Apenas pude leer, Mimí me puso en las manos un libro azul, con el dibujo de un niño de pantalones cortos. Me sé de memoria la primera frase del primer libro que leí. Y que volví a leer. Muchas veces. Dice: “Yo nací en el Llano de Alajuela, un 21 de enero de 1909”
En la primera leída entendí muy poco y no logré pasar de las atravesadas nocturnas de potreros para atrapar candelillas y tíos infieles y de la quemada de Tomasito.
Ya por ahí de la cuarta vez, se me desato una admiración profunda. Yo quería ser Marcos Ramírez. Hice lo que pude: una mascota gallina, que también terminó en almuerzo. Enterrar una botella con agua y muchas flores que tampoco se me convirtió en perfume. Alzarme plata que tenía Ella escondida en un abrigo verde. Negociar con Dios para pagar favores con rezos. Leer, leer, leer, en el baño, debajo de las cobijas, mientras comía, mientras caminaba.
Un sábado, en lugar de llevarme al Cementerio, Mimí me llevó al centro de San José. “Ahí quedaba La Vencedora”, “Este es el paso de la vaca”, “Aquí era la casa donde vivía Calufa”, “Este fue el parque de la manifestación, la muchacha del lazo verde era Carmen Lyra, ves? Allá quedaban los scouts” “Esta era La Información”.
Yo quería saber si todo lo que el libro decía era cierto “Claro! Si Calufa no inventó nada, todo lo vivió. De chiquillo era un demonio, su pobre madre… Cuando Zacarías lo rajaba a palos se escapaba de morir y quedaba así todo marcado”. Calufa tenía como yo, un tío abogado que medio veía por él, un padrastro que lo ignoraba, un abuelo que lo adoraba y un fajazo seguro por lo menos una vez por semana.
Mimí me contó que el papá de Calufa fue el director de la Banda de Alajuela y que nunca lo quiso reconocer. Y que cuando Calufa fue diputado y sus libros se leían en todos los idiomas, se le acercó con la oferta de darle el apellido. Mimí se sentía tan orgullosa de él, de cómo le dijo que no lo necesitaba, que se lo guardara para otros hijos, porque Calufa pefería seguir llevando el apellido de la mujer que lo crió sola.
Unos años antes de morir, Mimí me contó más cosas:
“La abuela de Calufa sí lo quería. Se llamaba doña Carlota. Vivía en el mismo barrio que nosotros y daba clases de catecismo. Tu papá le decía “Carlota Pelota” y ella me daba las quejas. Calufa llegaba todas las semanas a verla. Cuando yo sabía que él venía, salía a la calle y me recostaba en la pared a verlo pasar. Un hombre no muy alto, grueso, con aquellas manotas de zapatero y de peón. Siempre fumando. Cuando pasaba justo enfrente mío, siempre volvía a verme y me decía “Hola Natalia”. Yo, de la pena, a veces no le podía ni contestar….” Y Mimí suspiraba, despertándome sospechas de lo cerca que estuvo Calufa de ser el papá de los muchachos y la oportunidad literaria y genética que eso entrañaba. “Seguí, seguime leyendo”
En cambio, mi imagen favorita de Calufa es aquella que contaba en una página perdida de Marcos Ramírez, la de la música de una dulzaina que tenía un color así, como de papel azulito.
Nota de Sole: Doña Carlota era la abuela paterna de Calufa. Mimí se refería a un tiempo en que vivían o cerca de la Escuela Mauro Fernández o en Barrio México. Algún día le ofreceré al Ministerio de Cultura la oportunidad de hacer un San José Posible literario, marcando las calles, las casas, los parques en los que ocurrieron las historias que cuentan los escritores nacionales, tan devaluados en la memoria local.
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