Almorcé en un mercado, dos empanadas de pino y de postre una cajita de frambuesas. Solo me faltó el tinto que no tomo. Me escapé del día helado con las crónicas de Lemebel en la mano. Me contó de la visita a Chile de Chavela Vargas, en los años setenta y de cómo se cortó las trenzas para dejarlas de recuerdo a una mujer que la engañó. De la Isabel Parra, acusada penalmente, por rayar la pantalla de un avión de Lan Chile, con un “quién mató a Víctor Jara?” con un pilot rojo ante el horror de la pitucada de primera clase.
Y mi favorita, la del presidente Jorge Alessandri. Educado en la derecha absoluta, solterón por homosexual y reprimido por la derecha, la política y la familia, era la burla de los periódicos que se referían a él como “la señora de La Moneda”. Alessandri todos los viernes caminaba cuatro cuadras a la calle huérfanos para ver El último couplé, de Sarita Montiel y suspirar en la oscuridad al lado de su pareja que se hacía pasar por su guardaespaldas y chofer. Cuando la artista visitó Chile, a mediados del año cincuenta, Alessandri culminó su sueño, invitándola a La Moneda a tomar el té. Lemebel le dice “la Montiel” y habla de ella como una diva y a mí me da a mí como cierto sonrojo, porque siento que me lo está diciendo a mí, a la otra Montiel.
En el Parque Arauco, rodeada de los descendientes de los conquistadores que compran desesperadamente las marcas transnacionales, lo que me quedó de Lemebel se me rebeló con violencia. A pesar de todos los remedios, tengo el estómago definitivamente revuelto.
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