Era un recorte mal hecho y arrugado de de El Mercurio “Chilenos en el extranjero autorizados a regresar a Chile mostrando su documento nacional de identidad”– decía. Había viajado clandestina desde Chile, en un sobre sin remitente, por todo el exilio, cuando llegó a las manos de Lucho, en aquel pueblito verde selva en Mozambique.
Era la noticia que esperaba desde el primer día que se había ido. “Tenía a todos conmigo, te fijai? A mi señora, a mis hijos, a mi madre. Pero tenía algo, aquí, algo que se me desgarraba desde el día que me había asilado en la embajada de Venezuela en Santiago. A mí se me desgarró Chile.”
Primero había sido Dinamarca. Lucho aprendió el oficio de zapatero. A la abuela la recogían para llevarla al médico. Todos a clases de danés. Los niños a la escuela. La solidaridad /la soledad de los refugiados.
Y luego alguien le dijo que Mozambique. Y para allá se fueron, a un país con apenas pocos años de nacido, en las profundidades de África. “Me consolaba del calor, al recordar los veranos de Santiago. Del portugués, buscándole la música del español. De la distancia, con volver, estaba a un mar de por medio con Chile.”
Lucho y el Guatón, otro chileno, alistaron maletas y desempolvaron sus documentos, dispuestos a todo por regresar. La guerrilla impedía llegar por tierra hasta el aeropuerto en Maputo. Una avioneta los recogería en la pista del pueblo y los llevaría a salvo hasta allá.
Emocionados, le contaron a los compañeros de trabajo que volvían. Todos quisieron saber más del regreso, a dónde irían, que comerían primero, qué se imaginaban, la emoción, la alegría. Un poco de tristeza por perderlos, pero siempre se había sabido – se había esperanzado- que aquello no era para siempre. “Una de las secretarias no decía nada, no conversaba, se quedó con la mirada baja, con una sonrisa extraña. Cuando le pregunté si no se alegraba, me dijo – Engenheiro, eu no quero que voce se vaya – y no me quiso decir porqué. Yo tampoco le seguí preguntando”.
El día que la avioneta venía, estaban antes del amanecer en la pista. A las 4 de la tarde volvían a sus casas. La avioneta no llegó. El segundo día, lo mismo, muy temprano, maleta en mano. Por radio avisaron tres horas más tarde que no había suficiente combustible. El tercer día el piloto se enfermó. El cuarto día la avioneta se equivocó de pueblito. El quinto día llovía torrencialmente y ni siquiera despegó.
Todos los días, la secretaria, la de la mirada baja y la sonrisa extraña, pasaba por la pista, sin decir nada. Miraba, no más. Esa noche, le contaron ron al Guatón que lo del regreso no iba a poder ser. Alguien había metido a Lucho en una garrafa.
– “Oíste lo que te dije? Yo sabía que había algo chueco. Esa mina, la que siempre pasa y te mira te tiene embrujado”
– “Tai loco? Ya, poh, deja de hablar wuevás cómo vai a creer en cosas de brujería en pleno siglo veinte, wuéon? Esas cosas no existen.
El sexto día, la avioneta no llevaba suficiente espacio para pasajeros. El sétimo día, no funcionó la radio. El octavo día, la vieron llegar por el horizonte, acercarse, sacar el tren de aterrizaje, empezar a bajar y de repente, remontar y alejarse, sin explicación. El día nueve fue feriado. El décimo día, el Guatón alzó la bronca y exigió que creyente o no creyente en eso de las brujas, y que tenía que ir a hablar con esa mujer y rogarle que lo sacara de la botella y le explicara lo urgente que era para los dos volver a Chile.
“Fui y le hablé y le dije. Se lo expliqué tranquila y racionalmente. Le dije que yo no podía creer en eso. Que para mí todo lo que había pasado era casualidad o mala suerte. Pero que la gente hablaba y decía que yo no me podía ir por un embrujo. No me lo vai a creer, pero ella reconoció que sí, que me tenía en una garrafa. Le rogué que me dejara ir. Le expliqué lo que era para mí Chile, el regreso, mi vida. Me miró de nuevo, con esa mirada extraña, llena de lágrimas”
Yo necesitaba saber más: “¿Y qué, Lucho, qué te dijo?”.
Solo me dijo una cosa. “Perdoneme. Fui eu, engenheiro. Porque yo a vocé lo quiero” Nunca supe si había una garrafa. Al día siguiente pudimos abordar la avioneta. Una semana después regresaba yo a Chile, después de diez años “
Los ojos celestes de Lucho se llenan de una nostalgia intensa. Algo me dice que lo que Lucho no cuenta es si hubo algo más que una botella pasó con aquella secretaria morena, exótica y callada.
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