales.

Por último, todos los bichos del mundo emigraron a este planeta. Amanece y yo medio dormida le reclamo a Marce que le baje el volumen al cabrón tele, que es muy temprano para estar viendo National Geographic. Me dice que es la jungla y que lo que oigo son las chicharras y los cabrones monos que están en un puro alboroto. Salimos a desayunar, y la pared está tapizada, literalmente, de cuantas polillas se podría imaginar uno, de todo color, forma y tamaño. Mientras Marce les toma fotos con biológico interés, yo pondero las ventajas de traer Baygon, un matamoscas o agarrarlas a chancletazos. Dos moscas gigantes me persiguen. Marcelo me dice que ellas no saben que no me bañé, que lo que pasa es que tienen una fascinación curiosa con las cosas azules, como mi camiseta.

Así que esa es la Costa Rica que vienen buscando los gringos. Donde nos curamos con remedios indígenas, los chamanes nos rubios y nuestro evidente analfabetismos histórico nos permite afirmar sin sonrojarnos que aquí habían aztecas. Donde los precios son un asalto a mano armada. Done los pueblos se parecen a cualquier trampa de turistas de cualquier otra parte del mundo, solo que más caros. Donde nunca ven a un tico. Donde abunda el bicherío, las iguanas, los monos, en un amiente cinco estrellas y todas esas cosas que ve uno solo en campañas publicitarias. La Costa Rica impagable. La que usurpó las playas y los potreros a dónde íbamos chiquillos de paseo. La que generaba- antes de la crisis-los mayores ingresos, que no sorprende, considerando los precios. Ellos vienen buscando la Costa Rica de la que la mayoría de nosotros anda huyendo.

No sé si vale la pena lo que estamos pagando por el progreso.


Gotitas de lluvia

3 respuestas a “Sole, de turista en Costa Rica”

  1. Avatar de no sé quién
    no sé quién

    El “de qué país nos visitan” me hizo gracia, pero ya a la altura del macho chamán (machamán?) estaba partido de la risa.

    No artificial ingredients indeed. Los modales disminuidos a punta de barroquismo, la tradición inventada al vuelo, y estar seguros que el cliente es idiota, son de las cosas más criollas y orgánicas que ha hecho brotar la floreciente industria.

    Buenísimo.

  2. Linda Tiquicia, donde se puede vacacionar a lo pobre-tercermundista pero con precios de Mónaco o Dubai, eso sí. La Tiquicia que tengo que explicar y desmentir cada vez que me topo con un amigo extranjero que me asedia a preguntas.

    Lo de los costos me recuerda cuando he tenido que ser yo el extranjero, el bicho raro en otro país. Si no sos de esos que cuentan con amigos en la zona y tienen don de investigación digno de Sherlock Holmes, lo más probable es que igual encuentren cómo meterte atolillo con el dedo y no digás nada, porque en realidad no tenés ni puta idea dónde estás parado y jugársela sin saber cómo no es como mucha opción.

    Pero en realidad sí es pasmoso ver cómo en CR el turista es básicamente un dólar (o euro) con patas. Y que, para variar, a uno lo vean así también.

  3. Ay Sole querida… yo siempre lo he dicho, parafraseando aquel famoso anuncio que creo era de los 90s: “Costa Rica, wow”.
    Nada más qué agregar.

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