Este cliente me llama y me dice que estará en Costa Rica dos días, que almorcemos. Nunca en la vida lo he visto. Hemos intercambiado correos y llamadas y mi concepto de él es pésimo, por puro perjuicio. Como él no habla bien español ni inglés- es brasileño- yo parto de que no entiende. Mi jefe me apoya el invento “Los brasileiros son una peste, porque no quieren aceptar que nadie les entiende”. Pero ese día no hay nadie que vaya conmigo, así que me saco la rifa de ir yo sola con él.
Estoy sentada en el lobby del hotel esperándolo y en eso entra Brad Pitt versión latina, de traje entero, se me acerca sonriendo y me dice “Solentiname? Hola, soy yo, Alex”. Casi me muero.
Se monta a mi destartalado patito amarillo, sin hacer comentarios de lo sucio, los kleenex, los chiclets, botella de gel de alcohol anti grupe porcina, una conchita de caracol, mis libros de alemán o los pelos de Fuser. Tampoco se queja que hay que abrir las ventanas con manivelas y no con botones o que el aire acondicionado- tampoco electrónico- le llena a uno la punta de la nariz de escarcha.
Para cuando llegamos al restaurante- duramos porque yo me pierdo- ya somos grandes amigos y el Alex se ríe de todas mis estupideces, incluyendo “Pucha, tu español ha mejorado muchísimo, ya no suena a Portuñol” y “Este restaurante se supone que es bueno, pero me pierdo porque nunca he ido”. Me muerdo la lengua a tiempo antes de de decir que nunca he ido por estucador.
Nosotros a la compañía de él le hacemos poco. Entonces no hay mucho que conversar de brete. Terminamos haciendo preguntas de cómo es Sao Paolo, cómo es Costa Rica, qué hacés los fines de semana, qué te gusta hacer en tu tiempo libre, a dónde has viajado, qué considerás que son tus talentos, que te enciende y qué te cansa. Cómo es tu vida, qué te hace reír, cómo eras de chico. Ven a visitarme a Sao Paolo en junio, cuando vas a Chile. Y yo, la próxima vez que vengas a Costa Rica quedate un fin de semana y te enseño un país diferente, no esta porquería escazuceña palstificada Hablamos de acentos, de chascarros culturales, de experiencias. Me sugiere que escriba un libro sobre doing Business in Central America- Culture wise. Me da un contacto para mi visita al otro lado del charco, de una amiga de él, que él sabe que nos vamos a llevar de maravilla. La pasamos divino, dándome yo el tupé de tomarme 3 horas de almuerzo con postrecito incluido. Me invita a cenar, para atracarnos de comida libanesa y seguir la conversa, pero no puedo. Ese día tengo mi programa de televisión sexapiloso, del que también le cuento. Es un gentleman, deportista, amante de Chile, que come sano, que cocina y lo ve cómo un arte, que pinta, que habla arrastrando las erres, marcando las jotas y dándole una vibración especial a las emes. Yo ya quiero aprender a hablar así para cantar País tropical y la Chica de Ipanema.
Es una situación que, en otras condiciones, me hubiera puesto al borde de los nervios. Me hubiera regado el aceite de oliva encima, el rissotto se me hubiera deslizado por la camisa y mi tartaleta de fresa hubiera ido a parar a la corbata de él, probablemente. Además yo me hubiera quedado obstinadamente callada y nada de esta espontaneidad parlanchina que exhibí con una naturalidad que hasta a mí me espanta.
Así que concluyo que como hay work spouses, que se llaman a diario, se hablan con confianzas, se celan, se quieren, se cuidan y hasta se pelean (el patán es el mío, aunque no estemos en la misma oficina), tema al que me referiré en algún tiempo, definitivamente deben existir el brete dating. Que además, habla muy mal de cuánto tiempo pasamos encerrados en una oficina y cuánto hemos dejado de lado la relación interpersonal, que es al final la que importar y que nunca podrá ser sustituida por correos, conference calls o redes sociales. Igual ayudan en algo. Recibí uno que dice: “Gracias por encontrar para almorzar, fue un gusto conocer-te. Estamos en contacto.”
Tal vez sí nos llevamos de maravilla por pura casualidad. Tal vez el mae es demasiado ágil en sus interrelaciones sociales. Lo que sí es seguro es que la empresa donde Alex bretea ganó puntos importantes con nosotros y que ya no nos da pereza.
Los dejo con uno de nuestros motivos de conversa. No woman no cry, de Bob Marley, en una adaptación al portugués y a la samba, que entiendo hizo el ministro de cultura de Brasil. Y que Alex me cantó en vivo.
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