Ahora que ando en estos enredos de comer más sano e integral, repasando recuerdos a ver si me entero cómo era que Mimí hacía para comprar frutas maduras que no estuvieran desabridas, el tema de la sustitución se ciertos alimentos se ha vuelto mi nueva misión de vida.
El arroz chino, por ejemplo. Me encanta lo que se conoce en Costa Rica como arroz cantonés y que la mayoría de los restaurantes (chinos, para que sea genuino) elegantemente llaman “arroz de la casa”. Soy feliz con ese revoltijo grasoso, un salero y un potecito de salsa agridulce, que debe ser otra inyección de grasa pura directo a las venas. Yo nunca me arrugé ni cuando salió el chisme difamatorio ese que lo convirtió en arroz ratonés.
Lo peor es que no me di cuenta de lo mucho que me gustaba hasta que dejé de comerlo. Antes, lo comía de vez en cuando, un plato pequeñito, sin preferencias. Ahora, hasta sueño con él y lo ansío con una desesperación que me sorprende. Lo peor es que cuando en efecto me lo como, no me sabe tan rico como en el recuerdo.
Entonces he intentado de todo: hacer cous cous cantonés, por ejemplo, fusionando dos de las grandes culturas de oriente. Fue un desastre, probablemente porque mis habilidades culinarias no son muy desarrolladas y además seguro porque el cous cous no se presta. Sé que con arroz integral me quedaría un embarrijo asqueroso. Hay un nuevo arroz salvaje, con granza negra, que podría servir, pero es un arroz tan difícil de cocinar (demora 90 minutos en una olla normal y a veces no me sale del todo), que creo que sería mejor irme hincada de aquí al Tin Jo con mi cajita de arroz negro y rogar que alguien que sí sepa cocinar lo intente.
En esta búsqueda por todos los supermercados me he dado cuenta de algunas cosas:
(i) me estaba metiendo unas 18 mil calorías por día.
(ii) Los supermercados de repente se me redujeron como a medio pasillo y a la sección de verduras.
(iii) No hay porquerías (junk food) hechas con harina integral, lo que me deja a punta de maní y palomitas sin grasa.
(iv) Quisiera saber porqué no existen las tortillas integrales.
(v) Es difícil encontrar pan integral sabroso
(vi) las frutas locales tradicionales como mandarinas de tamaños decentes, jocotes pintones, mamones, granadillas y naranjas Washington o se extinguieron o alguna corporación maldita pretende que yo coma solo manzanas, peras y kiwis, como un gringo pero pagándolas a precio de importación,
(vii) No existe repostería integral, algo así como una torta chilena light. Porqué, ah?
(viii) Porqué es más caro comer sano. Porqué ah?
Jamás pensé que la comida me llegara a obsesionar tanto. Ahora es algo en lo que pienso tooooodo el día. Voy al super a comprar, digamos, medias, y en la caja veo unos marshmellows de colores y de formas del día de Pascua. Para cuando el cerebro reacciona y me dice “Yo no como confites”, ya los tengo en la mano y me tengo que obligar a devolverlos. Hay unos besitos Hersheys rellenos de cereza, que cuando paso al lado tengo que hacerme la que me caen gordos, para hacerme la que no los vi. Me he llenado de neurosis y de trampas personales para ayudarme a no caer en la tentación.
Todo esto lo traigo a colación porque el otro día acompañé al Antídoto a una charla de software libre. El daba una muy complicada sobre cómo su teléfono era libre y había otra sobre qué es software libre que ya he oído varias veces y siempre hago el mismo comentario arrogante de que yo podría dar esa charla y hacerla entretenida, que es, por supuesto, un bluff vulgar, porque yo uso Windows, no sé nada de compus ni de software y en general no me gusta hablar en público.
En esa charla, se insistió mucho en que una de las llamadas desventajas del software libre es su compatibilidad. O sea que les pasa las mías. Ellos no tienen acceso al código fuente digamos de Word. Yo no tengo acceso a la receta del arroz chino. Si ellos tuvieran la receta podrían replicarlo. Yo, aunque la tuviera, por limitaciones propias de haber sido educada como una inútil (o una princesa), no podría. Entonces como no lo pueden replicar, hacen lo mejor que pueden y da problemas de compatbilidad a veces y, citándolos textualmente, algunas cosas se “descuadernan”. Comprendo perfectamente, ya he visto varios intentos míos culinarios descalabrarse. Open Office jamás será igual al office de Microsoft. Cualquier intento de arroz chino sin arroz, es apenas un remedo.
Pero también dieron la solución “Entonces lo mejor es quedarse solo con software libre y olvidarse del propietario”. Es exactamente lo mismo de mi dieta y los sustitutos. Ya me había dicho mi amigo Mauro, que esto del cambio de la forma de comer, era un cambio total. Mientras lo vea como limitaciones y ande desesperadamente buscando sustitutos sanos para toda la porquería que solía comer (que en muchos casos no encontraré), la voy a pasar mal y cada día será una tortura.
Si acepto las consecuencias del cambio, entonces ya no tendré que seguirle la pista al chisme de un restorán chino en Moravia, con chef chino de verdad, que hace cantonés sin grasa, pero del que no tengo la dirección exacta y que igual usa arroz blanco para la cocinada. Y podré encontrarle el gusto a lo que como sin tener que estar pensando en que todo tiempo pasado, particularmente ese en el que me estaba comiendo un infarto a pagos, fue mejor. Y librarme de la culpa por hacer trampa, esencialmente porque no hago trampa. Y andaré cargando siempre dos bolsitas de splenda y mi bolsita de té en caso que el hambre me ataque y lo único que haya cerca sea una taquería que venda además empanadas. Y seguiré buscando el mítico “El Dorado” de las panaderías donde haya pan integral rico.
Es un cliché, pero es cierto que es un tema de actitud (además de kilos de menos y que me vuelva a quedar la ropa). En palabras de la Red Costarricense de Software Libre, me queda entonces preparar mi cuerpo para migrar. Ya he experimentado con algunos elementos de mi nueva dieta (grasa-libre) que antes escupía, como el pan integral, la pasta integral o el yogurt inline. Ya tengo asesoría profesional. Solo me queda terminar de formatearme la jupa.
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