Cada año, con las lluvias, empieza mi búsqueda de una sombrilla nueva, esencialmente porque mis sombrillas desparecen mágicamente todos los años, justo cuando hay huracán y las necesito. La última pérdida fue especialmente sensible: era una sombrilla fuerte, grande bonita, que por dentro mostraba un cielo azul, lleno de nubes blancas. En fin…
Por razones de gigantismo, mi sombrilla tiene que ser como carpa de circo. De lo contrario, me mojo como de la cintura para abajo. Además tiene que ser resistente. Las chinas de mil pesos no sobreviven más de dos aguaceros.
Tomando todo eso en cuenta, cuando me urge comprar sombrilla, calculo que parezca el báculo de Moisés y jamás algo chiquito, coqueto o cómodo que quepa, por ejemplo, en una cartera. Este año, escogí una carajada gigantesca que apenas cabe en el carro, color verde rabioso. Hoy, de paseo por la corte, me tocó estrenarla.
Cuando empecé a sentir las gotitas, salí disparada al parqueo a recogerla. La fui abriendo en el boulevard que hay entre el edificio de tribunales y el OIJ. Esperaba que se abriera majestuosa, como un ovni, y me mantuviera protegida del viento, el frío y la lluvia. Tensé los pocos músculos que tengo para soportar lo que me imaginaba sería un enorme peso.
Pero en ese toque en que uno finalmente encuentra el botoncito de “open”, noté algo raro, como que la tela le quedaba chinga a las varillas y que en este aparato faltaban palos. Cuando se terminó de abrir, comprendí, con horror, que mi nueva compra refleja perfectamente mi impulsividad y falta de precaución en el shopin: mi sombrilla nueva, verde rabioso, impermeable, es pequeña. Y no solo eso: es, además, cuadrada.
Todo el mundo tuvo que ver con ella:
“Mirá mirá, que sombrilla más rara!” :Una señoras que caminaban a la par mía, que creen seguramente que a 20 cms de distancia no las oía .
“Diay licenciada, dónde encontró esa cosa?: El guarda de la entrada, sosteniendo la risa.
“Estábamos aquí comentando que qué sombrilla más curiosa la suya”, los señores de mensajería, que pretendían que me detuviera a comentar con ellos.
Y el que me mató todas las amebas:
“Tengo que decirte que estoy furiosa con vos”. Me lo dijo una fiscal, que en mis tiempos era realmente ruda y dicen que lo sigue siendo. Pensé que sabía que mi defendida no piensa volver al país y que no le ha dicho a la corte, justo en el caso que esta fiscal investiga. Pero no. Era pura envidia femenina: “Yo pensé que era la única con sombrilla cuadrada. Te vi desde que venías entrando a la corte”. Le dije que yo tampoco sabía, que me habían estafado y que podía encontrar una igualita en el Automercado.
Esta fiscal me vio desde un sexto piso. Es obvio que mi sombrilla es estridente y además, pequeña. Me veo como un payaso larguirucho con un paragüitas de juguete. Solo me falta el triciclo rojo y Fuser, atrás, de tutú rosado, en dos patas, empujándome. Ah, y por supuesto, las risas del público.
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