Hoy regreso a Chile, como la primera vez, sin nadie más que conmigo, mochila al hombro pasaporte en mano y con el corazón atragantado. Es la primera vez que voy de trabajo. Aquí la suscrita le explicará a la chilenada cómo funcionan esas cosas aburridas de las licitaciones públicas en Costa Rica.
A juzgar por lel afiche, el público tendrá la expectativa que salga yo en traje de luces tropicaloso y playero, con piña colada en mano y acento guapachoso. O al menos se preguntarán si esa gente exótica que vive entre mar y palmeras (nosotros los ticos) compraremos cosas tan sofisticadas como medicamentos.
A juzgar por la cantidad de correos que he recibido, parece que almorzaré por aquí, cenaré por allá y le sonreiré mucho a gente que no conozco. Qué terrible es esa vida de ser diplomático. Ya me dijo una funcionaria de la embajada, así, por debajo, que tratara de disimular la mala cara cuando me hablen de cómo Pinochet hizo grande a la patria.
Para mi patita, voy hiper anticoagulada, con medias de señora viejita y medicada con una cosa que se anuncia en cable con efectos secundarios como pérdida repentina de toda memoria y sonanbulismo.
Prometí que de este viaje no volvía. Y lo reafirmo. La misma no vuelve. Allá se quedará algo y yo vendré otra.
Para tu ausencia, llevo mis libros y mi libretita y lo que llevo dentro. No, yo sé que no será lo mismo.
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