Mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las anchas alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

Gastroscópicamente tuya

desde la isla de

Apenas llego al consultorio, me acerco a la recepcionista, porque lo primero es averiguar lo que me interesa “Tengo una pregunta. A uno lo duermen para el procedimiento?” La recepcionista es una señora un poco mayor que mi mamá. Me ve por encima de los anteojos, vuelve a lo que estaba haciendo y me dice “No.”. Ella cree que con eso me voy a quedar tranquila, porque a una persona adulta no le debería importar eso de si duele o no duele. Pero es que ella no hay lidiado antes con un adulto como yo “Disculpe que insista, pero necesito saber si se siente algo, porque si no me duermen, necesito cancelar la cita”. La señora se ríe, mejor dicho, se burla y me dice que cómo se me ocurre semejante chiquillada después de la preparación que traigo entre ombligo y espalda.

Y es cierto.  El viernes dejé de comer frutas y verduras y cosas integrales, para volver a mis calóricas aventuras de harina y azúcar refinada y todo lo que he añorado estos meses, me lo comí a doble carrillo y no me supo tan rico como lo recordaba. El sábado, dieta blanda sin grasa, a punta de galletas soda y pasta sin nada y domingo y lunes, aunque mi cerebro aun no lo entiende, a punta de líquidos. Mi desayuno, gelatina con jugo de naranja. Almuerzo; consomé, una fanta naranja, medio litro de helado de nieve. Aunque desafía toda lógica, no sentí hambre. Lo que quería, con necesidad adictiva y me disculpan lo macrobiótico, era comerme una fruta.

Y lunes a las 3, me purgué con toda la inocencia del que nunca ha pasado por eso. Esperé los resultados con una paciencia juguetona, anunciando que en cualquier momento empezaba la fiesta. Cuando las festividades en efecto empezaron, no pararon por 16 horas, sin ninguna consideración al hecho que yo estaba dormida. Podía escuchar cómo las cantidades industriales de agua que me había tomado me recorrían toda la cañería. Cada vuelta de esquina era un retortijón. Y hoy, en ayunas.

“Me vale un pepino. Si esto duele, aunque sea un poquito, prefiero cancelar la cita“. Tenía demasiado presente las historias de conocidos que habían pasado por este mismo examen sin anestesia y que reportaban dolores que permanecían por semanas, incapacidad de sentarse de forma correcta y lágrimas que brotaban espontáneamente. No fue suficiente con que me dijeran que me sedaban. Yo quería saber con qué. No me convenció ver salir a los pacientes previos, porque no entendía porqué salían tan despiertos. Me tranquilicé cuando me dijeron que adentro había un anestesista. Conté la historia que el lunes pasado tuve que irme a inyectar a una farmacia y lo que le dije al farmacéutico “Vea, yo le tengo terror a las inyecciones. Soy de las que lloran y gritan. Si usted no tiene buena mano, mejor me lo dice de una vez y yo me espero a regresar a San Pedro y que me inyecte mi amigo el médico que siempre me inyecta. Además, soy abogada” y que se lo dije tan seria que el pobre se puso blanco del susto, pero me dijo que sí tneía buena mano y era cierto.

Cuando entré, lo primero que volví a preguntar era si me iba a doler. Por dicha el doctor era un hombre agradable y paciente que me aseguró que ni cuenta me iba a dar de nada. Me dijo que siempre me veía en tele, que no se perdía el programa. Y me sostuvo la mano cuando me pusieron la vía, porque esta cobardija se puso helada y pálida. Además del susto, tenía la incomodidad adicional de estar cañambuca (sin calzonillos), con una batita, entre dos hombres extraños. “Pero qué cobardilla!” se extrañó el doctor y comentó “y tan alta…” como si el tamaño de una tuviera algo que ver con el tamaño de sus bolas.

Me dijeron que sentiría algo caliente en el brazo. Dije alguna tontera de que perdería la única virginidad que me qudaba, vi los dos tubos que guindaban a la par mía y traté de calcular si se eían bien lavados, si  cuál iría por dónde, pero se me apagó la luz antes de hacer los primeros numeritos. Cuando me desperté, me dijeron que ya todo había pasado. No sé cómo me vestí y me intriga esa parte. Alguien más me amarró los zapatos y salí tambaléandome. Si recuerdo que alguien me insistió en que todo salió bien y que tenía que tomar unos medicamentos.

Todo esto me pasa, esencialmente, por hipocondríaca. Yo, por gusto, no me haría una gastro colonoscopía, pero se supone que se las tiene que hacer uno todos los años. Pero basta que mi amigo M, que es médico, me la sugiera y allá voy yo a sacar la cita. La preparación es primitiva y, en cierta forma, humillante. Además de la privación de comida, que es bastante grosera, pasé dos noches soñando que me despertaba en medio procedimiento y me quería tirar de la cama. La tecnología debería ya haber superado estas cosas. Y eso de estar sentado en el trono, tres horas seguidas. Además de explicar en el brete que no iba y porqué y el susto secreto que me fueran a encontrar algo malo, la esperanza de todo pesimista.

Comí mi ensalada favorita, una naranja que quería desesperadamente y me noquié toda la tarde. Ahora tengo una sed feroz, porque con la purgada quedé deshidratada.

Todo esto lo cuento porque algo que sí me quedó presente es esto: hay una bacteria que se llama helicobacter pilori, que tenemos el 82% de los ticos. En un 2% se convierte en cáncer, que es el que nos mata con mayor frecuencia. Una gastroscopía a tiempo, es como la mamografía anual después de los 35 años: uno se muere del susto, pero es mucho mejor eso que morirse de cáncer.


Gotitas de lluvia

4 respuestas a “Gastroscópicamente tuya”

  1. El título está genial… Espero que estés bien, ya hidratada y descansada. Y no te sintás tan cobarde, es más bien extraño que la gente deje que le manipulen su cuerpo sin preguntar nada ni querer saber qué va a pasar.

  2. Genial, como es usual. Siempre busco en tus posts algo que pueda repetir. Esta vez la frase ganadora es: “como si el tamaño de una tuviera algo que ver con el tamaño de sus bolas.” Un abrazo, y que ya estés bien.

  3. Sirena: Me tomó un par de días, pero ya estoy bien. Es curioso como hay gente que cree que es de cobardes someterse al dolor sin prgeuntar nada,, apretando dientes y sin anestesia. Si la medicina ofrece una opción menos cruel, dejemos las actitudes valientes para las cosas importantes de la vida.

    Dean: Toy ferpecta. Creo. Bueno, aun tengo que tomar medicinas y tuve la oportunidad de comer de todo! (un día)

  4. Yo me la hacia antes solo con anestecia local -uno ta despierto y siente donde va el tubito…- hasta que me hice examen completo con anestecia incluida… NI UN PASO ATRAS. Jamas voler a hacerlo sin eso. Y yo soy de todos los annos, por historial familiar.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *